Hace poco más de un mes, al inicio de las primarias, la mayoría de votantes demócratas entonaba un lema común: "Cualquiera excepto Trump". El presidente menos presidencial, el que más sal ha echado sobre las heridas históricas de Estados Unidos, como pegamento de la unidad demócrata. El seguidor de Bernie Sanders, aun con las frustraciones acumuladas en 2016, se comprometía a votar por Joe Biden si el exvicepresidente resultaba elegido; el seguidor de Biden, a hacerlo por el senador de Vermont en caso contrario. No había casi excepciones en la respuesta de los seguidores a los que hicimos la pregunta. Pasadas cinco semanas desde los caucus de Iowa, Sanders y Biden, representantes de los dos extremos ideológicos del Partido Demócrata, se han quedado solos en la carretera.

Un "socialista democrático" y un "moderado". Dos opciones septuagenarias, blancas y masculinas para frenar al septuagenario y blanco Donald Trump. Noviembre será un referéndum sobre su presidencia. En esa clave deben leerse las opciones demócratas. En circunstancias normales, primaría el debate de las ideas, pero lo que ahora moviliza a una parte de la sociedad estadounidense es la necesidad de salir del túnel del horror del trumpismo. Si nos fiamos de las encuestas, lo desea más de la mitad de la población.

Los fantasmas del pasado Pero el deseo común no ha impedido que se reabran las viejas heridas ni que sobrevuelen los fantasmas de 2016. En menos de una semana, el aparato del Partido Demócrata ha logrado frenar en seco las opciones de Bernie Sanders. Miembros del establishment discuten incluso que exista tal establishment, pero la coreografía sincronizada ha sido muy evidente. Se inició en los días previos a las primarias de Carolina del Sur y alcanzó su culmen el pasado martes, cuando catorce estados votaron en el conocido como supermartes. De Sanders como líder sólido a la resurrección de un Biden que hundido tras mostrarse torpe y lento de reflejos. El segundo de Barack Obama, que fracasó en sus dos intentos previos por ser el candidato a la presidencia, sale disparado hacia la nominación en el peor estado de forma de su larga carrera política.

Del deseo común que suma al miedo que resta. Tras el despegue de Bernie Sanders, medios e internet se llenaron de viejas historias sobre la simpatía del senador por los países de la órbita soviética. Miedo al rojo en un país que vivió la Guerra Fría. Miedo al comunista en el país del capitalismo. Solo que las propuestas de Sanders están más próximas a la socialdemocracia europea que a los regímenes de Cuba o Venezuela. Pero el imperio no admite matices que agrieten el relato de su liderazgo democrático global. No todo es blanco y negro, defiende Sanders. Los grises encienden la alerta roja en el partido.

A la arqueología de hemeroteca le acompañó una filtración: la advertencia de la Inteligencia estadounidense de que Rusia trata de favorecer la nominación de Bernie Sanders. Las informaciones no fueron muy precisas en el cómo, pero lo suficientemente efectivas. Empezó a instalarse entonces la idea de que los votantes demócratas moderados y, por supuesto, los republicanos asqueados con Trump, podrían quedarse en casa en noviembre si él es el candidato. En la televisión se escucharon comentarios comparando su éxito con la entrada de los nazis en París. Se publicaron artículos de opinión con títulos que no dejan lugar a la duda: "No, Sanders no. Nunca".

Misión: rescatar a Biden La dirección del viento electoral comenzó a cambiar a mediados de la semana pasada. A las puertas de las primarias de Carolina del Sur, un estado conservador en el que más de la mitad de votantes demócratas son afroamericanos, el establishment movió hilos. El voto negro era clave y Bernie Sanders había puesto un enorme empeño en convertirse en una opción popular entre esta comunidad tras su fiasco en 2016. Los afroamericanos vinculan a Joe Biden con su añorado Obama, pero este llegaba casi desahuciado a la cita. Hasta que aparecieron los primeros auxilios. Jim Clyburne, veterano congresista negro, se puso de su lado. Biden arrasó en las primarias con el 61% de voto de esta comunidad. El mismo porcentaje de votantes reconoció que el apoyo de Clyburne fue un factor importante. Para el 27%, "el factor más importante".

Biden volvía a la vida, pero el auténtico test estaba tres días después: el supermartes reparte un tercio de los delegados que eligen en julio el candidato en la convención nacional del partido. Con el senador líder, la duda era si obtendría un número inalcanzable para el resto o si habría partida. Y el partido cambió el tablero de golpe. La senadora Amy Klobuchar y el exalcalde Pete Buttigieg arrojaron la toalla y se sumaron a la campaña de Joe Biden. Desapareció así uno de los principales obstáculos para hacer realidad el deseo del establishment. Adiós a la división del voto moderado en vísperas de una jornada clave. Frente unido contra Sanders. Un coro de apoyos del aparato fue poniendo la banda sonora a "la resurrección de Joe". El país no quiere una "revolución", diagnosticó Biden. Hay que elegir a un "demócrata demócrata", reivindicó apuntando contra Bernie Sanders.

En 72 horas, el paisaje quedó transformado. El exvicepresidente salió triunfador del supermartes. En Virginia, donde le sacó 30 puntos al senador, las encuestas recogen que casi la mitad de los votantes se decantó a última hora por Biden. Caló el mensaje: es la apuesta segura contra Trump. Ni siquiera la entrada en competición del multimillonario Mike Bloomberg le restó. Siempre se le vio como un ente extraño y, tras su fracaso, abandonó y se puso del lado de Joe Biden. Ya es el favorito. Lidera ligeramente en número de delegados y a Bernie se le ha puesto muy cuesta arriba. Si no alcanza los 1.991 que dan la mayoría, e incluso aunque llegue primero, el partido hará en julio sus propias cuentas. Todas dan como resultado Biden. El martes siguen las primarias. Un mano a mano en el que uno de los contendientes va dopado.