no de los símbolos del sueño americano, es decir, el deseo de vivir de manera prospera y holgada, es una casa grande, con jardín y aislada del mundanal ruido, en las zonas que en Estados Unidos llaman suburbs y que en realidad son zonas residenciales alejadas del tráfico urbano.

Aunque para conseguir semejante ubicación haga falta, o mucho dinero, o mucho tiempo para trasladarse diariamente a decenas o a veces más de cien kilómetros al lugar de trabajo. Pero los niños pueden jugar y los padres pueden cultivar frutas y hortalizas, aunque les cuesten más caras de lo que pagarían en cualquier supermercado.

Es algo que no es ya tan sueño sino que se ha puesto más al alcance de muchas personas, debido a la situación creada por la pandemia del covid-19: ya no hace falta rellenar el depósito de gasolina ni perder varias horas diarias en el tráfico, porque ahora se trabaja desde las casas, gracias a las nuevas tecnologías y los avances en telecomunicaciones.

Lo que ya no es tan asequible es el aspecto económico, porque a diferencia de lo que ocurre con restaurantes y lugares de ocio, los edificios residenciales son cada vez más caros, especialmente cuando se trata de propiedades rurales. El flujo de personas que huye de las ciudades con su riesgo de contaminación y sus precios elevados, ha encarecido las residencias en los extra radios, los pueblos y las zonas semi despobladas.

En parte, esto se debe a que la pandemia ha provocado un encarecimiento general de materiales de construcción, con lo que los precios inmobiliarios van subiendo de forma espectacular, a veces más de un 15% en menos de un año. Y aún así, resulta difícil encontrar una vivienda disponible.

Entre tanto, la población rural parece muy satisfecha de la coyuntura favorable, pero es muy posible que la alegría dure poco, por los cambios que probablemente se avecinan y que ya han experimentado algunos lugares: sus nuevos vecinos llegan de zonas urbanas y no solo traen unos bolsillos más repletos, sino también su ideología.

Esto significa que, al cabo de un tiempo no muy largo, las preferencias políticas van a cambiar: los urbanitas acostumbran a ser demócratas y al marcharse de las ciudades llevan consigo su credo político. Los rurales favorecen a los republicanos, pero su voto se diluye si hay una gran inmigración urbana, de forma que la situación puede dar una gran ventaja a los demócratas a medio plazo.

Para el Partido Republicano, esto puede generar un problema a largo plazo, especialmente porque el lugareño probablemente mantendrá, o incluso mejorará, su nivel de vida

Es una tendencia que ya se puede observar en algunas zonas: por ejemplo, la población de California favorece al partido demócrata y, al emigrar a estados como Nuevo México, California o Texas, se llevan consigo su ideología y la reflejan en las urnas, con pérdidas para el Partido Republicano.

Otro cambio -este para bien de todos- es que el éxodo urbano podría traer consigo es la muy deseada mejora de las infraestructuras. En las zonas rurales hay una limitación muy grande en las telecomunicaciones, cosa fácil de explicar por las grandes distancias que encarecen los tendidos de cables y todo tipo de instalaciones y, ante la escasa densidad de población, el costo por habitante resulta tan elevado que simplemente no hay suministro. Lo único que llega, por ley, a todas partes, es la electricidad. Ni el agua esta garantizada porque en muchos lugares los residentes dependen de sus propios pozos.

A largo plazo nada se puede predecir y es bien posible que la vida rural cambie la visión política de los que van llegando, pero de ocurrir así, cosa nada segura, se tardará tiempo. De momento, las amplias residencias en medio de los campos son un auténtico oasis para los que huyen del tráfico y, como los Siete Enanitos, se refugian "en casa, a descansar".