Mentira. Fue la palabra de anoche. Mentira y mentira. Si el votante que duda qué hacer el domingo dejó para anoche los deberes para decidir su voto, es bastante probable que el debate decisivo de poco le haya servido. El lapsus de Albert Rivera contra Pedro Sánchez en uno de los primeros compases del programa televisivo fue premonitorio: “¿Ya ha acabado de mentir? Ahora me toca a mí”.

El debate, de muchas palomitas y más coca-colas, sirvió para ver en un mismo plató durante dos horas y a todo volumen las acusaciones que hasta ahora se habían cruzado en entrevistas y mítines. Con 20 minutos hubiera sido suficiente. Fue, dijeron, gracias al formato más abierto que la víspera.

Como en las películas de Woody Allen en el que las ciudades en las que rueda llegan a ser protagonistas de la trama, el formato se convirtió en uno de los destacados de anoche. Los portavoces del PP, Unidas Podemos y Ciudadanos ponían el foco en ello antes de arrancar. Prometían emociones que el lunes no dieron pese a que el moderador Xabier Fortes les instó a perderse “educadamente el respeto”. Escudados en la excusa de que el formato iba a ser más abierto, anoche lo hicieron.

Si en la víspera Pedro Sánchez echó mano de su perfil presidencial, Pablo Casado intentó presentarse como referente de la derecha desde la moderación -casi por primera vez en lo que llevamos de campaña-, Albert Rivera tiró de perfil grueso para restar protagonismo al PP y Pablo Iglesias fundamentó su papel en la Constitución, los papeles ayer cambiaron. Los perfiles se acentuaron y Sánchez tuvo más trabajo que el lunes para salir vivo hacia la recta final. Quien baja al barro se mancha.

El debate arrancó por el que estaba llamado a ser el último bloque: los pactos. Los periodistas Vicente Vallés y Ana Pastor dispararon una pregunta a cada candidato que los aspirantes desconocían. Por sorteo, primero respondió Sánchez. “No está en mis planes pactar con un partido que ha puesto un cordón sanitario al PSOE”, alejó la posibilidad de pactar con C’s.

Rivera volvió a lanzar un guiño al PP para gobernar de la mano; Casado, que corrigió su actitud moderada del debate de la víspera, lanzó su primera invectiva contra C’s al recordar que José Manuel Villegas dio un “portazo” a la posibilidad de la lista conjunta al Senado; e Iglesias, que llamó al resto de candidatos no insultarse, avisó de que el próximo gobierno español será de coalición y reprochó a Casado que sí, sí ha pactado con el PSOE: con “nocturnidad veraniega”, reformar el artículo 135 de la Constitución.

El primer bloque arrancó con preguntas sobre el empleo, pero la primera jugada destacada de la noche la dejaron Rivera y Sánchez. Sabedor de que su estrategia para encontrar los focos pasaba, como en una discoteca, por pelearse con los grandes, Rivera buscó a Sánchez y lo encontró: le entregó una copia de su tesis doctoral y este reaccionó regalándole un ejemplar del libro de Santiago Abascal y Hermann Tertsch. Era el bloque sobre propuestas electorales e Iglesias Turrión, cuyos apellidos puedan sonar a árbitro de Primera División, les afeó su actitud: “Los españoles no se merecen el intercambio de libros que acabamos de ver”.

Poco después chocaron Rivera e Iglesias. El líder de Unidas Podemos, que acudió a Atresmedia en un taxi en un guiño al sector, reclamó “un acuerdo para que Uber y Cabify paguen impuestos”, mientras Rivera, con constantes interrupciones, trataba de interrumpirle en varias ocasiones. Iglesias reprochó al candidato naranja: “Es usted un maleducado. Un impertinente. Con todo el cariño”.

Camino de la primera hora, el debate transcurría plano hasta que en materia de feminismo y en un intento de defender a Cayetana Álvarez de Toledo, Pablo Casado intentó salir de su ostracismo. Acababa de asegurar Sánchez que la Junta de Andalucía, donde gobiernan PP y C’s con el apoyo de Vox, que “ya se están haciendo las listas negras, diciendo que querían los datos de las personas que trabajan para prevenir la violencia de género. El ideólogo, la ultraderecha; el responsable, el PP, que lidera la Junta; y los cómplices necesarios, el señor Rivera y C’s”.

Y el líder del PP salió de la esquina al centro de la pista para rechazar “lecciones” por parte del PSOE y terminó por remontarse a 1992: “El partido que tiene al único líder político condenado por malos tratos a su mujer es el PSOE, el señor Eguiguren, que no lo echaron sino que lo pusieron en el caserío a negociar con los etarras”. Casado volvió con ese ataque a conectar con su tono habitual de la campaña, donde ha acusado a Sánchez de aliarse con quienes tenían las “manos manchadas de sangre”.

Casado vuelve a su estilo anterior El líder del PP enmendó así su estrategia del lunes, donde fue más a simular un cara a cara con Sánchez y obvió a C’s. Ayer cambió su estrategia: la gran bolsa de indecisos, 11,9% según el último CIS, duda entre PP y C’s. Entre los populares y Vox, solo duda un 3%. El PP asumió ayer que la directa para acercarse a La Moncloa era por KO de Ciudadanos. Con un perfil mucho más duro que los naranjas contra Sánchez. Incluso utilizando en varias ocasiones a Eguiguren.

Entre acusaciones de mentiras, asomó Pablo Iglesias de nuevo como el director de la escena teatral que, en una acotación, dialoga con el público, cuya empatía busca ganarse desde un papel no protagonista: “Estoy sintiendo mucha vergüenza por la forma en la que se está desarrollando este debate”.

Pedro Sánchez, sin perder la sonrisa, trataba de situarse al margen de la pelea entre C’s y PP, a lo que el líder socialista definió como “las primarias de la derecha”. Esos momentos, sobre todo en el debate económico, fueron los mejores para Sánchez. No necesitaba hacer nada. Que se pegaran entre ellos: el voto indeciso debate en un 9,1% entre el PSOE y Unidas Podemos, un 8,9% entre PSOE y C’s, y un 6,6%, entre socialistas y populares.

Como Podemos hace tres años, C’s rumió durante el día la idea de que había comenzado su remontada. Era su forma de hacer ver que, tras el debate del lunes, el voto naranja no es un voto a la basura, aunque para eso descartó la imagen presidencialista tipo Börgen que añoraba en otros tiempos.

Podemos respira Mientras tanto, y con Sánchez centrado en defenderse de los ataques de las derechas, Iglesias ganaba una presencia y una imagen que sí pueden ser decisivos el próximo domingo. Incluso fue el que más defensa de Sánchez hizo ante Casado y Rivera, a quienes señaló por “sobreactuar” cuando acusaban al líder socialista con “barbaridades” como pactar con terroristas.

Así fue la noche en la que los principales dirigentes de la política española observaron, 26 años después del primer debate electoral televisado entre Felipe González y José María Aznar, las bondades de un formato menos acartonado. La noche en la que los telespectadores comprobaron los perjuicios de un gallinero. Donde de la mano de Casado y Rivera volvieron a asomar los Arnaldo Otegi, los Joaquim Torra, Carles Puigdemont en la gran traca final. El debate decisivo.

Prueba de que lo de anoche podía ser decisivo, Vox -cuya presencia en el debate prohibió la Junta Electoral y mitineaba en la plaza de toros de Las Rozas ante más de 4.000 personas- pidió a sus seguidores que pasaran del encuentro de Atresmedia.

Los cuatro candidatos, quizá en el último gran debate de la historia española que tuvo como protagonistas a cuatro varones, evidenciaron que es posible debatir sin entrar en el fondo de los programas. Debatir por debatir. Sin hablar de Euskadi y hablando de Catalunya más para cruzarse acusaciones que para resolver los problemas de ambos territorios. Que es posible que los candidatos confronten entre sí más que contrasten sus propuestas. Que es lo que está siendo la campaña. Lo que tras el debate del lunes, volvió a ser anoche.