- Escuchar o leer a Antoni Gutiérrez-Rubí es una oportunidad de aprendizaje. En tres semanas saldrá a la luz su último libro, Artivismo. El poder de los lenguajes artísticos para la comunicación política y el activismo’. Un juego de palabras para explorar nuevos lenguajes políticos, “que hacen de lo lúdico y creativo, lo transgresor y coral e híbrido, expresiones renovadoras de comunicación política”. Una creatividad que en lo digital y “con gran eficacia” no es ajena la derecha extrema, advierte. A la espera de su distribución en librerías, Gutiérrez-Rubí analiza desde su experiencia el intenso momento estadounidense.

Estados Unidos vive un momento crucial e inédito. Combinación que complica vaticinar qué pasará en los próximos cuatro años.

-Empieza un mandato bajo la larga sombra de la asonada del asalto y la invasión del Capitolio, con una presidencia que va a tener que reconstruir la nación en términos de confianza entre estados, entre partidos, entre bloques ideológicos y entre personas. La división social en Estados Unidos es muy profunda. La puesta en escena de la toma de posesión, no deja de ser también una metáfora del momento en el que estamos, de pandemia y de preocupación por la seguridad. Yo creo que va a ser una de las imágenes junto con el asalto al Capitolio que van a marcar la legislatura del presidente Biden.

Un Biden que venía de ser vicepresidente de Obama. ¿Qué recuerda de aquella etapa? ¿Cree que tiene el liderazgo suficiente para recoser a un país dividido?

-Biden viene de 50 años de servicio público, no solamente de servicio del presidente Obama, sino 50 años en la primera línea política. Es una persona con una larga experiencia y trayectoria a caballo de varias generaciones, varias tecnologías y varias administraciones. Yo creo que eso le da una solvencia especial para entender cambios profundos y la división de la sociedad norteamericana. Biden puede ser un presidente de un mandato corto, pero puede ser una gran sorpresa si es capaz de poner al servicio de su país este liderazgo tranquilo y sereno que quizás necesita la sociedad norteamericana. Y sobre mi recuerdo, diría que fundamentalmente una proximidad y complicidad con el presidente Obama, que me parece que le va a permitir también establecer una complicidad con su vicepresidenta, que es una líder emergente. Y le veo con la flexibilidad, la agilidad y la visión de poder establecer un liderazgo compartido.

¿Esa vocación por un único mandato puede ser una ventaja? ¿Es más fácil acotar objetivos que difuminarse a lo largo del tiempo?

-Sí, pero sobre todo por otra cosa. Lo que haga no lo hará pensando en clave electoral. Eso le tocará al siguiente, a Kamala Harris y a sus contendientes. Por lo tanto, es probable que él pueda arriesgar sin estar preocupado por la reelección.

Pero tendrá presiones para dejar bien colocada a su vicepresidenta, y la propia Harris mirará a 2023.

-Pero es la vicepresidenta, que puede dimitir antes. En todo caso, él tiene cuatro años y puede hacer en ese tiempo lo que quizás otro presidente necesitaría en ocho, y puede ser más rápido y más ambicioso y audaz.

Desde un punto de vista europeo, se abre una oportunidad de volver al anterior marco de relaciones.

-Sí, eso es una gran noticia, no solamente con Europa, sino con el mundo multilateral. El hecho de que Biden esté diciendo que la primera orden ejecutiva va a ser volver a los Acuerdos de París va en la dirección de un Estados Unidos comprometido con sus responsabilidades mundiales y comprometido con el sistema multilateral. Me parece que eso es una muy buena noticia para todos.

Un segundo mandato de Trump hubiese tenido seguramente consecuencias sobre la político europea y el auge ya incipiente de posiciones de extrema derecha o autoritarias.

-Habría permitido que la internacional trumpista, o la derecha populista y extrema que estamos viendo en Europa, hubiera visto revalidada su línea. Habría sido un aval y un estímulo. La derrota y su final de mandato va a alejar a muchos votantes de derecha extrema que al calor de la insatisfacción veían ahí una respuesta firme. El final de mandato puede debilitar a la derecha extrema en Europa y en el mundo. Eso sería una noticia esperanzadora.

Se debate cómo se tiene que enfrentar la democracia liberal a este tipo de posiciones. El asalto al Capitolio y el desgaste consiguiente, puede traer un cierre en falso. Pensar que si se inhabilita a Trump, problema resuelto. Sería muy arriesgado hacer esa lectura…

-Arriesgadísimo. Así como simplificar que la irresponsabilidad de Donald Trump le convierte en un fascista clásico o un fascista en términos históricos. No, es más bien una persona irresponsable, de un narcisismo peligroso, capaz de usar el poder de una manera totalmente indiscriminada, y muy peligrosa. Pero eso no le convierte inevitablemente en un fascista en términos históricos. Es un autoritario, es otras cosas, pero no intentemos simplificar con etiquetas del pasado lo que no sabemos comprender del presente. Eso nos obliga a volver a pensar cómo es posible que 74 millones de norteamericanos hayan votado a este Donald Trump. Y cómo es posible todavía que casi el 90% de las personas que han votado republicano sigan pensando que Biden es un presidente ilegítimo. Esa es la situación, y todo lo demás nos distrae de los problemas de fondo.

Cabe pensar que el fascismo en el siglo XXI por definición o conveniencia es diferente al del siglo XX.

-Lo que quiero decir es que tenemos que repensar si las categorías del pasado nos sirven para explicar el trumpismo y el populismo. Que eso no sea un atajo para resolver con facilidad algo que nos tiene que preocupar; qué veían los votantes de Trump, qué sentían, cómo es posible que haya crecido en el mundo afro y latinoamericano, que haya ganado en Florida...

Revisión aún pendiente para politólogos, historiadores...

-Claro, claro. El final de fiesta de Donald Trump, que es peligroso, traumático, vergonzoso y muy escandaloso, no debe ser una excusa para pasar página y no nos permita comprender qué hay detrás de todo esto.

Esta pandemia también es un reto para las ideas democráticas, entre la insatisfacción y la desigualdad.

-Sí, un desafío tremendo, empezando por el sanitario. Que el 30% o el 40% de la población en Estados Unidos no quiera vacunarse, y que un porcentaje significativo en España en la primera respuesta sea no me quiero vacunar, son señales alarmantes de la confianza de la ciudadanía en las mediaciones científicas, técnicas, políticas, institucionales. Ahí tenemos un tema a revisar. La pandemia, además de sus consecuencias sanitarias, económicas y sociales, va a hacer que en muchos sectores haya ganadores y perdedores, y estos últimos queden cortados del ascenso y la escalera social, y que se produzcan fuertes divisiones donde la crispación social se entremezcle con la división social y económica. La pandemia tiene este rostro durísimo de carácter sanitario, con los fallecidos, con los más de 80.000 fallecidos que tenemos en España, el rostro durísimo de la situación económica, junto con la división social y la polarización, hace que tengamos un desafío democrático muy importante, y los partidos democráticos van a tener que esforzarse en sanar la enfermedad y el contagio, y socialmente y cívicamente a la sociedad española.

“Los 50 años en política dan a Biden una solvencia especial para entender cambios profundos y la división de la sociedad”

“Estamos obligados a pensar cómo es posible que 74 millones de norteamericanos hayan votado a Donald Trump”