pesar de sus promesas ecologistas, el presidente norteamericano, Joe Biden, se ve obligado a pactar con el diablo de la energía y ha decidido poner en circulación hasta un millón de barriles de petróleo diarios, el doble de lo que ofrecen aumentar los países de la Organización de Productores de Petróleo. Antes de la guerra de Ucrania, Estados Unidos, hoy en día el mayor productor de petróleo del mundo, se preparaba para una política de recortes en la extracción y prospección petrolífera, en aras de la agenda ecologista de Biden, pero las realidades económicas y las necesidades políticas internacionales, frenarán estos proyectos.

Dentro del país, Biden confía en que la puesta en circulación de 180 millones de barriles a lo largo de seis meses, el suministro de emergencia más grande en la historia del país, servirá para combatir la inflación.

Es algo que debe interpretarse, no solamente a la luz de la situación internacional causada por la guerra de Ucrania, sino también en el contexto de la política norteamericana: solo faltan 7 meses para las elecciones legislativas que pueden dejar al Partido Demócrata en minoría en las dos cámaras del Congreso, lo que tendría a Biden maniatado políticamente.

Precisamente desde la perspectiva de la política norteamericana, cuesta imaginar que semejantes esfuerzos sirvan de mucho: la coalición que llevó a Biden a la Casa Blanca está formada por sectores progresistas y tiene una gran influencia ecologista. En el otro bando, el de los demócratas moderados, a Biden le será difícil convencerlos a estas alturas de que ha cambiado sus planteamientos.

Es decir: Biden corre el riesgo de perder a sus fieles y de no recuperar a los desilusionados, es decir, a los sectores populares de su Partido Demócrata. A diferencia de los ecologistas que pertenecen en general a las élites intelectuales y económicas, la base popular demócrata ni es ecologista ni trata de cambiar las estructuras familiares.

Es probablemente demasiado tarde para congraciarse con su base: el Partido Demócrata tiene características en común con el de la época del presidente Jimmy Carter: la decepción ante su política nacional e internacional impulsó a muchos demócratas a acercarse al candidato republicano Ronald Reagan, hasta el punto de que se hablaba de este sector del electorado como los demócratas de Reagan.

La ventaja de Biden en estos momentos, si se le compara a Carter, es que en el bando republicano no hay una figura atractiva como lo fue Reagan en su momento. Quizá la habría si el campo no estuviera copado por Trump, un hombre que sigue teniendo sus seguidores incondicionales como hace casi dos años, pero el número de estos seguidores es insuficiente para devolverlo a la Casa Blanca.

Desde la perspectiva económica, es improbable que semejantes esfuerzos den resultados: lo que preocupa en el país es la inflación, que ha llegado a límites no vistos en cuatro décadas. Y también la energía, si bien bajó de precio al conocerse la decisión de Biden, es tan solo uno de los factores que generan inflación. Hay otros sectores con fuertes subidas, debido principalmente a las dificultades de suministros, así como los importantes subsidios gubernamentales de los últimos dos años.

Tampoco cabe esperar un gran alivio energético. Por una parte, estas entregas reducirán la Reserva Estratégica acumulada, lo que obligará a conseguir más petróleo per reponerlas, lo que a su vez enfrentará a Biden con sus simpatizantes ecologistas. Y en el conjunto internacional, estas entregas representan tan solo el 1% del consumo mundial, por lo que su repercusión será limitada.

A pesar de todo, Biden podría salir beneficiado de la actual crisis: la subida de precios del petróleo puede hacer más atractivas las opciones ecologistas, que hoy tienen dificultades para establecerse debido a su elevado costo. Entre tanto, las sanciones contra Rusia probablemente aumentarán las exportaciones norteamericanas de gas licuado, lo que abrirá otros mercados para la industria energética.

Aún así, es improbable que ni él ni su Partido Demócrata recojan estos posibles frutos a tiempo de beneficiarse de las elecciones parlamentarias de noviembre: según recientes encuestas, tan solo el 40% de los norteamericanos apoya a Biden, mientras que el 58% está desilusionado por su gestión.