Tic tac, tic tac. El reloj se ha puesto, por fin, en marcha. Ya tenemos fecha de investidura para Mariano Rajoy: el 30 de agosto, debate; el 31, primera votación; si, como es más que previsible, no logra mayoría absoluta, segunda votación el 2 de septiembre. Y, si volviera a fracasar, el calendario se convierte en diabólico, porque si en dos meses no hay algún tipo de acuerdo que lo remedie, nos encontraríamos votando el 25 de diciembre, fun fun fun.

Lo relevante, además de conocer la perspectiva cercana, es que Mariano Rajoy se ha movido, siquiera levemente, por primera vez. Esto es noticia. Esta cesión podría deberse a la inercia adquirida en sus inimitables caminatas por Galicia, pero lo más plausible es que Albert Rivera, más que convencerle, le haya hecho ver la luz. Es lo que puede explicar su radical cambio de actitud en solo 24 horas. Primero, se aviene a aceptar y firmar las condiciones que le imponía Ciudadanos para darle sus votos, esas que el día anterior había dicho que ni se trataron en el Comité Ejecutivo del PP y que “podían aceptar, o no”. Y segundo, tal y como le exigían el partido naranja y el PSOE, ha transigido con poner fecha a la investidura, aunque el miércoles insistía en que tenía que negociarla con Pedro Sánchez.

Con lo que la situación está donde Rivera, en plan estelar, quería: con Rajoy cogido por las barbas y con el PSOE y su líder hecho una olla a presión, señalado ya como el posible culpable de que los españoles tengan que ir a votar cantando villancicos, entre la resaca de Nochebuena y la indigestión turronera de Navidad.

Rajoy, por tanto, se arriesga a lo que más temía y de lo que huía como gato escaldado del agua fría: pasar por el calvario de una sesión de investidura de la que saldrá derrotado y apaleado, humillado por las unánimes críticas de la oposición, incluida la lacerante de su único apoyo, Rivera, ya que no tiene los apoyos suficientes y los socialistas insisten en que votarán que no.

Estos quince días, por tanto, serán un catálogo de continuas presiones a Sánchez, del que ya no se sabe bien si coge o no el teléfono a Rajoy, si habla con Pablo Iglesias de un posible gobierno alternativo o si sigue de vacaciones a la espera de que Rivera, pagado de sí mismo, le haga también ver la luz. Por ejemplo, le organice una coartada para que once diputados socialistas -¿un equipo de fútbol?- deban ausentarse del Congreso el día 2 de septiembre. Y aquí paz...

Desde Euskadi, el panorama asusta y queda por ver hasta qué punto influye en vísperas del arranque de la campaña vasca. Tanto si Rajoy es investido como si no, el PSOE y el PSE deberán dar muchas explicaciones.