Si era poco el ruido que traía esta campaña electoral basada en la telerrealidad política ahora, además, a este parchís a cuatro que nos venden en el que no hacen falta propuestas se suma también el ruido que hacen con los dados dentro del cubilete. Suena y suena, lo agitan y lo agitan no sale ningún número. Pero han conseguido que todos sigan pendientes de los cuatro jugadores que se han repartido las fichas. Quizá la aportación a ese escenario que hizo Pedro Sánchez en el debate con Mariano Rajoy no sea responsabilidad únicamente suya pero sonó a jugada desesperada. Más que fortalecer el duelo a dos que buscaba para la última semana de campaña, ha bloqueado la partida. De no haber abierto el debate de los tonos y las formas quizá alguien hubiese caído en la cuenta de que falta fondo en los eslóganes; que la pluralidad, la accesibilidad a las grandes corrientes mediáticas del pensamiento más diverso, que es garantía de un proceso democrático brilla por su ausencia y la diferencia, por mayoritaria que sea en su ámbito sociopolítico específico -pongamos Euskadi, pongamos Catalunya- no tiene derecho a jugar esta partida en los medios privados.
Que ni en ese cruce de reproches televisado, espartano en la decoración y en la superficialidad de los análisis de PP y PSOE, ni en el anterior a cuatro hubo mensaje para los votantes vascos o catalanes ni soluciones para sus demandas específicas; que lo son en lo social, lo nacional y lo económico porque específicas son sus características. Que rozamos el caca, pedo, pis. Y la telerrealidad política raya la telebasura incluso en las actitudes impostadas de los candidatos “alternativos”.
Iglesias y Rivera se han erigido de pronto en guardianes de las buenas formas cuando, desde las filas del primero, Monedero se pasaba el dedo por la nariz al señalar al segundo apenas unas horas antes. Nuevos líderes ungidos para descabalgar a la casta, que son todos los que no son esa nueva izquierda ahora edulcorada. O para liquidar la diversidad plurinacional en el Estado disfrazando de solidaridad e igualdad el fondo de nacional-centralismo de la nueva derecha. También ellos, sólo ellos, tuvieron su escaparate mediático alternativo esa infausta noche.
Sin tanto Ruiz y tanto Sánchez caeríamos en la cuenta de que ayer a Rajoy no le parecía ni medio mal que Gustavo de Arístegui dimita pero Gómez de la Serna siga siendo candidato, pese a lo que dicen en su propio partido. O que Fernández Díaz cree que a su Policía le roban menos cale de cobre que a los Mossos. Detalles que denotan un talante. Pero hoy hablaremos de que un imbécil le arrancó ayer las gafas a Rajoy de una ‘yoya’. Y será difícil huir del oportunismo de desatar la teoría de los polvos y los lodos, que volverá a sepultar en los informativos y las redes cualquier intento de salirse del linchamiento de Sánchez, del rescate de Rajoy, de la beatificación de Iglesias -mira qué bien traído, aunque esté mal que yo lo diga- y del master de estadista de Rivera.
Realidades virtuales que juegan al parchís mientras la opinión pública empieza a plantearse si el domingo votará la composición del Legislativo español o la próxima expulsión de Gran Hermano. Y, si faltaba alguien, sale Felipe González y se pone de ejemplo de piel de rinoceronte frente a los insultos. A él, que le han llamado de todo, recordó él. A él, que le pusieron una equis, recordamos otros también.