Mis primeros recuerdos de Stefan Zweig me llevan a la biblioteca de mi abuelo, en un comedor al fondo tras la cocina. Stefan Zweig era un nombre en el lomo de varios libros editados en cartoné de tela normalmente azul o verde o roja que ya griseaba por el paso de las décadas. Eran biografías, una de las grandes aficiones de mi abuelo, y me vienen a la cabeza los nombres, hazañas y dilemas de Erasmo, Fouché, María Antonieta y María Estuardo.
Por aquel tiempo, para mí Zweig era un biógrafo un tanto decadente en ediciones de los años 40 y traducciones engoladas y llenas de vocabulario viejuno que le hacían, visto ahora en retrospectiva, muy flaco favor al autor.
Fue 30 años después, cuando la Editorial Acantilado publicó sus memorias, que pude reencontrarme con un gigante de la historia, de la literatura y del pensamiento. El Mundo de Ayer me tuvo fascinado durante semanas: era tierno, humano, inteligente, elegante, sabio? era un libro que se hacía humano hasta sentirlo físicamente. Era esperanza en medio del desastre y era humanismo del siglo XX.
¿Pero no es acaso un poco ingenua su fe en el humanismo, especialmente en libros como Erasmo o como Calvino contra Castellio? Sí, seguramente, el propio autor lo reconoce en ocasiones, pero esta candidez lo hace más encantador si cabe.
Las nuevas traducciones han actualizado a Zweig, porque las ideas, sueños y preocupaciones eran ya modernas, sobradamente actuales. Algo de esto se puede ver en un nuevo libro que publica la Editorial Plataforma estos días de Feria del Libro en Guadalajara (México), desde donde les escribo. Se titula La Desintoxicación moral de Europa y recoge escritos breves de Zweig, hasta ahora no publicados en español. Son ensayitos breves o artículos largos publicados muchos de ellos en su momento (desde 1909 hasta los años 30) en el prestigioso periódico vienés Neue Freie Presse (que a pesar de su nombre ya no era nuevo cuando publicó en él Zweig y desde luego dejó de ser libre desde la Anschluss del 38 que marcó ya su cierre).
Estos artículos, ensayitos y conferencias nos traen al Zweig más político y en ocasiones combativo, pero siempre reflexivo y, especialmente, tras el impacto del horror de la Primera Guerra Mundial, cada vez más europeísta y pacifista.
Algunos de los ensayos son narraciones históricas dignas del mejor reportero de actualidad, como las que años después pudo firmar un Leguineche o, ya más en nuestros días, un Mikel Ayestaran. Pienso especialmente en su recuento de los viajes del presidente Wilson a Europa para la creación de la Sociedad de Naciones y los acuerdos de paz. Su reportaje es tan vivo y marca tan bien los dilemas y dificultades del momento que a partir de ahora pienso recomendarlo a mis alumnos para entender, como historia viva y humana, la creación de aquella vieja y malhadada antecesora de las Naciones Unidas, con sus muchas grandezas y su insalvable maldición.
Pero los textos más interesantes para el lector amante de Zweig pueden ser sus escritos europeístas. Su devoción europeísta, en tiempos verdaderamente dramáticos, permite una lectura de lo más actual. Su sueño de una Europa unida, que compartiera educación y destino, sus planes por una tolerancia entre europeos y sus ideas concretas que anticipan algunas políticas actuales permiten una lectura desde nuestro momento, una lectura exigente que nos debe reconciliar con la Europa imperfecta pero real y posible que hemos heredado y que seguimos construyendo, al tiempo que nos llama a ser más exigentes con su espíritu original de la paz y la convivencia.
Entre las ideas visionarias que apunta está, por ejemplo, un ambicioso programa de intercambio universitario entre europeos, un antecedente de lo que luego sería el programa Erasmus que muchos disfrutamos 60 años y 60 millones de muertos después de que él lo soñara. Aunque solo sea por esto, nos podemos considerar muchos de nosotros herederos de Zweig y deudores de los grandes padres de Europa. Entre ellos, mucho más allá de lo que sus limitados medios permitía, estuvieron gigantes de casa como Aguirre, Landaburu o Irujo. Hay que conocer nuestra historia, que es vasca y es europea, y este libro nos permite acercarnos a ese espíritu, a ese sueño al que tanto debemos y del que tanto -desagradecida, adolescente, egoísta, displicente y perezosamente- ignoramos.