Está en crisis nuestra democracia?; ¿Se resuelve todo con un mero cambio Constitucional?; ¿Asistimos a una crisis de la democracia o a una crisis del buen gobierno dentro de la democracia? ¿Debemos cuestionar la democracia como el mejor modelo de gobierno por el hecho de que en su seno emerjan desviaciones de poder y comportamientos poco edificantes?

Con frecuencia nos sucede que solo valoramos lo que tenemos cuando lo perdemos. Y eso también ocurre con la democracia, un sistema imperfecto en el que el camino se ha de construir, pese a la frustración y la indignación que en ocasiones generan sus actores, desde la insistencia en su profundización. Y ésta no puede quedar limitada a votar cada cuatro años y olvidarnos de la salud de nuestro sistema de gobierno y de convivencia en sociedad hasta la siguiente convocatoria electoral.

Si reducimos la democracia a un sistema en el que los ciudadanos votamos a nuestros representantes, si conceptuamos el electoralismo como el sistema de captación de votos la política se convierte en mero populismo. Los derechos democráticos, el voto ciudadano representa, sin duda, una fuente importante e innegable de legitimidad democrática, pero no es suficiente; ésta no puede basarse solo en la convocatoria de periódica de elecciones libres.

Es necesario lograr una democracia real, no solo formal, basada en el buen gobierno, en la calidad del gobierno, en la fijación de contrapesos a su ejercicio. Si concebimos la democracia como un modelo de gobierno basado única y exclusivamente en los votos el propio sistema acaba necesitando prometer muchas cosas y gastar ingentes previsiones presupuestarias para atender a esas promesas, generando dinámicas difíciles de controlar. Las urnas no otorgan poder para adoptar cualquier decisión a los gobernantes. No debería servir, por ejemplo, para justificar inversiones faraónicas que conduzcan a AVE sin pasajeros, autopistas de peajes sin vehículos o aeropuertos sin aviones, todo ello bajo la excusa argumental de que con su construcción se está atendiendo a las demandas de los ciudadanos.

Una verdadera calidad democrática requiere profundizar en la educación ciudadana, exige insistir en pedagogía democrática, demanda trabajar para fortalecer la implicación en y con el sistema de los ciudadanos. Vivimos en un mundo y en una sociedad cada vez más difíciles de gestionar y la democracia se enfrenta a nuevos retos.

Sería deseable que el mismo nivel de contestación social que se produciría si un gobierno decidiera suspender unas elecciones se produjera también cuando un gobierno quita independencia al Poder Judicial, ocupa instituciones de control y las coloniza o cuando hurta la transparencia en sus actuaciones y decisiones.

Esa rebelión cívica pendiente no se logra solo mostrando la indignación o el malestar, la desafección y el reproche; tampoco se consigue reivindicando sin más reformas formales del sistema. Se ha de lograr tomando conciencia de que sin contrapesos al poder ejecutivo tendremos siempre una democracia de baja calidad, tal y como brillantemente ha expuesto el profesor Rafael Giménez Asensio. ¿Y cuáles son esas herramientas de control y de contrapeso que ahora existen formalmente pero no desempeñan realmente tal función? Entre otros, una auténtica separación de poderes, una verdadera independencia del Poder Judicial en todos sus niveles, independencia de las autoridades financieras y de los organismos reguladores, la transparencia, la limitación de mandatos y la apertura de los partidos políticos a la sociedad.

El intervencionismo en la justicia por parte de la política, la partidocracia, las listas cerradas, la corrupción derivada de la falta de frenos y contrapesos que formalmente existen pero que quedan cortocircuitados por la presión política que se olvida de la meritocracia y sitúa en tales puestos a quienes renuncian a actuar con imparcialidad y profesionalidad, todos estos factores minan la confianza en el sistema por parte de los ciudadanos. Recuperar este valor, el de la confianza, es fundamental para reconquistar buenas prácticas en la denostada y criticada, pero sin duda, irrenunciable democracia.