i los debates presidenciales en Estados Unidos dan a veces resultados cuando uno de los dos aspirantes a la Casa Blanca tiene alguna idea brillante, o cuando presenta una personalidad más atrayente, no ocurre lo mismo con los candidatos a la vicepresidencia, que tienen escasa o nula influencia en las urnas y, en consecuencia, poca resonancia.

En la inusual situación actual de la política norteamericana, el presidente arrastra una lucha contra sus rivales políticos que comenzó ya antes de su victoria electoral hace cuatro años. Por si esto fuera poco, Trump no pierde ocasión de perjudicarse a sí mismo con sus exabruptos que caen especialmente mal en una población desorientada por la plaga del covid-19.

Ante semejante confusión el debate entre el actual vicepresidente Mike Pence y la aspirante al cargo Kamala Harris, siguen ocupando los titulares aunque en otros ciclos electorales este enfrentamiento despierta generalmente poco interés.

Aparte de la acritud que caracteriza el tono político de los últimos años, lo que más llama la atención en el debate del pasado jueves es la falta de respuesta a las preguntas que fueron repetidamente planteadas. Un silencio tanto por parte de Harris como de Pence.

Así, el actual vicepresidente no indicó de qué forma trataría Donald Trump el seguro médico, un punto que los demócratas utilizan para atacarle: la ley aprobada durante la presidencia de Obama y conocida como Obamacare eliminó una de las provisiones más detestadas en los seguros médicos y que consistía en negar cobertura por enfermedades previas, de forma que los asegurados habían de pagar de su bolsillo la atención por dolencias contraídas antes de contratar la póliza.

A Pence se lo preguntaron repetidamente, tanto la moderadora del debate como su rival, Kamala Harris, pero no hubo prácticamente respuesta y el vicepresidente se refugió en otras cuestiones.

En cuanto a Kamala Harris, la lista fue algo más larga: se negó a confirmar que los demócratas tratarían de recortar el acceso a armas de fuego y negó que el candidato Biden tenga intenciones de suspender el proceso de extracción de petróleo conocido como fracking, que permite obtener energía de las rocas , lo que tiene riesgos para el medio ambiente por el uso de enormes cantidades de agua y la inyección de productos químicos.

Más importante fue la pregunta acerca del Tribunal Supremo, que desde 1869 está formado por nueve magistrados, nombrados de por vida e inmunes a los cambios de orientación política en la rama legislativa o ejecutiva. Los sectores más progresistas de la política norteamericana quieren eliminar el control que el Supremo tiene sobre la administración de Justicia y para ello sugieren nombrar muchos más magistrados para el tribunal, de forma que se anulen los unos a los otros.

De esta forma, eliminarían en la práctica el principio de separación de los tres poderes (Ejecutivo en la Casa Blanca, Legislativo en el Congreso y Judicial en el Supremo) establecido en la Constitución y que ha regido hasta ahora el devenir político del país.

No sólo se negó Kamala Harris a indicar cuál sería su preferencia, sino que una semana antes ya el candidato demócrata, Joe Biden, tampoco quiso contestar a preguntas acerca de esta cuestión, bajo el pretexto de "si digo algo ahora, se convertirá en tema de debate"

La reticencia de la campaña de Biden es comprensible a la vista del electorado que le corresponde: los sectores más radicales le exigen que se una a las posiciones más progresistas y que tienen un apoyo evidente entre los seguidores de su rival Bernie Sanders, auto declarado socialista. Biden necesita estos votos, pues los márgenes electorales acostumbran a ser pequeños y no puede renunciar a ellos. Pero tampoco puede perder el grueso del voto demócrata, con escaso apetito de cambios radicales y poco interés en una redistribución radical de la riqueza.

Convencidos de que Trump tiene un apoyo insuficiente, Biden y sus asesores creen que lo mejor es dejar las posiciones sin definir, lo que además le dará más margen de maniobra si llega a ocupar la Oficina Oval.

Si los demócratas y los republicanos guardan silencio sobre una u otra posición, hay en cambio algo en que ambos coinciden: cuando haya el recuento de votos, no van a aceptar el resultado. Fuera y dentro de Estados Unidos se repite casi diariamente que Trump no aceptará una derrota electoral, pero pocos se hacen eco de la recomendación de Hillary Clinton, la candidata demócrata derrotada en 2016, al aspirante Joe Biden: "No se pueden aceptar los resultados de ninguna de las maneras". En realidad, la frase no corresponde a lo que significa: lo que no se puede aceptar es la derrota.