sE trata de conseguir dejar de beber hoy, y mañana ya se verá; y así, día a día, ha habido miles de personas que no han vuelto a tomar una copa en toda su vida tras haberse considerado a sí mismas desahuciadas. Cuando una persona padece esta enfermedad -eso es el alcoholismo, por mucho estigma social que acarree consigo- debe hacerse a la idea de que si ni la voluntad más férrea puede curar un simple catarro, mucho menos alguien puede decir, de un día para otro, que se acabó para siempre la bebida. Sí puede, sin embargo, dejar de beber hoy, y ahí se encuentra el talón de Aquiles de una patología que no tiene cura y cuyo desencadenante concreto no se conoce, pero que puede permanecer asintomática para siempre si se aguantan esas primeras 24 horas sin beber.

Otro de los pilares de Alcohólicos Anónimos se sustenta en el hecho de que apoyar a un alcohólico ayuda a ser más fuerte ante el propio problema. Quien recurre a A.A. va a encontrar a gente que conoce de primera mano lo que le sucede a ella o a él, tanto que de hecho escuchar y apoyar forma parte de la terapia.

Paco y Jesús, dos miembros de Alcohólicos Anónimos en Vitoria, dan fe de que es así desde la sede del barrio de Arana de la asociación, una de las cuatro que hay en la capital alavesa junto con las de Adurza. Lakua y la calle de Las Escuelas. Es un local modesto presidido por la foto de los dos fundadores de A.A., Bill Wilson y Bob Smith; y por una mesa a la que se sienta quien sale a hablar en las reuniones. Enfrente, unas cuantas sillas de madera desde las que escuchan, tres veces por semana, personas que acaban de tomar la decisión de intentar dejarlo, otros que llevan décadas sin beber, otros que vienen de sufrir una recaída...

Paco la tuvo, después de cinco años sin beber, y consiguió rehacerse. "Yo sé que hoy no voy a beber, no sé qué pasará mañana, pero ya no lo tengo tan metido. Si supiera tomarme dos o o tres vinos al día no estaría aquí, pero eso es imposible", señala. En su día lo creyó, abandonó las reuniones creyéndose curado y probó el alcohol. "No acabas de aceptar que no puedes beber nunca más, empiezas a dudar y eso es lo peor que puede pasar; vas a comer por ahí, pides vino para tomarte un vaso y acabas con la botella, al final terminas bebiendo a morro, a escondidas", asegura.

seguir con las reuniones La mejor terapia para evitar esas recaídas, coincide Jesús, es no dejar las reuniones, por muchos años que haga que se dejó atrás la botella. "Al principio te preguntas si tienes que estar toda la vida sin beber y luego ya no te acuerdas del alcohol, pero vienes a las reuniones para recordar que eres alcohólico, porque el día que te olvides, igual no es mañana ni pasado, empiezas a pensar que no es para tanto, bebes un vino y ya has abierto la puerta otra vez", explica Jesús, y cuando se abre esa puerta se cae hasta el fondo, no se puede parar. Por eso el alcoholismo es una enfermedad hoy por hoy incurable.

"Volver a beber es como entrar en una pista de hielo, ya no paras hasta la otra punta; dejas La Rioja temblando. La mente -explica-, después de cinco o seis años sin beber, te dice: ves, no pasa nada, y te lo crees". Ahora, cuando Jesús o Paco flaquean, no tienen más que llamarse por teléfono y tomar un café durante diez minutos hasta que las dudas desaparecen.

Ambos insisten, lo más importante es admitir que se depende del alcohol, el primero de los doce pasos que guían la terapia de A.A. "Soy impotente ante el alcohol y mi vida es ingobernable", como señala Jesús. El resto del camino lo hace cada uno a su ritmo, pero ese primer paso es responsabilidad de cada individuo, y ahí sí que nadie le puede ayudar. Debe ser su propia decisión. "Tiene que ser un acto egoísta, si lo haces por la familia, porque vas obligado, estas jodido", explica Paco. Estás jodido porque volverás a caer, si es que llegas a intentarlo.

A las reuniones de A.A. va gente de toda condición social, de todas las edades, hay políticos, hay actores, hay incluso monjas, como afirma Paco, hay chavales de veinte años. Allí no se preguntan apellidos ni profesiones, sólo se aborda el problema concreto del alcohol, no se juzga ni abronca a nadie, sólo se escuchan los testimonios de los demás y se ayuda a quien flaquea. Apoyar a otros alcohólicos da una fortaleza difícil de medir.

"Los recién llegados son muy importantes". Tanto Paco como Jesús insisten varias veces en este punto. Ayudar al recién llegado ayuda al veterano a superar sus inseguridades, y a la vez le recuerda cómo estaba hace veinte años, un lustro o seis meses. Como explican gráficamente, la distancia que separa a un recién llegado y a un veterano, sentados a una mesa, del vaso de vino colocado en medio, es exactamente la misma. El nuevo les recuerda que esto es así.

Cuando ese recién llegado consigue dejar de beber durante 24 horas, y otras 24, y otro día más, y otro, llega el momento de recomponer la propia vida, como explica Jesús. "Vas limando tus defectos, no te haces un santo pero cambias muchísimo. Te tienes que volver a hacer apto para la sociedad, tienes que ser una persona con tu familia, con todo lo que tienes alrededor, y para eso están los doce pasos", explica. Los alcohólicos rehabilitados adquieren una serenidad, en el sentido más amplio de la palabra, que desconocían, y tratan de reparar los destrozos causados durante su época de dependencia. Da igual que los demás admitan o no sus disculpas, es parte de la terapia, tanto el pedir perdón como el estar preparado para recibir el rechazo de los agraviados. "Tienes que tener corazón, tienes que ser humilde", afirma Paco, que llegó a estar ingresado en la planta de Psiquiatría de Santiago antes de asumir que era un esclavo del alcohol, y al que le faltó muy poco para perder a su familia.

hospital, cárcel o cementerio Jesús también se impulsó hacia arriba desde lo más hondo del pozo. "Yo estaba en Bilbao en una clínica, me dijeron que era alcohólico y me mandaron a A.A. Después de estar en el hospital me costó 7 u 8 meses admitir que era alcohólico, y eso que estaba con un pie en el cementerio, por eso digo que ese primer paso es vital, si no lo das vas a la cárcel, al hospital o al cementerio", advierte. Y ese primer paso es muy duro, porque "admites que el alcohol te ha ganado, que eres impotente ante la bebida, y eso es una derrota tremenda de la persona".

Lo bueno es que se puede salir, hasta el bebedor más salvaje puede dar ese paso, y de hecho Jesús llegó a Alcohólicos Anónimos pasados los cincuenta, después de más de tres décadas pegado a la botella. Paco pidió ayuda antes, a los 33, sufrió su recaída, volvió a salir y ahora disfruta de su familia, de las salidas al monte -"a veces es bueno cambiar un poco los hábitos sociales", señala- y los problemas de la vida diaria le parecen menos graves que cuando dependía del alcohol. Y es que hace años, a Paco se le hacía imposible incluso ir a comprar el pan, era huraño, esquivaba la mirada de los vecinos en el portal porque sentía sus capacidades mermadas, porque sabía que los demás notaban que iba tocado. Ahora eso ya no sucede, Paco es consciente de que tiene una enfermedad que ha conseguido parar hoy, "mañana no lo sé", de que un día pasó un límite sin retorno, y de que es mucho más feliz sin la botella. "Ahora tengo problemas, pero duermo de maravilla", afirma.

Tanto él como Jesús son conscientes de que están enfermos de por vida, pero en parte también ahí reside su fuerza. "La sociedad lo ve como un vicio, pero es una enfermedad, es como si pasases una raya y ya no hay marcha atrás, y tienes que ser consciente de que hoy por hoy esa enfermedad dura toda la vida", explica Jesús. Hay gente que bebe mucho durante mucho tiempo y no desarrolla una dependencia, y por eso "la gran pregunta -continúa- es por qué este no y yo sí... ni puta idea, es una línea invisible y cuando las traspasas ya no puedes volver a ser como antes".

Paco coincide. "El que bebe porque tiene problemas arrastra un problema anterior, ya de joven yo era un bebedor-problema, los demás no se pasaban de esa raya y yo sí". Ahora que ha conseguido dejar de beber un día, y otro, y otro más, y que ve que su vida se recompone, contempla las cosas con otra perspectiva. No sólo se trata de dejar la bebida, "se trata de ser feliz, y ese primer paso es el más importante".