as expectativas del mundo ante los cambios políticos de los EEUU de Joe Biden son mucho mayores que lógicas. La expectativa pública es lógica, dada la personalidad provocativa en grado sumo del ya pronto ex presidente Donald Trump. Pero un cambio radical de la política estadounidense sólo podría esperarse sise tratara de una dictadura pura y dura, como -por ejemplo- el III Reich, la Uganda de IdiAmin o la Corea de Norte de la segunda mitad del siglo XX.

Pero los EEUU son una república democrática en grado sumo y adopta las decisiones que le parecen necesarias o convenientes en cada momento. Así, en política exterior el gran desafío actual de Washington es China y no la política que siguió Trump en sus relaciones con Pekín€ política que, por cierto, no ha resuelto nada.

Ni la Casa Blanca, como tampoco Australia, Japón o la India han sabido hasta ahora cómo cortarle las alas a una China que por vez primera en la Historia de nuestra era se ha enriquecido. Consciente de ello, Pekín desarrolla una agresiva política expansionista basada en la abundancia de dinero (en su mayor parte, dólares norteamericanos) muchísimo más que en su potencial bélico.

Trump forzó la línea pro-israelí de los EEUU, pero esta opción la adoptó la Casa Blanca desde la creación del Estado de Israel a mediados del siglo pasado y es hoy en día irreversible. Como irreversible es también la confrontación con el Irán porque la república teocrática nació con la americano-fobia como uno de sus elementos constitutivos.

Y tres cuartos de lo mismo se puede decir de la creciente inhibición militar estadounidense en el mundo. Esta se ha agudizado con Trump, pero viene de muy atrás a causa de su enorme costo y escasa rentabilidad. Todos estos problemas -y muchos más de menor entidad- eran anteriores a Trump y los hereda Biden en un contexto que le deja poco margen de maniobra. Un margen que aún se puede ver más recortado según resulten las configuraciones del Senado y la Cámara en los próximos meses.

Así que entre las exigencias del contexto internacional y la imprescindible conformidad del Legislativo para poner en práctica cualquier política internacional, a Biden le quedan bien poca opciones de mayor trascendencia que los retoques y las modificaciones estratégicas a largo plazo.

Y en la política nacional ocurre tres cuartos de lo mismo. La razón de ser los Gobiernos estadounidense es, en primer lugar, la generación de riqueza y en segundo lugar, el mantenimiento de un máximo de paz social. Trump logró mucho en el primer terreno y destrozó casi toda opción de alcanzar algo en lo segundo.

Pero para que haya paz -o guerra- hacen falta dos. Y si el conservadurismo feroz de Trump y sus retro-republicanos zarandearon de mala manera las estructuras de convivencia, a la crisis aportó tanto o más el radicalismo intransigente de los "progres" del Partido Demócrata. Y en ese campo minado de la convivencia política estadounidense, Biden podría aportar un poco de árnica.

Pero entonces, más que Joe Biden sería san José Biden, apóstol y mártir€.

¡ Ojalá!