El Parlamento británico aprobó el 6 de febrero de 1918 una ley que otorgaba el derecho al sufragio a las mujeres mayores de 30 años, que en aquel momento eran más de ocho millones en un país inmerso todavía en la Primera Guerra Mundial.
El éxito de las sufragistas británicas se enmarca en un movimiento social más amplio que ya había llevado a reconocer el voto femenino en Nueva Zelanda (1893), Australia (1902), Finlandia (1906) y Noruega (1913) y la Unión Soviética (1917), y sería pronto imitado en Alemania (1918) y Estados Unidos (1920).
Los primeros grupos favorables al sufragio de la mujer se formaron en el Reino Unido a finales de la década de 1860, pero no adquirieron relevancia hasta que la activista Emmeline Pankhurst fundó en 1903 el Sindicato Político y Social de las Mujeres (WSPU, en inglés).
En los primeros años del siglo XX, tan solo el Partido Laborista, una joven organización fundada en 1900, estaba a favor de otorgar el derecho al voto a las mujeres en el Reino Unido, mientras que el Partido Liberal y el Partido Conservador se oponían, explicó a Efe Sarah Richardson, investigadora de Política e Historia de Género en la Universidad de Warwick.
"Los conservadores estaban, en general, en contra de cualquier extensión del derecho a voto. Entre los liberales, aunque muchos de ellos apoyaban una ampliación de la democracia, cundía la preocupación de que las mujeres votarían de forma abrumadora a los conservadores", indicó Richardson.
El grupo liderado por Pankhurst renunció a las medidas de presión política que habían utilizado hasta entonces sus compañeras, basadas en tratar de convencer con cartas y argumentos a los diputados, e inició una campaña radical bajo el lema: "Hechos, no palabras".
En los siguientes años, las sufragistas quemaron el contenido de cientos de buzones de correos, rompieron las ventanas de miles de comercios y cortaron cables telefónicos, entre otros actos violentos y sabotajes.
También llamaron a los ciudadanos a invadir la Cámara de los Comunes y lograron reunir frente al palacio de Westminster a cerca de 60.000 personas en octubre de 1908, aunque la policía logró impedir que accedieran al edificio del Parlamento.
La ausencia de resultados tangibles a favor de su causa las llevó a partir de 1913 a radicalizar aún más sus acciones y colocaron diversas bombas que provocaron daños materiales.
El acto de militancia más conocido fue el de la activista Emily Davison, que se convirtió en una mártir del movimiento al arrojarse bajo el caballo del rey Jorge V durante una carrera en el hipódromo de Epsom Downs, un atropello que le provocó la muerte pocos días después.
Muchas sufragistas acabaron en la cárcel y comenzaron huelgas de hambre, ante lo cual el Gobierno del Partido Liberal trató de forzarlas a alimentarse.
El Sindicato Político y Social de las Mujeres declaró una pausa en sus acciones de protesta ante el estallido de la guerra, aunque continuó ejerciendo presión sobre el Gobierno.
En 1917 se comenzó a considerar una reforma de la ley electoral en el Reino Unido, ante la posibilidad de que las acciones radicales de las sufragistas se reiniciaran con el fin de la contienda y debido a que la mayoría de los soldados que regresaran del frente no tendrían derecho a voto.
En virtud de la ley vigente en aquel momento, aprobada en 1884, tan solo podían votar los hombres con ganancias por encima de cierto umbral, lo que dejaba fuera a más del 40 % de los británicos, entre ellos gran parte de los soldados.
La norma que se aprobó en febrero de 1918 otorgó el derecho al sufragio a todos los hombres mayores de 21 años, junto con las mujeres por encima de 30.
"Fue una ley de compromiso", afirmó Richardson, para quien el límite en la edad de voto de las mujeres se estableció "para evitar que hubiera más mujeres votantes que hombres".
Diez años después, el Parlamento británico aprobó la ley que garantizaba el sufragio universal para todas las personas mayores de 21 años en el Reino Unido, lo que amplió a quince millones las mujeres con derecho al sufragio en el país.