n opinión del presidente de Rusia, Vladímir Putin, rusos y ucranianos eran originalmente “un todo único”, una misma etnia que hablaba una misma lengua y practicaba una única fe. A finales del siglo XVI su territorio fue conquistado, y se produjo “un proceso de polonización y latinización”. Pero este pueblo oprimido quiso restablecer su fe en el curso de una Reconquista que culminó con la toma de Kiev en 1667.

En virtud del Tratado de Paz Perpetua de 1686, el estado ruso recuperó Malorossiya o la “pequeña Rusia”, que comprende parte de Bielorrusia y de Ucrania. Así, se “reencontraron” sus gentes, en torno al credo ortodoxo del pueblo ruso. En el siglo XIX, Crimea y otras regiones rusas del Mar Negro se incorporaron al Estado único. Esto no fue el resultado de la política estatal, sino consecuencia de una unidad de destino en lo universal “sustentada por la fe común, las tradiciones culturales compartidas y, me gustaría enfatizarlo una vez más, la similitud del idioma...”.

Como resultado de este vasto proceso de desintegración e integración, Putin concluye sobriamente que “la Ucrania moderna es enteramente producto de la era soviética”. Fue una región privilegiada del Estado, prueba irrefutable de ello es la abundancia de ucranianos en la dirección del Estado. Más aún, el Politburo promovió activamente la “ucranización de Ucrania” mediante la “incorporación” a la Unión Soviética de las tierras ocupadas por Polonia (pero sin mencionar el Pacto Molotov-Ribbentrop de 1939). En 1991 se produjo un “desfile de soberanías”, pero -subraya el autor- “para mí, Ucrania no es un país real... La verdadera soberanía de Ucrania solo es posible en asociación con Rusia, porque somos un solo pueblo”.

La lógica historiográfica de Putin se enfrenta al mismo problema que el discurso oficial de la gran mayoría de los Estados. Si la historia de Ucrania está indeleblemente ligada a la unidad étnica, espiritual y lingüística rusa y, si los ucranianos no son ucranianos sino rusos, ¿por qué se sienten ucranianos y hablan ucraniano...? Putin ha encontrado la respuesta en el rico acervo historiográfico estatal: “Siglos de fragmentación” generaron “peculiaridades regionales, y surgieron dialectos”, pero la idea de una nación ucraniana independiente de Rusia es un “mito” que comenzó a forjarse entre la élite propolaca y occidentalizante. Ciertos ideólogos “nacionalistas” engañaron a su pueblo, y Ucrania fue objeto de una dura polonización por parte de líderes “radicales” y “racistas”.

Pero ni tan siquiera Putin puede omitir políticas zaristas como la circular Valuev de 1863 y el decreto de Ems de 1876, por las que se prohibió escribir, imprimir o publicar en ucraniano, ya que los textos escritos en esta lengua escondían “intenciones separatistas”. La política lingüística del Comité de Censura de Kiev de 1876 era clara: “La lengua ucraniana nunca existió, no existe y nunca existirá”. Putin lo maquilla diciendo que estas normas simplemente “restringían la publicación e importación de literatura religiosa y sociopolítica en ucraniano” y que eran necesarias “para proteger a los ucranianos de la esfera de influencia polaca”. Y rubrica su discurso con una idea muy del gusto estatalista: Los nacionalistas ucranianos han “impuesto” el idioma ucraniano a los ucranianos y han cortado los lazos culturales con Rusia al aprobar una ley de educación que prácticamente ha eliminado el ruso del sistema educativo. Es, asegura, “el camino hacia la asimilación forzosa, la formación de un estado ucraniano étnicamente puro, agresivo con Rusia”.

Ninguna de las ideas anteriores es original, las hemos leído en la prensa escrita en otras lenguas.

Pero el discurso de Putin no es solo estatalista, sino imperialista. Su relato histórico no explica la conquista y subyugación de decenas de pueblos y la creación del “gran imperio ruso”. Putin convierte las “conquistas” en “anexiones” al referirse a Ucrania como “parte de Rusia”, pero cómo explicar la “incorporación” de Karelia, o la “anexión” de Kazan, o la “exploración” de Siberia... Hemos leído sobre la sanguinaria conquista del Oeste (1840-1900) y la campaña de genocidio de la que fueron objeto las naciones nativas de América, pero Putin omite la salvaje conquista del Este (1581-1887), tres siglos de masacres en el curso de las cuales cientos de naciones del noreste asiático sufrieron las consecuencias de la política genocida rusa.

Yermak Timoféyevich, Vasilii Poyarkov o Yerofei Khabarov hicieron tanto por poblar y civilizar el Este como los generales Custer, Sherman y Sheridan por diversificar el Oeste. Putin denomina a esta campaña de genocidio que causó la muerte de más de la mitad de la población que habitaba esta parte del mundo, “gran proceso de construcción nacional”. Los arquitectos del imperio donde no se ponía el sol aportaron generosamente su sangre y el genio de la civilización a estos pueblos postergados y paganos. Un discurso recurrente de la historiografía oficial.

El resultado de la conquista del Este fue el rastro de muerte, destrucción y miseria propio de cualquier imperio y la herencia histórica del dominio ruso es haberse convertido en uno de los países más multilingües del planeta donde se hablan 131 lenguas... 14 extintas y 121 en peligro de extinción en 2022, según la Unesco. Esto significa 121 naciones desprotegidas, desprovistas y despojadas durante siglos.

El sistema escolar se conduce en ruso y al final del ciclo educativo todos los alumnos deben aprobar el Examen Estatal Unificado en ruso con lengua e historia rusas como asignaturas obligatorias. Pocas “regiones” de la Federación gozan de una política lingüística que proteja su lengua y su acervo cultural. Baskortostán era una de ellas, pero en nombre del “centralismo patriótico” Putin limitó en 2017 la educación en bashkir y otras lenguas afirmando que “no se debe obligar a la gente a aprender un idioma que no es su lengua materna...”, excepto el ruso “que es la lengua de todos”. En Tartaristán las clases de tártaro se redujeron de ocho a dos horas semanales. Un mensaje de estado al cual los que padecemos la zonificación lingüística estamos acostumbrados.

Según anuncia enfáticamente Expatica, la agencia de asistencia consular, la tasa de alfabetización en Rusia en 2018 era del 99,73 %, “la cuarta más alta de Europa”. Estos no son los datos para Yakutia, Buriatia, Ingusetia y tantas otras zonas... donde las tasas de alfabetización en lenguas vernáculas no alcanzan el 30%.

El derecho de autodeterminación es la clave para la protección de los derechos culturales de la humanidad. Putin afirma que se debe reconocer “de inmediato” este derecho a las Repúblicas Populares de Donetsk y Luhansk. Estoy de acuerdo, pero ¿qué hay de las más de cien naciones que han padecido siglos de represión y rusificación?

Rusia tiene el incierto honor de ser el país más grande del mundo y es el “hogar” de más de 193 “grupos étnicos”, pero solo 83 gozan del estatuto político de “sujetos” de la Federación y ninguno es considerado lo que todos ellos son: Naciones. Chechenia ejerció su derecho de autodeterminación, declaró la independencia y sufrió las consecuencias: Dos guerras que causaron más de 200.000 muertos. Represión, pobreza extrema y el hundimiento de la tasa de alfabetización por debajo del 20% son el epítome de la receta de Putin.

“Pero son rusos”... Es la respuesta del estado y la lógica del imperio, cualquiera que sea su color.

Rusia es el “hogar” de más de 193 “grupos étnicos” pero ninguno es considerado lo que todos ellos son: Naciones