a guerra del Yemen, en la que Arabia Saudí y sus aliados -principalmente, los Emiratos Árabes- luchan contra los hutíes (tribus chíitas del Yemen septentrional) va de mal en peor y la semana pasada registró una auténtica debacle saudí. No sólo lograron los hutíes notables victorias en sus territorios, sino que en Adén asumió el poder un “Consejo Meridional de Transición” en detrimento del presidente legítimo (y del agrado de Riad), Abd Rabbo Mansur Hadi.

Los muchos reveses militares sufridos por la alianza saudí a lo largo de los cinco años que ya dura la guerra del Yemen son menos graves que la asonada separatista de Adén. Para los fracasos bélicos hay explicaciones y hasta justificaciones. La lucha se llevan a cabo en territorio hutí, con la ventaja que supone para estos la orografía del país; las tribus yemenitas reciben una importante ayuda militar y técnica del Irán; y, en general, el historial guerrero de sauditas y aliados tampoco permite esperar de ellos grandes hazañas.

Pero el golpe separatista es ante todo una debacle política. En primer lugar significa el desmoronamiento de la alianza, con la disensión justamente del resto del Yemen. Es decir, ahora resulta que Riad y Abu Dabi no luchan por la unidad del Yemen, sino por sus propios intereses en la península Arábica.

En segundo lugar, una de las bazas clave de la política son los recursos financieros. Y tanto Riad como Abu Dabi tienen las arcas bien llenas, habiéndose gastado un dineral en el conflicto yemení… con unos resultados políticos tan malos o peores que los registrados en campos de batalla.

Y en tercer lugar, quizá el más importante, el secesionismo de Adén revela una desinformación o, incluso, indiferencia supina de los aliados hacia los protagonistas yemeníes del drama. Porque los secesionistas declararon en su primer comunicado que habían dado el paso “…debido a que Mansur Hadi ha mostrado una incompetencia absoluta en la lucha contra el covid-19 y la epidemia de cólera, así como la corrupción imperante…”, amén de haber desatendido gravemente la gestión pública en general. Con otras palabras, el hombre de Riad y Abu Dabi en el Yemen no tiene más méritos políticos que los patrocinadores extranjeros que lo mantienen en la presidencia.

En descargo del príncipe heredero saudí, Mohamed bon Salman, hay que recordar que Riad se ha visto involucrado en el avispero yemení mucho antes de que él se erigiera en el hombre fuerte del Gobierno saudí. La ruta belicista estaba ya trazada cuando él asumió el poder fáctico y el mayor reproche que se le puede hacer a Salman es muy discutible: el que no haya encontrado una forma airosa de salir de esta guerra.