El frío no fue un problema para que los oioneses y numerosos visitantes de Logroño y otras localidades de Rioja Alavesa se acercaran hasta Oion para disfrutar del rito de la caracolada que, desde hace treinta y dos años, se elabora en esta localidad, en el día del patrón de Álava. Desde primeras horas de la mañana, muchas personas ya se habían apostado alrededor de las vallas que protegían el trabajo de los cocineros para entretenerse viendo los tejemanejes en la preparación de la enorme fogata que se tuvo que hacer para poder guisar de una forma natural los moluscos. Y de paso, estas personas cogían la vez en la fila que, a las dos de la tarde, atravesaba las dos plazas donde se concentraba la fiesta. Muchos de los habituales a la hora de seguir todas las operaciones en la cocina callejera desde las vallas metálicas o el muro de la calle que sube hacia el Hogar de Mayores recordaban que se celebraba el guiso número 32. Treinta y dos años elaborando este tradicional manjar, que no tiene mayor secreto que el cocinarlo con cariño y despacio.
Lo demás son productos tan naturales como los cien kilos de caracoles, bien limpios -ya que en estas fechas todavía no se han alimentado lo suficiente como para tener regustos extraños-, chorizo casero, tomate y aceite de Rioja Alavesa. Junto a ello una perola enorme de cerca de metro y medio de diámetro y un fuego de leña que ponía al rojo la trévere sobre la que se apoyaba la perola.
Pero la fiesta había comenzado antes, a las once de la mañana, cuando la charanga realizó el tradicional recorrido urbano avisando con música de las celebraciones de la jornada. A esa hora, también, abría sus puerta el parque infantil con hinchables en el frontón Toki-Alai, que permaneció abierto hasta la una y luego ofreció una sesión de tarde. Asimismo, desde el cine, hubo otro pasacalles que culminó en la plaza, lugar en el que la asociación Irule ofreció una muestra de danzas y música alavesas antes de que los últimos rezagados se incorporaran a la fila de los caracoles.
Durante cerca de dos horas, la cuadrilla habitual que elabora esta delicia gastronómica le dio vueltas al guiso con una gran pala de madera, y los que aguardaban tuvieron de aguardar hasta las dos y media de la tarde para poder hincar el diente a los caracoles y cumplir la tradición. Por cierto que debido al frío y a las ganas de llover que ofrecía el cielo, muchas personas prefirieron llevarse la bandeja de caracoles a sus casas para disfrutarlos sin riesgo de mojarse. Una pena, porque en el quiosco de la música una excelente pareja, el Dúo Venecia, acompañó la degustación con canciones de todos los tiempos.
Ya por la tarde, a los sones de la discomóvil colocada en la plaza Mayor, centro de convivencia de los oyoneses, y con las carreras del último toro de fuego se volvió a la tranquilidad habitual... Hasta San Juan.