Superando un clima político tenso, con un escenario político especialmente polarizado en torno a los dos bloques, Euskadi ha vuelto a aportar en las elecciones generales del 28-A una muestra más de su compromiso con la democracia logrando un porcentaje histórico de participación que legitima aún más si cabe el resultado de unas urnas llenas de sentimiento, de emociones y de dignidad democrática. La cita electoral venía marcada por la polarización ideológica y por la preeminencia mediática de altisonantes y beligerantes discursos, centrados muchos de ellos en la falsa doctrina del agravio y del privilegio en referencia a nuestro singular sistema de autogobierno.
El riesgo de una involución democrática estaba presente y la sociedad vasca, como por cierto también la catalana, ha optado por dar el liderazgo político con su mayoritaria representación en las Cortes españolas a aquellas fuerzas políticas que priorizan el dialogo, el pacto y la moderación como base del ejercicio responsable de la política. Euskadi es el único territorio en cuyas tres circunscripciones electorales carecen de toda representación las tres derechas que competían y rivalizaban entre sí.
La sociedad vasca ha estado muy por encima de este tipo de pirotecnia política, ha dado una lección de cordura y de sensatez democrática al desplazar hacia la insignificancia política a quienes pretendían romper puentes en el siempre delicado edificio de la convivencia entre diferentes.
Una lectura final merece el consolidado liderazgo del PNV en los tres territorios, un triunfo incontestable también en esta convocatoria de elecciones generales. Se trata de un éxito que no es fruto de la casualidad ni, como algunos análisis exponen, resultado del miedo; es, en cambio, fruto de la confianza ganada desde la responsabilidad, desde el trabajo serio de sus dirigentes políticos y de una acertada orientación de mensajes constructivos durante la campaña.