MADRID. La caída en el vacío del PSOE post-Zapatero debía ser conjurada de alguna manera y el partido de Alfredo Pérez Rubalcaba decidió convocar una Conferencia Política que definiera la agenda ideológica de los socialistas para los próximos años. Finalmente, después de un año de trabajos, quinientos expertos implicados en numerosos debates -que abordan desde la regeneración de las instituciones hasta la economía sostenible, pasando por la laicidad del Estado- y la elaboración de una ponencia marco, todo está preparado para que la cumbre socialista arranque el viernes. Será la ocasión también para que el PSOE aborde por fin el espinoso asunto de la celebración de primarias abiertas para elegir al máximo dirigente del partido, a su secretario general, cargo que ahora ostenta Rubalcaba.

Era un debate pendiente desde que el último congreso del PSOE, celebrado en Sevilla en 2012, diera el visto bueno a la celebración de elecciones primarias abiertas, esto es, entre los militantes y también los simpatizantes del partido, para elegir al candidato a la presidencia del Gobierno español. Y es sobre estas primarias, las del candidato, sobre las que han corrido ríos de tinta en los últimos meses, aunque aún no hay fecha para su convocatoria pero sí posibles aspirantes, como Patxi López o Eduardo Madina, todavía en proceso de tanteo de sus fuerzas antes de dar el siguiente paso.

Pero otra cosa es el liderazgo del partido. Y es aquí donde el PSOE está encontrando más reticencias internas, porque la designación del secretario general siempre ha sido responsabilidad del congreso de la formación, mediante la votación de los delegados, que son la voz orgánica del partido. Ni militantes ni, por supuesto, los meros simpatizantes, han podido elegir de manera directa al líder. Hasta ahora. O, mejor dicho, hasta 2016, que es la fecha en la que en teoría Rubalcaba concluiría su mandato y se elegiría al nuevo secretario general, esta vez sí, mediante primarias.

Hay precedentes, escasos, pero siempre en elecciones de los candidatos. Una de las primeras experiencias tuvo lugar precisamente en Euskadi. El marzo de 1998, el entonces secretario general del PSE, Nicolás Redondo Terreros, se batió en unas primarias para candidato a lehendakari contra Rosa Díez -la actual líder de UPyD, que todavía en las filas socialistas había sido consejera de Turismo del Gobierno vasco-, a la que batió por unos exiguos cuatrocientos votos. Se impuso el candidato oficial pero su escaso margen de victoria hacía pensar que las elecciones se le iban a hacer cuesta arriba porque ni siquiera era el candidato deseado por casi la mitad de la militancia del PSE. Así fue. Siete meses después, los socialistas obtuvieron solo 14 escaños. Una y no más. El PSE no ha vuelto a convocar primarias.

Y es que el peligro reside en que la voluntad de las bases no concuerde con el deseo de las ejecutivas. Sucedió cuando Tomás Gómez se impuso como candidato a la presidencia de la Comunidad de Madrid frente Trinidad Jiménez, la candidata del por entonces líder del partido, José Luis Rodríguez Zapatero.

Líder en entredicho Pero el caso más doloroso y con consecuencias más nefastas fue el de las primarias celebradas en abril de 1998 para las elecciones generales del año 2000. Josep Borrell se impuso por un 55% de votos al secretario general, Joaquín Almunia -el actual comisario europeo de Competencia-, inaugurando una situación inédita. Porque, salvo los cortos periodos de transición entre líderes -de Felipe González a Almunia y, más tarde, de Zapatero a Rubalcaba-, nunca habían tenido que convivir dos liderazgos.

Es el fantasma de la bicefalia que algunos dentro del PSOE recuerdan con pavor. Durante un año, Borrell, el candidato llamado a batir a José María Aznar, fue perdiendo crédito político lastrado por la falta de apoyo del partido. En mayo de 1999, Borrell dimitió. Cogió el testigo Almunia y perdió estrepitosamente en las elecciones, dejándose por el camino 125 diputados.

Más recientemente, aunque en un contexto diferente, cuando Rubalcaba peleó por La Moncloa contra Rajoy, su equipo de campaña solo permitió que Zapatero, el entonces presidente del Gobierno y secretario general del PSOE, participara en un único mitin con el candidato.

Y es que, a diferencia de partidos como el PNV, que lo tienen en su ADN -Ajuria Enea y Sabin Etxea van por separado-, en el PSOE no encaja bien la bicefalia. Se ha visto recientemente en Andalucía. Ante la marcha del expresidente de la Junta José Antonio Griñán, el aparato del PSOE andaluz ha encumbrado en tiempo récord a Susana Díaz como próxima candidata mediante unas primarias exprés y con unos métodos muy cuestionados. Para cerrar el círculo, la designará este mismo mes nueva secretaria general de los socialistas andaluces, mediante un congreso cerrado a la militancia, no vaya a haber sorpresas.

"Rosario de la aurora" Dentro del PSOE hay dos bandos diferenciados entre los que abominan de la bicefalia y los que, como Ramón Jáuregui, coordinador de la Conferencia Política, reconocen que una vez abiertas las puertas a las primarias "hay que aceptar la bicefalia". Por el contrario, otros como el expresidente de Extremadura Juan Carlos Rodríguez Ibarra alertan de que la época Almunia-Borrell acabó "como el rosario de la aurora" y que "podría ser que Rubalcaba se presentara y perdiera frente a otro militante, lo que agravaría aún más su situación de penuria y soledad". Para el extremeño, lo ideal sería despejar la incógnita convocando un congreso del PSOE que eligiera al nuevo secretario general, de forma que "a nadie le cupiera la duda" de que él sería el candidato socialista a la presidencia del Gobierno español. Más de lo mismo. Con todo, si la conferencia acepta dar el primer paso para activar las primarias para la elección del secretario, deberá ser un Congreso Federal posterior el que finalmente lo apruebe.

El PSOE se abre a la bicefalia

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Rodríguez Ibarra alerta de que si Rubalcaba cae frente a otro militante "se agravaría aún más su situación de penuria"

La bicefalia está tan mal vista que en Andalucía se encumbra en tiempo récord a Susana Díaz al Gobierno y al partido