Cuál ha de ser el centro de atención nuclear de la política y del proyecto del Gobierno, del proyecto político que impulsa, de la sociedad que queremos ir construyendo, de la Euskadi que queremos? ¿Ha de ser un proyecto anclado en la épica de la ruptura o un proyecto orientado a la protección y al desarrollo de los vascos?

Es posible consolidar, profundizar y actualizar el autogobierno y seguir avanzando en la cohesión social, la igualdad de oportunidades, la lucha permanente contra las desigualdades basadas en la injusticia. El autogobierno es eficaz y nos proporciona un bienestar mayor. Y el valor supremo es la búsqueda del acuerdo como instrumento de acción política.

El encuentro social debe articularse sobre el valor superior de los derechos humanos y la dignidad de la persona. No hay convivencia con memoria inclusiva y solidaria sin el reconocimiento de ese valor superior de la persona y su dignidad. Un requisito previo básico para poder abordar cualquier consenso social y político entre nosotros en esta materia.

Es el momento de reivindicar y desarrollar un nacionalismo dialogante, pactista, reformista, no rupturista, únicas actitudes que aunque con dificultades y limitaciones nos pueden ayudar a dar pasos adelante en nuestro autogobierno. La apelación al diálogo y al pacto no ha de ser coyuntural, porque fuera no hay solución ni para Euskadi ni para Catalunya. Fuera de la idea de pacto lo único que puede haber es confrontación que puede dar origen a la imposición y a la división, cuando no al callejón sin salida y a la frustración. El nacionalismo catalán va a salir de esta encrucijada mucho más debilitado.

El pacto es la única estrategia que puede ayudar a encauzar el conflicto vasco o el catalán, pero además debe tenerse en cuenta que es una necesidad inherente a la sociedad vasca, marcada por su heterogeneidad. Por eso el pacto ha de materializarse en una doble dirección. Ha de trabajarse por un pacto interno y externo para construir una nación vasca más fortalecida y cohesionada.

Ha de ser una nación vasca basada en el pacto interno de los propios vascos. Este es el consenso nacional que precisamos. Este es nuestro gran desafío. La prioridad no puede ser la confrontación con el Estado sino lograr ser capaces de articular un potente consenso interno y lograr así articular entre todos un proyecto nacional compartido desde la pluralidad existente en nuestra sociedad vasca.

Nuestra pluralidad interna no es una realidad a eliminar o a pulir o a corregir; al contrario, es un elemento constitutivo de nuestra manera de ser. Somos todos vascos pero pensamos distinto. No hay homogeneidad nacional. El reto es si desde la heterogeneidad, desde la diversidad de identidades nacionales o colectivas, es posible construir para todos una identidad nacional vasca convergente, sin que nadie tenga que asumir el modelo de nación del otro.

La nación vasca posible no es ilimitada, no es la nación de la izquierda abertzale ni del nacionalismo tradicional. Tampoco es la de los constitucionalistas empeñados en reducir todo a la identificación de una mera comunidad cultural. Hay que aglutinar todas esas concepciones y maneras de ser y de sentirse vasco para emerger una nación vasca común.

Por todo ello se impone la vía del pacto a la de la imposición. Quien defiende la unilateralidad por la imposibilidad del acuerdo no solo lo hace frente a la legalidad española, sino también frente a la otra parte de la sociedad vasca o catalana que no comparte su hoja de ruta. Acordemos entre nosotros, eso nunca será claudicar sino avanzar juntos hacia un proyecto de nación compartido.