Tras el debate a cuatro del lunes, definitivamente el acto más importante de la campaña, se podría decir que esta dio arranque justo después. Diera la sensación de que poco pueden arañar los partidos políticos, ya sea en los actos electorales o entrevistas, pese a los discursos cruzados que señalan que los resultados se pueden decidir en los diez días que quedan y donde puede que no todo el pescado esté vendido. El cuadrilátero televisivo, sin embargo, dibujó el rubicón a una campaña que comienza realmente ahora. Esa famosa máxima de las campañas políticas de que es más importante no caer en el error que realmente acertar en los mensajes puede condensares en el tuit de Jordi Sevilla, el economista de aquellas dos tarde aciagas de florido pensil con Zapatero y que pedía ayer dejar gobernar “al candidato que consiga mayor apoyo parlamentario” para evitar unas terceras elecciones, esas cuya sombra sobrevuela desde la indefinición de los pactos que dejó el monólogo a cuatro del lunes.
Sevilla andaba pensando en el caduco pacto de los socialistas con Rivera que reclutó 130 escaños, insuficientes a la postre, pero que sumaban más que los 123 del PP. O ha metido la pata o ha calculado el ministrable que con esta propuesta sin mayorías y saltándose las reglas de la democracia parlamentaria, su candidato dejaría el paso libre a un PP si tiene más apoyos a pesar de que Sánchez se ha desgañitado diciendo que no facilitará un gobierno de Rajoy. Pero a situaciones desesperadas? medidas fatales, según Sevilla mientras la sevillana Díaz guarda silencio y barrunta una gran coalición con la abstención socialista.
La fatalidad de Sánchez, dibujada en ese canibalismo cainita, siempre acaba pasando y para mal por la capital andaluza, lo mismo por una lideresa que por su ministrable y la estocada puede ser histórica, sobre todo con un Podemos recortando distancias a la reedición de aquel solemne e inútil “pacto del abrazo” con firma y flashes allá por febrero.
Lo más cruel en esta película de buenos y malos es que Sánchez se ha comprometido a que haya gobierno y ya le ha salido un portavoz marcando el itinerario para que se defina la salida, así sea por activa o por pasiva. Todo se viene abajo para Sánchez con este campo minado y ayer, como en una mala broma, asando sardinas en Marbella. Incinerado en las brasas de la polarización o en las recetas de sus amigos y en unas circunstancias en las que, si hay que encender un voto desactivado, lo que parece venir es un gran apagón que puede condenar al PSOE definitivamente a la irrelevancia si el tercer puesto se confirma: ni gobernar ni liderar la oposición.
El PP entre tanto parece avanzar en la campaña tan lento como feliz como en un campo de alcachofas, hasta donde se fue ayer Rajoy con los restos del triunfo del debate a su manera (el que sucede cuando nunca ocurren demasiadas cosas) y la deuda pública prosigue el balconing por encima del 100% del PIB, situando la realidad tozuda como la mejor contraoferta electoral, sin dramas.
Una campaña electoral que, pese al matonismo, transcurre lánguida y a fuego lento, con todos los agentes cansados, incluido el electorado que, sin embargo, pareciera que nunca ha estado más atento a los movimientos que puedan dar pistas sobre el desenlace de este nudo que llevamos desde el 20-D, cuando Sánchez se quemó inútilmente anticipando la inauguración de una gran falla. Quedamos a la espera de las encuestas del fin de semana y si éstas vienen a reafirmar que el soldado Sánchez ya es solo cenizas o que además de ganar a sus adversarios políticos, también puede sorpassear a los amigos y a la propia demoscopia.