Sigue habiendo los mismos millones de indecisos. En una interminable campaña de suciedad inagotable no hay debate sólido que altere un guion tan manido. Quizá solo haya espacio para interpretar el alcance de algunos guiños premonitorios como ocurrió anoche. Fue cuando la izquierda se cruzó mutuas alabanzas de conquistas sociales en apenas nueve meses, mientras Albert Rivera inesperadamente clavaba la daga del encarcelado Rato en el cuerpo de Pablo Casado como si quisiera marcar distancias en el entendimiento de la derecha. Por eso Pablo Iglesias, siempre con la Constitución como bandera en su mano, quiso saber con tanta vehemencia a quién elegiría Sánchez como aliado para continuar gobernando. Para entonces, ya se había visto que el presidente prefiere alardear con autosuficiencia su apuesta por la igualdad social porque la realidad macroeconómica le pone nervioso. Algunos gráficos de esa aguerrida oposición que no le ha dejado respirar desde que ganó la moción de censura le produjeron una evidente incomodidad.

Pero había bastado el primer minuto del coloquio para saber que no habría resquicio para la tregua y que las emociones llegarían por donde siempre, por la asignatura pendiente de la territorialidad. Es muy probable que Santi Abascal se desternillara al escuchar el enésimo esfuerzo desgarrador de Casado y Rivera por defender la indisolubilidad de España como bien sagrado. El líder de Vox no necesita arriesgar sus carencias intelectuales en debate alguno para arrebatar de un plumazo a la derecha tradicional miles y miles de votos en su condición de garante indiscutible del unionismo retrógrado. Esa permanente herida del desafío del independentismo catalán desangrará al PP en las urnas del próximo domingo. Un candidato que lleva diez meses implorando machaconamente elecciones y un cuerpo a cuerpo a cara de perro no puede ir llorando ante la Junta Electoral porque el orden de intervención en TVE se decide por sorteo. Al hacerlo, y encima sin éxito, Casado demuestra que transita temeroso de su suerte.

Queda ahora el partido de vuelta, pero es evidente que las costuras de las urnas se pueden romper por esa Catalunya que quita el sueño al hablar de la futura mayoría. A Sánchez porque le obliga a evitar hasta después de las elecciones de mayo el cáliz del pacto con Oriol Junqueras. Al PP y Ciudadanos porque dejarían de latir sin este conflicto. Y a Iglesias bastante tiene con asegurarse que el presidente le mantenga su complicidad de anoche.