- Con Joe Biden ha llegado “el buen rollo y la buena onda” al G7 tras el huracán Donald Trump, que arrasó en sus últimas cumbres dejando tras de sí una estela de melodrama, perplejidad y caras descompuestas entre los aliados tradicionales de Estados Unidos. El presidente demócrata participa en su primera reunión del G7 desde que llegó a la Casa Blanca en enero pasado y con él este foro se ha convertido en un remanso de paz.

Sonrisas, aparente armonía, diplomacia tradicional... Nada que ver con la que quizás sea la mejor metáfora de un G7 con Trump: la famosa foto de la cumbre de 2018 en La Malbaie (Charlevoix, Canadá), donde el líder republicano aparecía sentado ante una mesa con los brazos cruzados, mirando retador a la canciller alemana, Angela Merkel, y a su homólogo francés, Emmanuel Macron.

Trump ya había dado la nota discordante en la primera cumbre del G7 en la que participó, la de Taormina (Italia), a los pocos meses de su llegada a la Casa Blanca. Poco después de posar para la foto de familia de la cumbre en el teatro griego de Taormina, los dirigentes pasearon por el municipio italiano sin Trump, quien decidió no unirse al resto de sus socios para subirse a un coche de golf para alcanzar un mirador.

Una versión más “zen” de Trump pudo verse en la cumbre del G7 de 2019 en Biarritz, aunque las discrepancias con los miembros del grupo persistieron sobre los asuntos tratado. Hna pasado dos años y entremedias se ha producido una pandemia, que aparte de provocar la cancelación de la reunión del G7 en EEUU ha sido uno de los factores que se ha llevado por delante a Trump. Ahora, con un nuevo inquilino en la Casa Blanca, el encuentro del G7 ha vuelto a ser lo que era, con un presidente estadounidense, Joe Biden, que se afana en convencer a los aliados de que EEUU es de fiar y que apuesta por el multilateralismo.

De hecho, como aseguraba ayer un funcionario de la Casa Blanca a los periodistas, “parece que los líderes se gustan los unos a los otros”.