El lehendakari, Iñigo Urkullu, anhela un obligado consenso de partida para el posterior debate del futuro autogobierno de Euskadi como un baluarte primordial de su legislatura. Y el PNV quiere complacerle apurando tan plausible propósito en los últimos minutos del partido, precisamente cuando empieza en un escenario bien diferente: la cuenta atrás de otras elecciones generales, insoportables pero decisivas. Vaya, que ante semejante cuadro de angustiosas exigencias, donde el interés particular de la urna pulveriza el debate sosegado, es imposible siquiera sentarse en los dos lados de la mesa con el reloj y el voto como testigos.
Es muy posible que el PNV haya gastado buena parte de su munición estratégica apelando con más voluntad que éxito al resto de partidos para debatir en torno al autogobierno vasco. Posiblemente sabía de antemano el eco de la respuesta, pero le ha permitido fotografiar la situación en el horizonte de las autonómicas de otoño. La misma que la semana pasada, que la anterior y muy posiblemente la de mañana. Ahora bien, ¿y la del día posterior al 26-J? El nacionalismo vasco se ha apresurado a regar su territorio antes que otros, consciente de que se abre en el corto plazo un nuevo escenario político e institucional tan inédito como irreconocible ahora mismo y al que deben responder con una hoja de ruta perfectamente diseccionada como posición de partida ante futuras negociaciones que se intuyen insalvables en un renovado orden constitucional.
Nadie ha movido una brizna sobre su conocido propósito de autogobierno. Quizá porque juegan al escondite táctico, refugiados en la pragmática creencia de que las exigencias sociales eclipsan por ahora -y durante los próximos meses- este debate, reducido de momento a la embestida política y a minar la carga ideológica. No es imaginable que se asista en la inmediata campaña electoral a un cruce insufrible de contramensajes bajo el autogobierno como objeto de deseo. Ya llegarán las autonómicas. Pero bien sabe el próximo Gobierno central que le asaltará en el estreno de su mandato -¿duradero?- el espinoso debate del marco autonómico mientras atiende a Bruselas sus exigencias de reformas para detener su déficit incontrolable. Ahí es donde el País Vasco debería comparecer con los deberes hechos de su anhelo autonomista y así se explicará que el PNV apure cuanto antes la suma de voluntades, incluso desde la discrepancia.
Llegará el momento culminante de la apuesta particular. Posiblemente bajo el denominador común de un imprescindible respeto del Estado español a la capacidad de decisión del pueblo vasco que, quizá, no sea otra cosa, en la jerga popular, que un compromiso de acatamiento de la expresión plena del Estatuto de Gernika. Claro está que para su efectivo cumplimiento lleve implícita la rehabilitación del pase foral, aquel histórico derecho de sobrecarta que comprometa a una España todavía monárquica al respeto constitucional de la reconocida capacidad de autogobernarse. Y, así, tranquilidad para muchos años.