Donostia. "Con mucha energía para trabajar y con mucha emoción, pero sin rencor. Todo ha girado en torno al dolor y a la esperanza, porque veíamos cauces y apoyos. Queremos justicia, verdad y memoria". El exsacerdote franciscano Felipe Izagirre repasa el viaje a Buenos Aires junto a miembros de la Coordinadora estatal de apoyo a la Querella Argentina contra crímenes del franquismo (ceaqua.org). Allá denunciaron ante la jueza María Servini desde torturas hasta casos de bebés robados, pasando por ejecuciones sumarias y desapariciones.
¿Qué balance hace del viaje?
La experiencia ha sido mejor de la esperada. La experiencia como tal fue dura, porque era un grupo que tenía su dolor, su sufrimiento de la Guerra Civil y de la última etapa del franquismo, pero hemos vuelto con una esperanza, una sensación de haber cerrado bien todo. Hemos estado con la jueza, en las comisiones de Derechos Humanos del Congreso y el Senado, con un equipo de abogados que trabaja allí directamente la querella... La Coordinadora ha conseguido crear allí una plataforma por la querella, donde hay abogados, políticos, teólogos de la liberación... Ha sido muy positivo y esperanzador, esperando que continúe a pesar de las dificultades que nos explicó la jueza.
¿Cuáles?
Por lo visto, intentaron crear en la embajada de Madrid unas videoconferencias que no consiguieron. Parece que hubo interferencias del Gobierno español. Entonces, Servini nos recibió en grupo. Al grupo le dio peso la representación de la comisión de Derechos Humanos del Parlamento Vasco, con su presidenta (Maribel Vaquero, PNV), Julen Arzuaga de EH Bildu y otro del PSE. Del Congreso fue Sabino Cuadra y un catalán de Izquierda Plural. La jueza nos recibió a todos. Fue una recepción muy solemne.
¿Cómo se encuentra la querella?
El capitán Muñecas y Billy El Niño, con un historial de torturas impresionante, ya han sido citados. Teníamos dos objetivos: por una parte, insistir en las videoconferencias, porque puede haber gente que quiere declarar, pero no puede ir a Argentina. Y en segundo lugar, que haya más imputados. Los del grupo memorialista de Gasteiz llevaron el nombre de Martín Villa con los sucesos del 76. La hermana de Puig Antich llevó el nombre de Utrera Molina, que es el que firmó el garrote vil para Puig Antich y que es suegro de Ruiz-Gallardón. Otro que también estuvo era de los del FRAP, tres de cuyos miembros fueron sesinados junto a Txiki y Otaegi.
¿Qué le llevó a usted a Buenos Aires?
He ido en nombre de 16 sacerdotes que estuvimos en la cárcel de Zamora y mi caso, como exponente de la complicidad de la Iglesia y las torturas que sufrimos, de cómo crearon la cárcel de Zamora. He ido por un compromiso más social, aceptando mi pasado. Yo ya di el nombre del comisario que me torturó en el Gobierno Civil de San Sebastián.
¿Qué es lo más importante?
Que en la querella haya mucha gente, que se vean los malos tratos y las torturas, la complicidad de la Iglesia por nuestra parte... Por ejemplo, había una mujer de 88 años cuyo padre fue asesinado en la Guerra Civil. De ocho hermanos, quedan ella y un hermano, y estaban detrás de los rastros de su padre. Creen que está por Guadalajara. Éramos un grupo de veintitantos y había todo tipo de casos. Había una mujer de niños robados, había otro chico que su padre había estado en trabajos forzosos que los trataban como esclavos... Lo más importante es que ya hay nombres. Aunque no los extraditen, que sea público: Martín Villa, Utrera Molina...
El exministro Martín Villa ya dijo que no le quitaba el sueño.
Nos pareció una actitud chulesca. El compañero de Gasteiz, Andoni Txasko, hizo una declaración muy detallada. La hermana de Puig Antich también. Todos teníamos un abogado del grupo de Argentina y sobre todo, Ana Messuti, que es la que ha preparado las querellas. Cuando estuvimos declarando ante la secretaria comprobamos que es una abogada muy prestigiosa allá.
Usted fue sacerdote franciscano, y en aquella época fue encarcelado y torturado.
Éramos dos, Juan Mari Zulaika y yo. Empezamos en el 67. Fuimos a Eibar de sacerdotes obreros. Tuvimos conflicto cuando las misas de Txabi Etxebarrieta, nos torturaron en el cuartel de Eibar, nos llevaron a Martutene y nos dejaron en libertad condicional, a la espera de un juicio sumario. A partir de ahí empieza un poco la lucha. Nos negamos a ir a un monasterio y es entonces cuando, según el Concordato con la Santa Sede, adecuan el provincial de la cárcel de Zamora.
¿Cómo la recuerda?
Era una prisión grande que tenía un penal, pero la parte del provincial estaba libre. Era mucho más pequeña y oscura. Por allí habrían pasado 50-60 sacerdotes.
Poco después, lo vuelven a detener.
En el 67 me mandaron de capellán castrense y a los cuatro meses me expulsaron. En una misa oficial, con el capitán, el obispo, el arzobispo y todo, en el sermón hablé de las bases de la paz, que son la justicia, la igualdad, etc. Dos años después, me cogieron con propaganda y me detuvieron. En el Gobierno Civil había un comisario que era un hombretón enorme, Sanz. Me esposaron de tal forma que a los tres días, cuando fui a la cárcel de Martutene, tenía las muñecas en sangre viva. En el despacho aprovechaban para darme golpes. El abogado Bandrés y mi hermana presentaron una denuncia por torturas.
Su periplo penitenciario concluye en Segovia.
Pasé por Jaén y Soria. No sé si el primer director tenía alguna paranoia o qué, pero me regresó de segundo a primer grado porque pensaba que podía revolucionar aquello. De Jaén me mandaron a Soria, donde estaban los presos políticos, y la última etapa la pasamos en Segovia.
¿Cuánto tiempo?
Salí una semana antes de la muerte de Franco. En la cárcel ya se respiraba la libertad. Cuando salí, la gente esperaba que declararan la muerte de Franco, todos los días veíamos la televisión a ver si... En septiembre fue lo de Txiki y Otaegi. Luego hubo un intento de fuga que no funcionó. Yo la conocía, pero no iba a participar. Yo ya tenía la libertad, aunque me solidaricé con ellos.
Décadas después, ¿qué queda de relatos como este?
En el 77 hubo un punto final y después no se ha trabajado. En la época de Zapatero se intentó, pero no se ha levantado la impunidad ni se ha intentado investigar los crímenes. Es normal. Dentro del PP, en Alianza Popular, había muchos ministros y gente... El propio Utrera Molina es suegro de Gallardón. Hay unas relaciones de la época franquista con el Gobierno actual. En Argentina se está presionando para que su Gobierno se persone a través del cónsul, pero las relaciones diplomáticas ya se sabe...
Al menos, ustedes han declarado en Buenos Aires.
Ha sido positivo. Nos cambió el estado de ánimo. La mujer de 88 años me decía: "Ya he dicho todo. Tengo 88 años y estoy en paz". Eran ocho cuando le mataron a su padre y vive un hermano. Les gustaría enterrar a su padre. No nos damos cuenta muchas veces de que ese sufrimiento tiene raíces afectivas grandes.
¿Todos lo han abordado igual?
No. Es una experiencia muy personal. Podemos empatizar y estar, pero el sufrimiento es muy doloroso. Miembros del Parlamento Vasco sí que nos acompañaron, pero por eso sería importante que la querella de Argentina, apoyada en el Parlamento, abra el camino para una ley como la de Nafarroa, y desde el Gobierno vasco se puede dar un impulso.
¿Han encontrado más sensibilidad en Argentina que en España?
La memoria la han trabajado las universidades, cosa que aquí no sé si hay ese interés por estudiar y trabajar toda esa época para reconstruir la memoria junto a los políticos y los grupos memorialistas.