Cada vez que toca adelantar o atrasar los relojes se reabre el debate sobre la singularidad de los horarios en el Estado, se escuchan propuestas a favor y en contra del horario de verano acordado en la UE y surgen los defensores de volver al huso que geográficamente nos corresponde. Que hay costumbres distintas a las de muchos otros europeos es incuestionable; que -excepto Canarias- no se encuentra en el huso horario que le toca, también.
En 1940, el régimen franquista decidió que, aunque debería tener la misma hora que Gran Bretaña y Portugal, adelantar sesenta minutos para tener el mismo horario que la Alemania de Hitler. Iba a ser una medida transitoria, pero ahí sigue.
Partidos como PP, PSOE y Ciudadanos dicen estar de acuerdo en volver a dejar las cosas en su sitio en aras a la conciliación, pero aún no se ha concretado nada. A este desfase hay que sumar que dos veces al año cambiamos el reloj: esta noche hay que retrasarlo una hora -a las tres serán las dos- pero comunidades como Baleares y Comunidad Valenciana no quieren hacerlo, aunque están obligadas por una directiva europea. Pero, ¿qué hay detrás de esta petición o la de cambiar el huso horario? ¿qué margen tienen el Gobierno y otras instancias políticas? Los argumentos a favor y en contra son variados y se refieren a cuestiones económicas -ahorro energético, fomento del turismo-, sociológicas -conciliación- y hasta psicológicas de la población -alteración de los biorritmos, especialmente en niños y ancianos-.
Según estimaciones del Instituto para la Diversificación y Ahorro de la Energía (IDAE), el ahorro potencial en iluminación durante el “horario de verano” -de marzo a octubre-, podría haber alcanzado este año el 5%, unos 300 millones de euros, aunque otros expertos no lo creen demostrado.
Respecto a mantener el horario de verano indefinidamente, no se puede hacer nada; el cambio de hora está regulado por una directiva comunitaria incorporada al ordenamiento jurídico estatal en 2002, y de obligado cumplimiento para todos los miembros de la UE. Sin embargo, hay más margen para que el Estado recupere el mismo horario que Gran Bretaña o Portugal. Y es que, tal y como explica el físico Pere Planesas, del Observatorio Astronómico Nacional, no hay ninguna resolución ni europea ni mundial que obligue a los países a estar en un huso horario determinado.
La primera vez que se habló de la necesidad de establecer husos horarios a nivel mundial fue en 1884 en la Conferencia Internacional sobre el Meridiano (Washington). Aunque no se adoptó ningún acuerdo al respecto, sí se estableció un meridiano único de referencia como origen de la longitud geográfica y se decidió que fuera el observatorio astronómico de Greenwich, en Londres. Poco a poco, todos los países fueron entrando en razón y armonizando los horarios en función de la hora solar media de Greenwich, el horario GMT. No obstante, la armonización no es total y el Estado no es el único lugar que no está donde le corresponde. De hecho, debería haber 24 zonas horarias, tantas como husos, pero hay 39.