El Gobierno colombiano y la guerrilla de las FARC consiguieron ayer lo que hasta hace solo unos meses parecía inalcanzable: poner fin a más de medio siglo de conflicto armado por la vía negociada, un sueño que ha sido esquivo para el país durante las últimas décadas. Han sido 45 meses y cinco días de intensas discusiones de los delegados del Gobierno y las FARC en La Habana para forjar el “acuerdo general para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera en Colombia”, que será la hoja de ruta para un nuevo país.

En la negociación se impuso la lógica de querer cerrar lo que el presidente colombiano, Juan Manuel Santos, definió como “el sufrimiento, el dolor y la tragedia de la guerra” para “abrir una nueva etapa de nuestra historia”. Por su parte, el jefe negociador del Gobierno, Humberto de la Calle, en su discurso en la capital cubana, hizo una reflexión en torno al respeto entre las dos partes para la consecución del acuerdo de paz. “Haber logrado un pacto con las FARC no significa que haya existido una claudicación mutua. Mis convicciones y valores siguen intactos. Supongo que lo mismo ocurre con los miembros de la guerrilla”, afirmó. Por encima de esas diferencias y convicciones, al final pesó más el compromiso y la clara decisión de cortar un ciclo de violencia que deja más de ocho millones de víctimas de todo tipo. Muertos, heridos, desaparecidos, desplazados, secuestrados y mutilados, además de grandes pérdidas económicas y ambientales imposibles de cuantificar.

Los diálogos entre el Gobierno y las FARC dieron comienzo el 19 de noviembre de 2012 y no ha sido un camino sencillo. Transitaron por aguas turbulentas, con crisis, recriminaciones, interrupciones y amenazas de ruptura, pero también con muestras de confianza como las declaraciones de alto el fuego de la guerrilla o la suspensión de bombardeos del Gobierno a sus campamentos. “La mejor forma de ganarle a la guerra fue sentándonos a hablar de la paz. La guerra ha terminado. Pero también hay un nuevo comienzo”, sentenció De la Calle.

Esa misma meta la buscaron sin éxito otros antecesores del presidente Santos, comenzando por el conservador Belisario Betancur (1982-1986), quien a mitad de su mandato inició un proceso de paz con las FARC que tuvo algunos avances pero que al final fracasó, como sucedió entre 1998 y 2002 con el Ejecutivo de Andrés Pastrana y con el de otros mandatarios que también lo intentaron.

A ellos, así como a otros presidentes colombianos, Santos dedicó ayer palabras de agradecimiento porque, según él, buscaron la paz “y abonaron el terreno para este gran logro”.

mirando al futuro Acordado el fin del conflicto entre el Gobierno y la guerrilla, queda por delante una tarea tan titánica, o incluso más, que la llevada a cabo hasta ahora. Este cometido no es otro que sacar los acuerdos del papel y hacerlos realidad no solo para las víctimas que fueron el centro de la negociación, o para los campesinos pobres que esperan el desarrollo rural, sino también para medio país que sigue siendo escéptico sobre esta solución. El primer paso ya tiene fecha, será el próximo 2 de octubre, día en que se celebrará el plebiscito en el que los colombianos decidirán si aprueban o no lo acordado entre las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) y el Ejecutivo.

Si es aprobado, el acuerdo de paz tendrá vía libre y se podrá seguir adelante con el proceso de alto el fuego y hostilidades bilateral y definitivo, que incluye el abandono de las armas por parte de las FARC y su reconversión en un movimiento político, así como su desmovilización en un periodo de seis meses bajo la supervisión de una comisión internacional liderada por Naciones Unidas.