Idoia Sagastizabal desenmascaró a Albert Rivera cuando le espetó anteayer desde la tribuna del Congreso que su intencionada cruzada contra el Cupo obedece sencillamente a que “no lo quiere entender”. Pero el bicho ya se había apoderado para entonces de la manzana. Abrazado con elocuente rentabilidad cortoplacista a su bandera de la unidad de España dentro y fuera de Catalunya, el líder de Ciudadanos se ha instalado intencionadamente en la máxima “difama, que algo queda”, consciente de su rentabilidad siquiera demoscópica. Lo hace, además en un contexto abonado por ese resurgimiento de un nacionalismo español hasta ahora reducido a los tópicos que se ha convertido en el antídoto implacable contra las reivindicaciones territoriales, en especial catalanas y vascas.
Rivera, sin consistencia política pero hábil para el oportunismo del regate en corto, ha vuelto a hilvanar cuatro mensajes sonoros con la suficiente capacidad de impacto mediático que agitan, de paso, las revueltas aguas de la financiación autonómica pendiente y a la que el Gobierno Rajoy no se atreve a meter el diente sin el apoyo del PSOE. Ciudadanos sigue siendo algo más que aquella chinita original en el zapato de la corrupción del PP. Como ocurre con las distintas marcas del independentismo auténtico, C’s es ahora mismo el original de las esencias patrias, excepción hecha del radicalismo desaforado aunque afortunadamente arrinconado de Vox. Y los populares lo saben hasta el extremo de que empiezan a incomodarse porque auguran que discursos sin ninguna atadura de responsabilidad institucional como el de Rivera sobre el Cupo prenden rápidamente en el imaginario colectivo hasta convertirse en incómodas reivindicaciones populistas, léase el “cuponazo” tan ofensivo para la verdad pero tan rentable para el chiste fácil.
Es incuestionable que el abrumador respaldo del Congreso al Cupo -vaya trago para EH Bildu su abstención- ha llegado en un momento comprometido para Rajoy, cuando el campo del debate territorial está enfangado por los efectos perniciosos para más de uno del procés y la mirada sigue puesta en el día siguiente al 21-D. En el PP hay quienes temen por la imagen de debilidad que supone esta fotografía de respaldo comprometido con el sistema vasco de financiación, donde no pasó desapercibida la amplia delegación del PP vasco en la tribuna de la Cámara y la contundencia del discurso del ministro Montoro, fundamentalmente dirigido a desmontar la demagogia argumental de Rivera. Pero también son mayoría quienes entienden que este cumplimiento con el Concierto que recogen la Constitución y el Estatuto de Gernika marca el camino a seguir por quienes secundan apuestas independentistas al tiempo que fortalece las relaciones con el PNV tan imprescindibles para asegurarse la estabilidad que siempre aporta la aprobación de unos Presupuestos, aunque sea dentro de dos meses. No hay tregua para este Gobierno minoritario y aislado, posiblemente porque es inevitable.
En realidad, la tensión se sigue apoderando de unas tormentosas relaciones parlamentarias que se llevan por delante la mínima cortesía exigible porque sencillamente existe demasiada desconfianza y el espíritu del consenso suena a carcajada ahora mismo. Aquellos impulsos para dar una vuelta a la reforma laboral y a la educación aparecen silenciados por un cruce interminable pero estéril de acusaciones y reprobaciones que parece contaminar una legislatura sin duda perdida para el interés ciudadano. Quizá así se explique más fácilmente cómo ha sido desplazada a la marginalidad esa pretenciosa comisión de la reforma constitucional que suponía el agradecimiento expreso de Rajoy a Pedro Sánchez por su apoyo incondicional al artículo 155.
Ocurre que una vez superado sin rasguños de consideración el susto de las primeras escasas reacciones contra la intervención del Estado en Catalunya, Rajoy vuelve a confiar exclusivamente en la suerte de la ley ante el desenlace de las urnas del próximo mes. Así, desdeña tan displicentemente cualquier debate parlamentario que le comprometa ante el futuro de la cohesión territorial.
El presidente reacciona como si no hubiera aprendido la lección, porque está convencido de que el independentismo -envuelto en sus propias debilidades- aflojará sus exigencias más allá de que vuelva a gobernar. Es el Rajoy de siempre tan refractario a las cuestiones del modelo de Estado que en esta ocasión juega con la poderosa ventaja de saber que los barones del PSOE miran de soslayo este debate sobre el encaje autonómico porque su auténtico interés se reduce a garantizarse una solvente financiación. Y por el medio apareció el saco de los golpes del Cupo.