a vertiginosa reconquista del Afganistán que están llevando a cabo los talibán no sorprende a nadie... con la muy probable excepción de Joe Biden, el presidente estadounidense.

Y es que si a Biden no le ha sorprendido la fulminante reconquista, ha pecado de irresponsabilidad supina. O de ignorancia absoluta; dos eventualidades inverosímiles.

Porque es muy difícil creer que el presidente de los EEUU y su equipo de asesores ignorasen que los miles de millones de dólares investidos por Occidente en los últimos 20 años en equipar, entrenar y organizar a las fuerzas armadas y policía afganas no habían servido para nada. La corrupción endémica del país y la estructura tribal de su sociedad -con la excepción de Kabul, la capital, y un puñado de otras grandes ciudades- había derivado todo este capitalazo a las arcas de políticos, funcionarios y altos mandos militares locales.

La tropa afgana está hoy, al igual que hace 20 años, hambrienta, desorganizada, mal armada y desmoralizada. Ni sabe ni quiere luchar, Contra ella, los islamistas radicales lo tienen tan fácil que buena parte de los territorios recuperados fueron conquistados sin pegar un tiro.

Anunciar en estas condiciones y con meses de antelación que las tropas aliadas se iban a ir del país era ponerles a los talibán en bandeja de plata la reconquista de Afganistán. Y Joe Biden, siguiendo la estrategia global de Trump, hizo el anuncio a pesar de todos los pesares.

A pesar de saber que los fundamentalistas disponían de una tropa muy motivada; pese a saber (y no poder impedirlo) que los talibán recibían ayuda material, financiera, logística y técnica del Pakistán; y pese a saber que, -si ganaban- los fundamentalistas no respetarían ninguno de los tratados acordados con los EEUU para los primeros meses tras su retirada.

Es imposible imaginarse que todo esto fuera ignorado por la Casa Blanca y el Pentágono. Así que, la interpretación más plausible del empeño estadounidense de emprender una "retirada catastrófica" es que Washington cambió ya hace más de un lustro su estrategia global.

Así que, en vista de que controlar el mundo ya no estaba al alcance de la Casa Blanca (tampoco lo estuvo tras la ganar la II Guerra Mundial, cuando su hegemonía se extendía a más de medio mundo. Basta recordar al respecto los descalabros de Somalia, Vietnam, Libia, Líbano y el Irán de los ayatolás), en Washington decidieron una estrategia puntual.

Consistiría en intervenir directamente sólo en los sitios y conflictos que ponían realmente en peligro sus intereses vitales. El resto de las crisis han sido dejadas a su suerte. Por lo visto, en la Casa Blanca, tanto demócratas como republicanos consideran que inhibirse es igual de ineficiente que las fallidas intervenciones, pero resulta muchísimo más económico en vidas humanas y dinero.

A la vista de lo sucedido a EEUU, revisemos otras intervenciones a cargo de diversos países: En el Oriente Próximo y Africa, el intento de rusos, chinos. Iraníes y turcos de endosarse el protagonismo norteamericano de otrora les está resultando caro; sumamente caro, si se considera lo invertido y lo conseguido. Siria y Libia son escenarios ruinosos para el expansionismo ruso actual; el Líbano y Palestina socavan aún más las maltrechas finanzas iraníes; a Erdogan la presencia en Siria le habría arruinado sin los pagos de la Unión Europea para frenar la migración de los fugitivos, en tanto que la guerra civil etíope pone ya en peligro las cuantiosas inversiones chinas en esa parte del Continente Negro.