El pasado jueves, 10 de noviembre, se conmemoraba (utilizar el verbo celebrar para una efeméride de estas características me resulta muy cínico) por sexta vez el Día de la Memoria en Euskadi.

Este año, el único partido político en desmarcarse de algunos de los actos que se han desarrollado ha sido el PP (UPyD, ya no cuenta ni para esto y de Ciudadanos no hay constancia alguna).

Según su presidente, Alfonso Alonso, la referencia a cualquier tipo de víctima y no solo del terrorismo facilita que se “blanquee” a “quienes no han condenado el terrorismo”, en alusión a Sortu. Lo que le ha valido la consiguiente crítica del resto del arco parlamentario vasco.

Sin embargo, esto no siempre ha sido así y el primer año en que se hizo este homenaje a las víctimas de la violencia, fueron Aralar y Eusko Alkartasuna (hoy junto a Sortu en EH Bildu) quienes se desmarcaron tanto de los actos del Parlamento como del texto que consensuamos el resto de partidos (la izquierda abertzale estaba ilegalizada).

El motivo de Aralar y Eusko Alkartasuna para el boicot era que no se hacía referencia a las víctimas de abusos policiales y a las de la Guerra Civil.

Puesto que nadie ha vuelto a acordarse de las víctimas de la Guerra Civil y se ha resuelto el asunto con un genérico e inclusivo “todas las víctimas de la violencia de motivación política” tendremos que entender que la mitad de la motivación de Aralar y Eusko Alkartasuna hace seis años no era del todo sincera.

Por eso, más allá de las excusas de unos y otros en cada momento, tenemos que llegar a la conclusión de que el verdadero problema de este país sigue siendo la ausencia de un relato mínimo compartido, y mientras no lleguemos a ese punto, no podremos pasar página definitivamente a esta negra parte de nuestra historia.

Un relato mínimo compartido que no debería ser difícil de alcanzar si quienes en su momento alentaron, justificaron, blanquearon o ejercieron la violencia fueran capaces de reconocer que la misma fue injusta.

Injusta fue la muerte de Lasa y Zabala (formen o no parte de la Ley de Víctimas del terrorismo) como injusta fue la muerte de Fabio Moreno, de la que esta misma semana se cumplían 25 años.

Y, aunque esto pueda resultar más polémico y difícil de aceptar para muchos, injusta fue también la muerte de Melitón Manzanas o de Carrero Blanco, por mucho que las mismas se produjeran en un contexto de dictadura militar y ambos fueran criminales manifiestos.

Así pues, hasta que no lleguemos al convencimiento de que la violencia es siempre injusta (salvo en el caso de la legítima defensa, cuya salvedad se produce por la injusticia de la agresión), no alcanzaremos nunca ese relato mínimo compartido y por lo tanto existirá el riesgo de que esa violencia vuelva a surgir.

No hablo de que nos pongamos de acuerdo sobre cuáles fueron las motivaciones que llevaron a uno y otros a ejercer esa violencia, ahí cada cual tendrá su propio relato, sino de que la misma fue injusta y no debería volver a repetirse.