gasteiz - Hemos pasado de la respuesta social ante el terrorismo a la reacción frente al trauma colectivo. ¿Esta evolución temática en los seminarios responde a un mero criterio cronológico o hay algo más?
-Tratamos de abordar temas de los que se esté hablando. El año pasado la pregunta era cuál había sido la posición de la sociedad vasca en relación al terrorismo, un debate que estaba sobre la mesa. La intervención de Kepa Aulestia vino a decir que la postura de la sociedad había sido la que había sido y que en la actualidad se corresponde con ese pensamiento muy extendido de echar al olvido. Sentenció esa reflexión con un “la paz era esto”, lo que nos llevó a plantear el debate en esos términos: cómo se reorganizan las sociedades después de un trauma como el terrorismo continuado, una dictadura militar o de otro tipo, una guerra... Nuestro objeto es ver hasta qué punto somos singulares o se repite en otros sitios, cuáles deben ser los ingredientes para una paz que se soporte en puntos de partida comunes.
La valoración del seminario del 2014, recogido en un libro de reciente publicación, se solapa con la celebración de las jornadas de este año. ¿Cómo conjuga ambas iniciativas?
-El año pasado creo que fuimos muy oportunos, que no oportunistas, y creo que este año nos ha vuelto a asistir la suerte. Cuando uno monta una mesa trata de abastecer su propia curiosidad, intentado hacer que su curiosidad sea la del conjunto.
Desde siempre ha habido voces encontradas sobre la idoneidad de comparar el caso vasco con el norirlandés. Ustedes han acercado esta realidad a Gasteiz. ¿Qué les llevó a ello?
-Hay mucho parecido y muchas diferencias. Hay una diferencia sustancial, y es que la sociedad norirlandesa era una sociedad dividida, con dos comunidades, que de alguna manera se enfrentaron a través de sus grupos terroristas o de sus grupos armados; hay un equilibrio de violencias. La sociedad vasca no ha sido, ni en los peores momentos, una sociedad dividida en comunidades nacionales. Sí ha estado dividida entre quienes defendían el uso de la violencia con fines políticos y quienes estaban radical o pasivamente en contra de esa actitud. Ese es un factor muy determinante, hasta el punto de que la reorganización política de la sociedad norirlandesa se establece sobre la base de un gobierno de coalición formado por los dos extremos del mapa político. Es una situación que no tiene nada que ver con nosotros, pero sí hay algunas similitudes con respecto al pasado, con esa tendencia de echarlo a un lado y de hacer una consideración muy distante de ese pasado. La pauta que están marcando en Irlanda del Norte se asemeja mucho con la que estamos tomando en Euskadi.
¿Por qué este año no ha habido víctimas en el seminario?
-Porque de lo que se trataba era de presentar varios escenarios y ver cómo en esos escenarios regionales se había resuelto la cuestión. Y cuando digo resuelto no tiene por qué ser necesariamente que se haya resuelto bien. Después de conocer esos escenarios diversos, aterrizamos en Euskadi y tratamos de ver desde perspectivas diferentes qué está pasando aquí. En este caso la voz de las víctimas no era tan singular, aunque algunos de los ítems que queríamos tratar era qué pasa con las víctimas. Aparecieron, aunque no en primera persona.
Entre las ausencias también ha destacado la del recientemente inaugurado Instituto de la Memoria, Gogora, la apuesta del Gobierno Vasco para abordar todos los asuntos relacionados con la revisión crítica del pasado violento y encauzar la convivencia del futuro. ¿A qué se ha debido?
-No hablamos de políticas públicas de memoria, sino que hablamos de cuál es la situación que se está atendiendo socialmente en sociedades postraumas. Hay un proceso de elección y elegir es renunciar, no puedes tener a todos. Los que vienen son representantes de sí mismos, nada más.
¿El desarme y la disolución de ETA pondrá fin a estas jornadas?
-Lo tendremos que ir viendo. La Fundación Fernando Buesa es de las más lozanas, de las que está manifestando más vida y capacidad de intervenir a cada momento, pero desde luego la intención de una fundación no es permanecer para siempre. Ojalá un día seamos inservibles y tengamos que echar la persiana. En todo caso, soy de los que piensan que todavía tenemos mucho terreno por delante. En el supuesto formidable de que mañana ETA mostrará su arsenal y dijera adiós, no por eso se habrían resuelto adecuadamente todas las consecuencias de cuarenta años de terrorismo. Lo sustancial son las víctimas, pero inmediatamente después está una sociedad donde las prácticas cotidianas democráticas se han erosionado. Todavía estamos lejos de ser una sociedad normalizada. Ahora no se trata de un problema de los terroristas, el terrorista latente tiene poca importancia. Lo importante es que las prácticas cotidianas democráticas no son las mismas aquí que en otros lugares.