Si, como está cantado, el PP acepta las seis supuestas “condiciones” de Albert Rivera y, como era previsible, Ciudadanos vota a favor de la investidura de Rajoy, el líder del PP volverá a ser presidente. El PSOE se podrá resistir lo que quiera, podrá negar y patalear una y mil veces, pero terminará cediendo a la tremenda presión mediante su abstención, que podría ser total o parcial -o sea, con una decena de diputados socialistas que, oportunamente, se ausentaran de la votación-. Con contrapartidas (más maquillaje reformista para lavar la cara de Pedro Sánchez y los suyos) o sin ellas.
El PSOE trata de desviar esa presión política, económica (patronales e Ibex) y mediática hacia los nacionalistas vascos y catalanes, cuando sabe que ese eventual apoyo sería imposible. Porque la investidura de Rajoy supone, en efecto, que por fin habrá gobierno, pero ¿qué gobierno? Ninguno de los puntos de Rivera incide -ni siquiera roza- sobre aspectos como la mejora de la economía y el empleo, el pago del déficit, las pensiones o el bienestar. Ni la educación, la vivienda o el medio ambiente. ¿Y sobre autogobierno? Si en estos cinco años la sensibilidad del Ejecutivo de Rajoy para con Euskadi y Catalunya ha sido la de una ameba devoradora, el acuerdo con Ciudadanos no augura nada mejor, sino más bien al contrario, porque no es descartable que ese pacto tenga una agenda oculta. De momento, lo que sabemos es que se abordaría una “nueva ley electoral”, con el objetivo de “que los votos valgan igual o haya mayor proporcionalidad”. Ya nos podemos echar la mano a la cartera.
Todo lleva a pensar que habrá una nueva vuelta de tuerca en el ya de por sí excesivo proceso recentralizador, con un efecto centrípeto que rebajará aún más el autobierno, vaciará las competencias de vascos y catalanes e intentará -sin excluir el apoyo explícito del PSOE- una gran coalición de defensa de la unidad de España. Y ya veremos lo que ocurre con el Concierto, cuya desaparición tan deseada y demandada por Ciudadanos no está contemplada en el acuerdo oficial.
Así que sería suicida un apoyo de los partidos nacionalistas a un Rajoy crecido por el flanco recentralizador. El único consuelo que queda tras el previsible acuerdo PP-Ciudadanos es que, si se cumpliera al menos el punto relativo a la limitación de mandatos del presidente del Gobierno, el fin político de Rajoy llegará pronto, con esta su segunda legislatura. No hay mal que por bien no venga.