UNO, aficionado al Giro, tenía otra idea de Italia. Alpes, Apeninos, Dolomitas. No sé, como más monte, prados, frío, árboles y esas cosas. Que no digo que no los haya, pero yo llevo quince días sin verlos. Con lo que no contaba bajo ningún concepto era con la llanura padanesa y es que desde que salí de Turín creo que no he subido, ni bajado, más de cinco metros que no sean de alguna escalera. Y creo que ya no los voy a subir ni a bajar hasta que llegue a Trieste y afronte la entrada en los Balcanes.

Y si el carácter, el ambiente y las gentes italianas siempre acompañan, lo cierto es que el calor comienza a ser bastante insoportable, con temperaturas rozando los 30 grados a las siete de la mañana y un sol infernal que se multiplica bastantes enteros con el calor del asfalto de la carretera, mi compañera inseparable desde que en Vercelli abandoné la Via Francigena y comenzó el camino a mi libre albedrío, es decir, a puro huevo, inventándome día sí día también por dónde ir para tratar de evitar ser atropellado por un conductor medio italiano, es decir, un kamikaze con las manos en el volante de la "máquina".

Sin duda, los últimos quince días de viaje, además de la llegada a la imponente piazza del Duomo de Milán, han estado marcados por la estancia en Bérgamo, una ciudad fuera de las rutas turísticas tradicionales y que encierra una verdadera joya en su Citta Alta, inicio de los prealpes que llevan a Centroeuropa. Allí, gracias a la vizcaina Iratxe Telletxea, pude conocer el trabajo que desarrolla el Engim de Lombardia y la increíble experiencia vivida en el centro Arioli Dolci, una cooperativa social de Bérgamo que trabaja con ilusión, imaginación y profesionalidad con enfermos de alzhéimer de la zona.

El día 25 me prepararon una peculiar caminata simbólica con Lucio y Bella, dos de los asnos con los que realizan terapias con enfermos, por las colinas de la ciudad bergamesca y, ya en el centro que tienen en Treviolo, pude conocer el inmenso trabajo que realizan con personas como el Mister, un exjugador de la Sampdoria y el Atalanta que a sus 80 años, y a pesar del ataque del alemán, sigue tumbándose todo largo con las manos en la nuca y mostrando los gemelos para recibir el masaje de los fisioterapeutas, como si estuviera en el vestuario de la Squadra Azzurra, camiseta que defendió en los JJOO de Helsinki en 1952. Toda una experiencia.

Y tras Bérgamo, el paso por el lago de Di Garda, el mar de los alemanes como le llaman irónicamente los italianos, para llegar a la imperial Verona y ver cómo miles de turistas se acercan a la casa de Julieta para cumplir con el rito y tocarle la teta a la amada de Romeo, en versión escultura, claro está. Ahora, tras casi 2.700 kilómetros de travesía, la vista queda fijada en el Adriático, al que llegaré por Venecia, para de ahí subir hacia Trieste con la mente ya en los Balcanes, otro tipo de viaje tras los ya casi cinco meses de andadura por España, Francia e Italia.