Vitoria - El pasado jueves, víspera del Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, una joven murió asesinada presuntamente por su novio en Fuenlabrada. Según las estadísticas oficiales, que asignan a esta mujer el número 40 de las víctimas de 2016, en dieciséis de los casos de este año había denuncia y seis tenían medidas de protección en vigor. Los datos también dicen que en los últimos trece años la violencia machista ha segado la vida de 866 mujeres en el Estado español... Víctimas de cuyo nombre solo se acuerda su familia. “Sé que puedo ser un número en las estadísticas, pero yo soy una persona, no un número. No quiero ser eso, ni quiero un minuto de silencio, quiero vivir”, dice Arantxa.

A. y O. son dos víctimas de la violencia machista. Vamos a llamarlas Arantxa y Olatz, que no son sus verdaderos nombres, porque la prudencia y el miedo les obligan a ocultarse. Sus historias, como las de otras muchas mujeres, son parecidas: han sufrido maltrato físico y psíquico grave por parte de sus exparejas, están o han estado protegidas pero se sienten amenazadas incluso cuando su agresor está en prisión, tienen miedo y aseguran que siempre serán víctimas porque no viven con libertad.

“Ahora hay sensibilidad con el tema de la violencia machista, las instituciones y los políticos tienen esa sensibilidad de que si ocurre algo hay que hacer un minuto de silencio. Vale, se hace y también una manifestación y ¿qué? Esa mujer ha muerto, esa mujer ha dejado huérfanos, ha dejado familia... te matan y tú quedas como la mujer muerta número 46 de este año. Y el año próximo dirán que el pasado murieron 48 pero nadie sabrá qué número hacías tú, no se acuerdan de ti, no saben nada sobre ti, no eres nadie. Yo no quiero ser un número ni quiero un minuto de silencio, quiero vivir”, afirma Arantxa después de insistir en que es muy importante concienciar a los organismos políticos y al Gobierno de que la seguridad de las mujeres “es un asunto muy serio” y que “hay que tomar medidas eficaces para protegerlas”.

Los maltratadores de Arantxa y Olatz han tenido órdenes de alejamiento durante mucho tiempo y ellas han vivido -Arantxa aún lo hace- protegidas por escoltas profesionales o por ertzainas. Opinan que estas medidas dan cierta tranquilidad, pero no son suficientes para que puedan olvidarse de una amenaza que “siempre está ahí”. “Yo tuve una orden de alejamiento durante siete años y medio, estuve tres años viviendo fuera de Euskadi, me fui a una casa que tenían mis padres y el se presentó allí saltándose la orden de alejamiento. Le detuvieron y estuvo un mes en la cárcel, a los tres años se celebró el juicio, le condenaron a tres años y pico y creo que en prisión estuvo un año como mucho. Luego volvió a por mi otra vez y entonces fue cuando me pusieron los escoltas. Yo tengo claro que si hay alguien delante él no va a venir, pero controla mi vida hasta que sepa que me va a pillar sola”, cuenta Olatz.

Olatz opina que los que deben vivir escoltados son los maltratadores. “Está todo mal hecho porque ellos son los que deben tener un escolta, alguien que les vigile, que les espere todos los días cuando salen de casa y les siga para que no se acerquen a las víctimas. El que tiene que vivir así es él”, dice refiriéndose a su agresor.

sin libertad Isabel R. lleva muchos años trabajando como escolta, se ha encargado de la protección de Olatz y Arantxa hasta que la Ertzaintza se hizo cargo de ellas. Según su experiencia, aunque la persona que protege a las mujeres que sufren violencia no lleve uniforme, éstas “son igualmente señaladas porque la gente de alrededor se da cuenta de que es una persona que lleva protección. Esa sensación de estar constantemente vigiladas y no tener la misma libertad de movimientos que tienen los demás se debe a que otra persona ha cometido un delito”. “La libertad de nuestros maltratadores es nuestro encierro -apostilla Arantxa- porque ellos pueden andar por donde les dé la gana y nosotras no”.

Isabel R. está aportando su experiencia en la protección de mujeres maltratadas a la asociación Edemm, formada por varias escoltas del País Vasco para contribuir a erradicar la violencia machista y reducir los riesgos que sufren las víctimas a partir de que presentan denuncia. Ella ha sido testigo de muchas de las conductas típicas de los maltratadores para burlar las medidas cautelares, como la manipulación de las pulseras de control, el acoso desde la distancia establecida por la orden de alejamiento, las amenazas a los hijos y al entorno social de la mujer, etc. Isabel R. cuenta que la expareja de Arantxa manipulaba constantemente la pulsera para no estar localizado o para que saltaran las alarmas. “Cuando la mujer cuenta con protección el maltrato se ejerce a distancia. En el caso de Arantxa hacía que la alarma de la pulsera sonara continuamente porque eso genera una situación de angustia”, explica.

Cuando salta la alarma una patrulla de la Ertzaintza se presenta en el domicilio de la víctima para asegurarse de todo está en orden. “La alarma -rememora Arantxa- podía sonar a cualquier hora y muchas noches ha tenido que venir la Ertzaintza a las tres o cuatro de la mañana, eso te rompe el sueño, los niños se despiertan... al final es una molestia más en tu vida”.

Respecto a la protección que proporciona una orden de alejamiento tanto Olatz como Arantxa coinciden en que no da seguridad porque “se la saltan continuamente” pero “no tenerla es peor”. “La orden de alejamiento -dice Olatz- no sirve para nada, está ahí para darles un poco de miedo con la amenaza de que saltársela es un delito, pero ellos no tienen miedo a nada”. “Lo único bueno que yo le veo -opina Arantxa- es que si se la saltan viene la Ertzaintza y se lo llevan detenido y luego va a tener un castigo, por lo demás da lo mismo tenerla o no porque si ellos dicen que van a pasar por ahí pasan y la orden les importa un bledo”.

No obstante las víctimas reclaman que la persistencia del riesgo se tenga en cuenta a la hora de retirar las medidas cautelares. “Cuando salió en el primer permiso se me acabó la orden de alejamiento. Una semana antes yo tenía orden, escolta, pulsera, tenía todo y una semana después sale de permiso, se me acaba la orden de alejamiento y no tengo nada... pero si el peligro está ahí, si él sigue siendo un peligro para mí y mis hijos”, lamenta Arantxa.

Estas mujeres aseguran que no volverán a vivir en paz y relajadas hasta que su maltratador fallezca. “No estás tranquila hasta que se muera, así como suena. Ha estado hasta tres años dejándome en paz y de repente aparece, por eso digo que tranquila no estoy, yo sigo saliendo de casa y miro para todos los lados”, asegura Olatz.

Estadísticas. Desde enero de 2003, fecha en la que comienza la estadística oficial, 866 mujeres han muerto en el Estado español a causa de la violencia machista.

Este año. En 2016 ha habido 40 víctimas confirmadas -la última el pasado jueves- y hay 8 casos en investigación.

Euskadi. Actualmente en Euskadi 4.352 mujeres víctimas de la violencia de género o doméstica reciben protección de la Ertzaintza.

Territorios. De las 4.352 mujeres que cuentan con protección activa, 774 residen en Araba, 2.134 en Bizkaia y 1.444 en Gipuzkoa. Hace un año en Araba había 696, en Bizkaia 2.258 y en Gipuzkoa 1.549, sumando 4.503.

50

El servicio de escolta personal de la Ertzaintza protege a 50 mujeres: 4 en Araba, 28 en Bizkaia, y 18 en Gipuzkoa.