aGUA, calor y multitudes son en ocasiones una mezcla explosiva. Adolescentes que se lanzan a la piscina como si fueran un batallón de guerra, padres que son peores que los niños, familias que buscan un día de tranquilidad, usuarios que sólo quieren tostarse al sol... Las piscinas municipales de Vitoria forman en verano una pequeña república independiente, con sus propias leyes, sus normas a acatar y sus hombres y mujeres encargados de que se cumplan. Jóvenes como Mikel González y Amaia Larrañaga, socorristas de las piscinas de Mendizorroza, o Mikel Muñoz, que hace lo propio en Gamarra. En sus manos reside la seguridad, y en muchos casos, la vida, de los miles de usuarios que se acercan cada día a los complejos deportivos gasteiztarras. "Estamos aquí para ayudar, pero a veces la gente piensa que las normas las ponemos nosotros porque nos da la gana", lamenta Mikel González, que a sus 25 años acumula ya seis trabajando en las piscinas de Mendizorroza. Su hábitat este periodo estival es la zona infantil, donde muchas veces los padres obvian sus consejos, seguros de sí mismos en lo que a la protección de sus vástagos se refiere. "Yo todo lo que les digo es por su seguridad, aunque para algunos su hijo es su hijo y creen que pueden hacer lo que les de la gana. Además no les digas nada que se enfadan", sostiene este socorrista, que durante todo el verano mantiene su guerra particular con los manguitos, los pequeños flotadores que se colocan en los brazos de los niños para que floten.

Una práctica más peligrosa de lo que parece y que, según los expertos, no permite que los niños aprendan a nadar y desenvolverse en el agua como deberían. "Están prohibidísimos y lo pone bien claro en el cartel, pero muchos padres no se los quieren quitar porque piensan que así sus hijos están más protegidos", subraya Mikel, que hasta ahora ha vivido "un mes de julio muy fuerte y un agosto, de momento, más tranquilo que el año pasado". Un verano en el que, como bien dice, hay gente para todo. "Hay personas que son muy inconscientes con el sol. Se tiran no sé cuantas horas en el solarium sin mojarse nada y claro, luego les pega un golpe de calor que no se pueden levantar", explica Mikel, que un verano más se queda de nuevo sin vacaciones para trabajar entre niños, flotadores y un calor sofocante.

"No me puedo ir por ahí con mis amigos pero estar aquí compensa. El dinero que gano estos meses siempre viene bien", admite justo antes de dejar a su interlocutor para centrar su mirada en un par de niños de unos ocho años que se adentran en la piscina como una marabunta. A su alrededor, mientras tanto, Amaia Larrañaga aprovecha que la piscina a la que está asignada muestra cierta calma para confirmar punto por punto las palabras de su compañero. "Al final haces un trabajo más de policía que de socorrista", asume esta estudiante de IVEF de 23 años, que afronta estos días su tercera campaña trabajando en las instalaciones de Mendizorroza.

"Me paso el día pidiendo a la gente que no se tiren desde las rocas, que no hagan mortales... algunos se ponen un poco tontos o te intentan mojar, pero igual que a mis compañeros que son chicos", asevera esta joven, que durante las últimas semanas ha tenido al suerte de no verse obligada a realizar ningún rescate de importancia. "Aquí en Mendizorroza no hay demasiados rescates, algún chaval que no llega a la orilla, cortes y golpes de calor y desmayos de alguna señora, pero nada grave. Y eso que este año en julio ha habido más trabajo que el año pasado, aunque agosto está siendo tranquilo", agradece Amaia, sentada junto a algunos de sus utensilios habituales de trabajo, como el tablero espinal para realizar los rescates, el ambú para insuflar aire a través de una mascarilla, un collarín para prevenir lesiones y los habituales salvavidas.

Territorio Gamarra La experiencia de Mikel y Amaia en las piscinas de Mendizorroza, donde habitualmente trabajan alrededor de seis socorristas, contrasta un poco con lo que sus compañeros de profesión viven a diario en primera persona en las instalaciones municipales de la otra punta de la capital alavesa. Mientras en Mendizorroza los rescates tanto en la piscina principal como en las infantiles suceden con cuentagotas, en Gamarra el volumen de trabajo de los socorristas es mucho mayor y, a tenor de las palabras de Mikel Muñoz, bastante más variado. "Yo he trabajado tanto en Mendizorroza como en Gamarra y digamos que esto es un poco más... salvaje. Tienes que estar mucho más encima de la gente y ser más policía todavía. Aquí tenemos muchos más rescates que en Mendi", asegura este socorrista de 25 años, que ha pasado los últimos seis ejerciendo su labor en el recinto municipal de Gamarra.

Allí, el principal foco de peligro tiene como epicentro los toboganes de la piscina familiar. "Ambos terminan donde más profundidad hay, y los dos socorristas que estamos aquí tenemos que estar especialmente atentos a eso porque todos los días caen un par de niños o incluso personas mayores que se creen que hacen pie", enumera. Al parecer, el diseño un tanto especial de la piscina, con orillas que cubren muy poco y una zona central con una caída muy pronunciada, engaña a muchos usuarios, y otros que ya lo saben confían demasiado en sí mismos, pecando de temerarios. El problema se agrava porque los días de mucho calor pueden juntarse al mismo tiempo entre 150 y 200 personas en una piscina de casi 150 metros. "Yo llevo trabajando aquí desde los 19 años y tengo que decir que a veces los padres son un poco dejados. Sueltan a los niños y ni se molestan en estar atentos. A veces ves de repente a niños menores de 10 años tirándose por el tobogán cuando ni siquiera saben nadar. Hay padres que sí se preocupan, pero en general deberían prestar más atención a sus hijos", solicita Mikel. Y es que, en ocasiones, las tareas de estos vigilantes del agua necesitan de la ayuda de sus homónimos de seguridad cuando por la piscina pulula gente poco respetuosa a la que la diversión ajena le importa más bien poco.

Niños perdidos y peleas "Aquí hay más peleas y robos. Se pierden niños, viene alguno un poco borracho de hacer una barbacoa... en eso nos ayudan mucho los compañeros de seguridad, porque para nosotros como socorristas no es agradable tener que andar constantemente obligando a que se cumplan las normas. Es una parte de mi trabajo que no me gusta, pero es lo que hay", concluye Mikel Muñoz desde su espacio en las piscinas de Gamarra. Tanto a él como a su tocayo y su compañera de Mendizorroza les resta aún unas semanas de férrea vigilancia en las piscinas municipales, que en julio batieron de hecho un récord de usuarios al incrementar las visitas a ambos equipamientos deportivos de la ciudad en un 15% respecto al año pasado.

A la espera de que las bajas temperaturas se adueñen de nuevo de la capital alavesa para quedarse durante largos y fríos meses, los miles de usuarios que estos días se acercan a disfrutar de sus vacaciones a las piscinas municipales saben al menos que cuentan con un buen puñado de ángeles de la guarda para salvaguardar su pellejo ya sea dentro o fuera del agua. Una labor a veces ingrata pero crucial en un medio lúdico, pero también peligroso, como es el agua. Afortunadamente, hasta la fecha el verano gasteiztarra no ha deparado ningún incidente grave en las piscinas municipales, y gran parte de la culpa, toda quizás, reside en el trabajo de jóvenes como los tres protagonistas de este reportaje. Si se cruza con ellos en el agua hágales caso sin dudarlo. Sus consejos pueden salvarle la vida.