can't breathe! (¡No puedo respirar!). Hasta hace poco más de una semana, muchos neoyorquinos habrían asociado esta frase con uno de los síntomas más característicos del coronavirus, la enfermedad que ha marcado un antes y un después en la forma en la que trabajamos, nos relacionamos y, en general, vivimos. Hoy, sin embargo, la frase resuena en todo Estados Unidos convertida en uno de los símbolos de las multitudinarias protestas contra el racismo y la creciente violencia ejercida por la Policía. Unidos bajo el movimiento Black Lives Matter (Las Vidas Negras Importan), cientos de miles de personas han tomado la decisión de abandonar sus casas tras meses de encierro para mostrar su indignación por la muerte de George Floyd, el caso más reciente de violencia policial contra afroamericanos en el país. En cuestión de días, decenas de ciudades fantasma, incluida Nueva York, han visto cómo sus calles desiertas han sido ocupadas por mareas de gente de distintas razas, etnias y nacionalidades.

Desde el pasado 25 de mayo, la cara de Floyd, el estadounidense de 46 años que murió tras ser arrestado y asfixiado por un policía de Minneapolis (Minnesota), se ha convertido en un icono de indignación y protesta. Las imágenes del arresto muestran claramente cómo el oficial de policía Derek Chauvin, blanco y de 44 años, clava su rodilla sobre el cuello de Floyd durante casi 10 minutos mientras otros tres oficiales mantienen inmóvil al arrestado, que en todo momento estuvo desarmado. Sometido e incapaz de liberarse de los policías, sus últimas palabras fueron grabadas por los testigos del violento incidente: "¡Por favor, no puedo respirar! ¡Me duele el estómago! ¡Me duele todo! ¡Me van a matar! ¡Me duele el cuello!".

Las imágenes del arresto corrieron como la pólvora en redes sociales y, en cuestión de horas, fueron emitidas por cientos de medios de comunicación, tanto nacionales como internacionales. Tras meses de aislamiento y desconexión de la realidad, el vídeo de Floyd ha obligado a la sociedad estadounidense a recordar que, pese al clima de solidaridad y cooperación creado por la pandemia, la gran mayoría de sus problemas sociales continúan siendo inmunes al virus. Quedarse en casa se convirtió en la mejor forma de ayudar al personal sanitario a hacer frente al coronavirus; sin embargo, la creciente violencia policial y las actitudes racistas inherentes al sistema estadounidense solo pueden hacerse combatirse en un lugar: la calle.

Una vez que la mecha de la revolución comenzó a arder en las calles de Mineápolis, las protestas por la muerte de Floyd se extendieron rápidamente por decenas de ciudades de Estados Unidos, de norte a sur y del Atlántico al Pacífico. Conforme fueron pasando los días, cada vez más personas decidieron mostrar su apoyo al movimiento Black Lives Matter en núcleos urbanos como Memphis, Los Ángeles, Portland (Oregón), Indianápolis y Chicago, obligando a las autoridades a tomar medidas excepcionales para cortar el tráfico y evitar altercados.

En Nueva York, las primeras protestas tuvieron lugar el pasado 28 de mayo en Union Square, donde cerca de 100 personas se dieron cita para caminar pacíficamente hacia el Ayuntamiento al ritmo de frases como "Sin justicia no hay paz", "Di su nombre: George Floyd" y "Reforma es lo que necesitamos". Desde ese día, las protestas se han ido repitiendo en varios puntos emblemáticos situados en distintas partes de la ciudad, incluyendo Bryant Park, Washington Square Park, Herald Square y el Monumento Nacional al 11-S. En estos lugares, los aplausos desde las ventanas han sido sustituidos de forma progresiva por marchas multitudinarias, violentos disturbios y, en algunos casos, saqueos de tiendas.

"Nos están matando. ¿Qué pretenden que hagamos? Esta ciudad es nuestra, y ya llevamos mucho tiempo encerrados y callados", afirmó Mariah J. Johnson, vecina de Manhattan, en una de las protestas convocadas el pasado lunes. Vestida de negro y cubierta con una mascarilla morada, la joven, de 26 años, acompañó a los manifestantes desde DUMBO, uno de los barrios más populares de Brooklyn a orillas del East River, hasta la zona de Tribeca, situada en la parte baja de Manhattan. Acompañada por miles de personas, Johnson cruzó el fotogénico Puente de Brooklyn con el puño en alto y sosteniendo un cartel que decía: Soy negra y soy mujer. ¿Sobreviviré hoy?

Union Square, la emblemática plaza en la que comienzan o terminan muchas de las manifestaciones organizadas en Nueva York, también se ha consagrado como uno de los puntos neurálgicos de las protestas por la muerte de Floyd. Con el fin de conservar los cristales intactos durante los altercados nocturnos, la mayoría de los comercios que rodean la plaza han cubierto sus escaparates con tablones de maderas, los cuales, a su vez, se han convertido en el lienzo perfecto para que los manifestantes dejen constancia de su creatividad y compartan sus ideas.

Mientras Nueva York se preparaba para comenzar la desescalada y volver a una nueva normalidad, las protestas por la muerte de Floyd han puesto en jaque los planes de las autoridades locales para reabrir las puertas de la metrópolis más afectada por la pandemia. Pese a que la tasa de contagio del coronavirus en Nueva York ha ido disminuyendo de manera paulatina en los últimos días, la ciudad de los rascacielos continúa siendo el epicentro de la pandemia en Estados Unidos. Según los últimos datos oficiales, más de 200.000 residentes han sido diagnosticados con la enfermedad, y cerca de 21.000 personas han muerto a consecuencia del virus procedente de la provincia china de Wuhan.

Con el fin de evitar un repunte en el número de contagios y, sobre todo, para evitar altercados violentos durante las noches, el alcalde de la ciudad, Bill de Blasio, anunció el pasado lunes su decisión de implantar un toque de queda durante toda la semana. Las palabras del edil fueron recibidas con sorpresa y bastante recelo por gran parte de la población neoyorquina, ya que una medida de este tipo no había sido adoptada en su ciudad desde los años de la Segunda Guerra Mundial. En aquella ocasión, el entonces alcalde de la ciudad, Fiorello La Guardia, cuyo apellido da nombre a uno de los tres aeropuertos neoyorquinos, optó por implantar un toque de queda entre el 1 y el 2 de agosto de 1943 después de que un policía blanco disparara a un soldado afroamericano en un hotel.

La directriz de De Blasio, sin embargo, no logró frenar a los miles de personas que, durante varias noches, saquearon docenas de tiendas de lujo, farmacias y tiendas de electrónica ante la atónita mirada de los vecinos, que observaban lo que estaba ocurriendo desde la calle o a través de la ventana. Los principales incidentes se registraron en la zona de Herald Square, donde se hallan los emblemáticos almacenes Macy's; el barrio del SoHo y la Quinta Avenida, donde se concentran casi todas las tiendas de lujo de Nueva York.

La muerte de Floyd a manos de la Policía de Minneapolis ha vuelto a dejar claro que, pese a los repetidos intentos por reformar el sistema de justicia criminal y mejorar la actuación de las fuerzas del orden en Estados Unidos, la población afroamericana continúa siendo oprimida y criminalizada por el sistema, el cual ofrece muchas más garantías y oportunidades a los ciudadanos de piel blanca. Basta con echar un vistazo a las cifras oficiales del año pasado para detectar el racismo y la criminalización que sufre la raza negra: mientras que la población afroamericana sólo representaba el 14% de la población total de Estados Unidos, dicho grupo supuso el 23% de las víctimas mortales en los más de 1.000 tiroteos en los que participó la policía el año pasado.

El crimen de Floyd y la violencia policial, sin embargo, son sólo la punta del iceberg en un sistema que, de manera sistemática, criminaliza a la población negra y otorga privilegios a los ciudadanos blancos. Para poder entender de verdad las protestas que han incendiado las calles de Nueva York y de todo el país, debemos analizar la muerte de Floyd y la brutalidad policial en conexión con otros problemas que afectan a la sociedad estadounidense desde hace años, incluyendo la falta de sanidad pública, la diferencia salarial entre grupos sociales, la discriminación en los espacios públicos, el racismo inherente al sistema de justicia, las desigualdades en el sistema educativo, y la encarcelación en masa. En este último caso, los datos son especialmente reveladores: 1.000 de cada 100.000 afroamericanos se encuentran en prisiones federales o estatales, mientras que sólo 200 de cada 100.000 ciudadanos blancos terminan siendo encarcelados.

La crisis sanitaria, por su parte, ha evidenciado aún más la profunda desigualdad racial que existe en Estados Unidos, donde las comunidades afroamericanas y latinas han sido afectadas de manera desproporcionada por el virus. En Mineápolis, por ejemplo, el 35% de los casos confirmados de coronavirus han sido pacientes negros, pese a que dicho grupo representa únicamente el 20% del total de la población de la ciudad. A nivel nacional, los datos demuestran que, por cada persona blanca que muere a consecuencia del virus, tres pacientes negros también sucumben a la enfermedad debido a la falta de acceso a unos servicios sanitarios mínimos. Además, según las estadísticas, los empleados negros y latinos tienen mayor riesgo de contraer el virus, ya que muchos de ellos trabajan en negocios de productos y servicios de primera necesidad y, por tanto, no pueden quedarse en casa.