Esta es la historia de una injusticia pendiente de reconocimiento y reparación, de la capacidad de superación y generosidad sin límites del género humano, de la dignidad encarnada en una persona atropellada por la vida? Cualidades todas ellas recogidas en la biografía de José Félix Marías. Vecino de Elorrio, de 55 años, fue tiroteado hace 39 años en Apatamonasterio por la Guardia Civil mientras viajaba en coche entre Durango y Elorrio, junto con su amigo José Emilio Fernández y el conductor del coche, Koldo Zenitagoia. La emboscada acabó con la vida de su amigo y dejó con heridas graves a sus dos acompañantes. Cuatro décadas después, José Félix sigue sin haber recibido explicaciones ni disculpas por parte de la Guardia Civil o el Gobierno español. Solo le queda el consuelo y el “alivio” del reciente reconocimiento del Gobierno Vasco a través de la Ley de Víctimas de Abusos Policiales entre 1960 y 1978.
Todo sucedió la noche del 23 de junio de 1978, sábado, víspera de San Juan. José Félix y José Emilio habían pasado la tarde en Durango, en la discoteca, y hacía las diez decidieron regresar a sus domicilios, en Elorrio. Hicieron autostop a la salida del pueblo, una práctica habitual entonces, aunque ahora en vías de extinción. Mientras esperaban a que algún conductor les recogiera, escucharon el estruendo de algo que parecían disparos. En ese momento no lo supieron, pero días más tarde conocieron que habían disparado desde un coche contra el cuartel de la Guardia Civil de Durango. Al parecer fue un automóvil blanco, marca Seat 124. Los dos amigos no le dieron demasiada importancia al incidente y siguieron intentando que alguien les recogiera. Finalmente se detuvo un coche blanco, Seat 850, conducido por Koldo Zenitagoia, padre de un compañero de colegio de José Félix. También se subió al coche Jorge Velasco, que estaba haciendo dedo detrás de ellos. Se sentó junto al conductor, justo delante de José Emilio, y al lado de este su amigo José Félix.
El 850 blanco cogió rumbo hacia Elorrio en la noche cerrada sanjuanera. Koldo llevaba el coche de manera parsimoniosa y prudente. Sus acompañantes hicieron el tránsito en silencio, solo roto por algún comentario trivial. A medio camino entre Durango y Elorrio, a la altura de Apatamonasterio, el coche se detuvo y se bajó Jorge, que vivía por la zona. Los otros tres siguieron su camino. Pero no por mucho tiempo, porque al poco de reanudar la marcha recibieron el impacto de varias balas que perforaron la parte delantera y lateral del vehículo. El coche siguió unos metros hasta detenerse en el arcén. José Félix sintió la quemazón de los disparos en su ensangrentado brazo derecho. De inmediato sintió encima el cuerpo moribundo de su amigo José Emilio, que dio allí su último suspiro. “Nos dispararon sin previo aviso, sin más. Salí como pude y me puse a pedir ayuda para Josemi a los dos guardias civiles que salieron como agachados de la cuneta. Pude escuchar cómo uno de ellos le decía al otro: “La hemos hecho buena”. En ese momento, Koldo salió del coche y se desplomó de súbito. Tenía la pierna izquierda destrozada a balazos”.
El estremecedor relato de José Félix se detiene un instante para tragar saliva, pero continúa para añadir que en pocos segundos llegó un coche que se detuvo y se ofreció a trasladar a los heridos, a los que dijo conocer. Los dos guardias civiles subieron al coche a los jóvenes y fueron conducidos al ambulatorio de Durango, donde se certificó la muerte de José Emilio, mientras que su amigo fue introducido en una ambulancia para ser llevado a Bilbao, al hospital.
El hospital de Basurto, antes como ahora, es normalmente un hervidero de gente, actividad y ulular de sirenas. La noche de San Juan de hace 39 años no fue una excepción. José Félix fue asistido por los médicos y llevado posteriormente a una habitación. Tampoco allí, postrado en su cama, pudo evitar un nuevo sobresalto. De madrugada recibió la tenebrosa visita de tres personas que no se identificaron y que se hicieron pasar por pacientes del hospital que se dedicaban a tejemanejes raros. Tras asegurar que sabían lo que le había ocurrido con la Guardia Civil, se ofrecieron a conseguirle pistolas para vengarse. Pese a su juventud y al dolor por sus heridas y por la pérdida de su amigo, pudo desembarazarse de ellos. No picó el anzuelo de los policías.
Al día siguiente, José Félix recibió la visita esta vez de los periodistas que querían conocer su testimonio. La democracia estaba en pañales y las libertades públicas lidiaban con el miedo a la trasgresión y la represión. El relato del adolescente herido no encontró eco en la prensa. “Me decían que no podían publicar lo que les había contado, por temor a lo que les podía pasar. Franco ya había muerto, pero las cosas todavía estaban mal. Pasados unos días pude comprobar que los medios de comunicación se limitaban a contar la versión oficial. La del control policial que no habíamos respetado”. Fue entonces cuando comprobó que la injusticia era doble: por un lado, la muerte de su amigo y las secuelas, físicas y psicológicas, que les dejó el tiroteo a Koldo y a él; y, por otro, llevar a cuestas durante el resto de su vida la carga de tener que luchar contra la mentira oficial. “Aún hoy día hay quien me dice por la calle si soy uno de los que se saltó el control”, señala enrabietado.
¿Todavía alguien le señala como culpable de lo que les sucedió?
-Sí, de vez en cuando, todavía hay quien me dice: “Tú eres el que se saltó el control de la Guardia Civil, ¿verdad?”. Duele mucho.
¡Qué difícil resulta luchar contra las versiones oficiales!
-Muy difícil. Incluso hoy en día. Pero eso se solucionaría si quien le corresponde lo aclarara y de forma pública.
A pesar del final de la dictadura y el arranque de la transición, el final de la década de los 70 y comienzos de los 80 fueron años en los que las fuerzas de seguridad del Estado campaban a sus anchas y tenían mucha manga ancha para actuar de manera poco controlada. La Policía y la Guardia Civil protagonizaron muchos episodios nada claros que terminaron con víctimas, en muchos casos inocentes y sin vinculación terrorista. Sin ir más lejos, el mismo día de los sucesos en Apatamonasterio, otro joven también de 16 años, Felipe Carro Flores, falleció en Sestao por los disparos de los guardias civiles tras saltarse un control, según la versión oficial.
Los controles de carretera estaban a la orden del día y en ellos se produjeron muchos incidentes que engordan la lista de fallecidos y heridos en la historia de la violencia en Euskadi. Los datos públicos de estos controles de carretera revelan que entre 1977 y 1982 hubo numerosas víctimas, incluso mortales, en más de una veintena de este tipo de dispositivos policiales, a los que habría que añadir aquellos que se inventaron o montaron después de algún tiroteo.
Por aquellos años tampoco la justicia hacía honor a su nombre, sobre todo en este tipo de situaciones. José Félix lo intentó, pero chocó contra el muro de la farsa. La denuncia interpuesta por su familia llevó a un juicio un año después. “Primero intentamos un juicio por lo civil, pero el abogado nos dijo que por esa vía era imposible y que había que hacerlo por lo militar. Nos llamaron a declarar a Koldo (el conductor del 850 blanco) y a mí al cuartel de Garellano, en Bilbao. Primero entró Koldo. Yo, desde fuera, escuchaba los gritos, las presiones para que dijera lo que querían oír. Luego entré yo, también solo, sin abogado ni padres, a mis 16 años. Me presionaron, me preguntaron por todos los lados, lograron cohibirme. Pensé incluso que terminaría en la cárcel. Querían confundirme para construir la versión de que había un control de carretera, señalizado e iluminado. Así quedó la cosa. A Koldo le multaron por negligencia o algo parecido. A la familia de Josemi le presionaron y amenazaron y le enviaron un escrito diciendo que la culpa había sido del conductor y punto”. Fue toda la justicia que recibieron.
Han pasado casi 40 años. ¿Sigue esperando que se celebre un juicio?
-Sí, por qué no. Estaría dispuesto, pero no va a suceder porque no quieren aclararlo ni que aflore la verdad. Otra cosa es si quisieran disculparse o pedir perdón, aunque yo considero que a nivel oficial nos deben una disculpa. Lo mismo que los alemanes pidieron disculpas por lo de Gernika, qué menos que hacerlo con nosotros.
¿Cómo ha llevado ese lastre durante tantos años sin contarlo a nadie y sin el reconocimiento de nadie?
-Con mucho sufrimiento, sin saber qué hacer ni cómo esclarecer la verdad. Siempre con el pensamiento de que si contaba esto podían venir a por mí. Gracias a la ley del Gobierno vasco al menos he podido aclarar lo sucedido. He pasado muchos años muy malos. Tengo que reconocer que he vivido muchos años con odio hacia la Guardia Civil, hasta que me di cuenta de que no se puede vivir con odio porque te consume.
¿Ha recibido algún gesto o comunicación por parte del Estado, la Guardia Civil o algún estamento oficial?
-A los dos o tres años del tiroteo, nos llamaron y fui con mi madre a un cuartel de Bilbao, creo que al de La Salve. Estuvimos con un alto mando de la Benemérita y nos dijo que no hay que tener rencor, pero no me sentó nada bien porque era joven y yo quería que se aclarara todo lo que sucedió y se hiciera justicia. Estaba cansado de tanta negación y tanto ocultar la realidad. Y aquel comentario iba en el sentido de que nosotros habíamos tenido la culpa de lo sucedido.
¿Se siente olvidado por las instituciones?
-Me he sentido olvidado durante todos estos años hasta que ha salido el decreto del Gobierno Vasco en el que se reconoce a las víctimas de los abusos policiales. Ha sido un alivio, me ha permitido sacar a la luz todo eso que de otro modo lo hubiera llevado siempre dentro y me hubiera quedado con ese dolor. Ha servido para contar la verdad, un pequeño gesto de justicia y reconocimiento.
José Félix es una de las 187 víctimas reconocidas por una comisión de valoración formada por expertos y creada en el marco del decreto sobre víctimas policiales que aprobó el Gobierno Vasco en 2012. Entre estos afectados figuran los que murieron por disparos de armas de fuego por parte de Fuerzas de Seguridad del Estado y los que resultaron heridos por este mismo motivo, sobre todo en manifestaciones, controles de carretera y otros altercados. Además, otras personas reconocidas en el decreto sufrieron malos tratos y torturas durante su detención en comisarías, y el resto resultaron heridas por pelotas de goma y botes de humo.
¿Cómo dio el paso de reclamar su condición de víctima?
-Lo escuché en las noticias, pero estaba un poco dubitativo. Le di muchas vueltas porque es un tema que me remueve mucho el interior, me emociona mucho todo esto, me duele mucho solo pensarlo. Si me hubiera cogido todo esto algo más maduro, lo hubiera llevado de otra manera, pero me cogió muy joven.
¿Eso ayuda a sacar el rencor que lleva uno dentro?
-Yo hace muchos años que pedí perdón a mí mismo por odiar. Necesitaba limpiarme de eso. No soy creyente, pero necesitaba desprenderme de ese lastre. Vivir así es muy duro. Cuando me viene un guardia civil a la consulta no lo miro con odio o rencor, ni le deseo ningún mal. Sí que me gustaría que se reconozca la verdad y nuestros derechos, que podamos decidir si queremos que la Guardia Civil siga aquí o no, pero cuando me ha parado la Guardia Civil para pedirme la documentación o cualquier cosa, yo les he hablado correctamente.
¿Animaría a personas que hayan sufrido una situación como la suya a que dieran el paso?
-Claro que sí, todo lo que ayude a esclarecer la verdad y que se reconozca lo que hicieron con uno siempre es positivo, pero tiene que salir de cada uno. Es algo muy personal. Pero es mejor soltarlo, y que la sociedad sepa lo que ha sucedido.
El próximo 5 de agosto termina el plazo para quienes vivieron una situación parecida a la de José Félix reclamen el reconocimiento del Gobierno Vasco como víctima de algún abuso policial entre 1960 y 1978 .