CON pocos días de diferencia dos importantes dirigentes de la izquierda abertzale histórica han afirmado con rotundidad que su formación política no tiene ninguna intención de renegar de su pasado. Una tan comprensible como arriesgada declaración de intenciones, que va a obligar al sector hegemónico de EH Bildu a sortear una lluvia persistente de dardos en la refriega política por la que afortunadamente han optado tras décadas de resistencia. Pernando Barrena y Rufi Etxeberria, que han insistido en dejar claro que asumen su pasado sin renegar de él, son políticos correosos y con la suficiente autoridad como para sentar cátedra entre sus bases.
Esta convicción, que algunos adversarios traducen como contumacia, va en consonancia con la trascendencia que desde ese sector se otorga al profundo e indiscutible cambio de estrategia protagonizado en los últimos cuatro años, dejando en exclusivamente político lo que durante cuatro décadas era político-militar. Tienen la convicción de que ellos ya han hecho bastante con propiciar la decisión de ETA de poner fin a la lucha armada, y no tiene ningún sentido revolver lo ocurrido a lo largo de la historia.
Los representantes de EH Bildu en las instituciones democráticas no lo van a tener fácil, y menos aún si continúan prodigándose esos pronunciamientos complacientes sobre su pasado. Todavía pudieron escucharse en algunos discursos del Pleno de investidura los anatemas contra el segundo grupo parlamentario, las duras expresiones referentes al inmediato pasado de quienes, por fin, se medían dialécticamente en la más importante institución de Euskadi.
En cuanto fuerza hegemónica en la coalición, la izquierda abertzale histórica va a tener complicado que sus adversarios políticos hagan abstracción de tantos años de connivencia más o menos explícita con la actividad de ETA. Es un argumento demasiado tentador como para olvidarlo en la descarnada refriega política, y sobre él se incidirá cuanto sea preciso para desgastar o castigar a la coalición EH Bildu. Esa pretérita vinculación, esa peligrosa relación que tantas veces ha acabado en identificación, no solo es utilizada en la dialéctica política, sino que por su extrema dureza y su extensión a la vida social ha dejado en la memoria colectiva de la ciudadanía vasca los episodios más oscuros y más lamentables de las últimas décadas: el macabro "ETA, mátalos" voceado en manifestaciones y algaradas; el sádico "Aldaya, paga y calla" jaleado ante la familia del secuestrado; la esquizofrénica "socialización del sufrimiento" derivada de la ponencia Oldartzen; el inhumano silencio en plenos municipales mirando para otro lado tras tanto asesinato, el escalofriante recuerdo de Miguel Ángel Blanco, o de Ortega Lara...
Es la memoria, que vuelve una y otra vez. Es la memoria, que impide entender esa negativa a renunciar a un pasado funesto. Es la memoria, que tiene presente y bien presente la implicación del entonces secretario general del PSE, García Damborenea, y otros altos dirigentes del socialismo vizcaíno en la creación de los GAL. Es la memoria, que no olvida las vinculaciones entre los grupos terroristas de extrema derecha durante la transición con los antecesores del actual PP, ni las reticencias de este partido para condenar el franquismo y sus crímenes.
Por supuesto que habrá que escribir la historia con los relatos que aporte cada bando, pero para hacerla creíble no es buen camino el silencio sobre las propias responsabilidades. Pero tampoco esa historia por escribir debe orientarse en una sola dirección, y si se exige el reconocimiento de los errores de una parte estamos por escuchar por la otra el rechazo de la tortura, o del ensañamiento penitenciario, o del deterioro de las libertades democráticas.
Tras el acuerdo entre Bildu, PSE y Aralar para la aprobación de los Presupuestos de la Diputación de Gipuzkoa, la portavoz socialista Rafaela Romero, como poniéndose la venda antes de la herida, declaró que "el pasado es el pasado" y hay que mirar al mañana. Ojalá fuera tan sencillo. Ojalá esta amnesia temporal sea algo más que pretexto para un movimiento político de regate en corto. Ojalá esta desmemoria la hubiera hecho suya Rubalcaba y hubiera evitado el despropósito de vetar a Amaiur en el recurso contra la no actualización de las pensiones.
El pasado es el pasado pero aquí nadie se va a privar de echar mano de él, unos para utilizarlo como arma dialéctica y provecho político, otros para reconocer que la historia del pueblo vasco en los últimos cincuenta años ha sido dramática y es de justicia exigir el reconocimiento de las propias responsabilidades.