PARÍS. El socialista François Hollande se convirtió ayer en el nuevo presidente de Francia al derrotar a Nicolás Sarkozy, el último de los líderes vencidos por la crisis que atraviesa Europa, y recuperó para la izquierda la jefatura del Estado. De hecho, son ya doce, incluido el ya presidente saliente los líderes europeos que han sido desalojados del poder tras unas elecciones por culpa de la profunda crisis económica que asola Europa.

Hollande no perdió tiempo en confirmar que accede a la presidencia de Francia para "dar a la construcción europea una dimensión de crecimiento y empleo", mensaje dirigido claramente a Alemania, y en línea con su expresada intención de incorporar al pacto de rigor fiscal un elemento para salir de la crisis. "Y es lo que diré lo más pronto posible a nuestros socios europeos y en primer lugar a Alemania", precisó Hollande en la primera oportunidad que tuvo de darse un baño de masas en la Francia profunda, antes de viajar a París a la histórica Plaza de la Bastilla.

Referencia histórica de los valores republicanos y auténtico tótem de la izquierda, miles de franceses invadieron ese céntrico lugar de París y dieron a los fotógrafos imágenes que quedarán sin duda impresas en los libros de historia del país. Ahí se comprobó el "vuelco ideológico" que propugna Hollande y para un país que en el plazo de un año vivió con asombro la pérdida de la credibilidad de sus finanzas a manos de las agencias de calificación, que rebajaron su nota.

Hollande renovó no obstante sus votos con el ideario republicano: "No somos un país cualquiera del planeta, somos Francia. Y como presidente de la República me corresponderá llevar las aspiraciones del pueblo de Francia: la paz, la libertad, la responsabilidad", declaró. El socialista accede al poder después de un proceso de elecciones primarias en su partido teñidas por la polémica causada el año pasado por la salida de la carrera de Dominique Strauss-Kahn, exdirector del Fondo Monetario Internacional, acusado de agresión sexual en un caso que aún no se ha cerrado.

Bastó solo las estimaciones de los sondeos para que, por un lado, Hollande asumiera el cargo de jefe del Estado, con el aval del reconocimiento de la derrota que expresó rápidamente en público ante sus decepcionados simpatizantes el conservador Nicolas Sarkozy, quien añadió que "he hecho todo lo posible para hacer triunfar las ideas que nos unen".

Obviamente no lo consiguió y, a falta de confirmación de los datos del escrutinio, que en Francia son tarea lenta, el rechazo de los franceses le situó unos cuatro puntos por detrás del líder socialista, al que todos los sondeos de los últimos días daban como ganador.

segundo presidente socialista Hollande logra para la izquierda la segunda presidencia de la V República, después del paso por la jefatura del Estado de François Mitterrand (1981 y 1995) y consigue echar por tierra los cimientos de una política económica practicada por Sarkozy en coordinación, cuando no en subordinación, con las directrices procedentes de Berlín.

El socialista reúne de este modo los apoyos de una Francia preocupada por su futuro, acomplejada ciertamente por una comparación que no resiste siempre con Alemania y con muchos franceses irritados por la forma de ejercer la presidencia de un Sarkozy al que se criticaron maneras distantes y próximas a los más privilegiados.

Y accede al Palacio del Elíseo conociendo que una parte considerable de sus conciudadanos dieron su voto en la primera vuelta a la candidata del ultraderechista Frente Nacional (FN), Marine Le Pen, a cuyos electores cortejó Sarkozy sin éxito para lograr una prórroga de su mandato en esta segunda vuelta. La próxima cita decisiva es precisamente la de las elecciones legislativas en un mes, convocatoria en la que Le Pen pone todas sus esperanzas en dar un vuelco al paisaje político de un país preocupado por su futuro económico.

Un futuro que pasa con el entendimiento con Berlín. El gobierno alemán se comprometió ayer a mantener una "estrecha colaboración" con Hollande y pronosticó que se encontrará una forma de compromiso entre la vía del pacto fiscal y la de crecimiento económico en la UE. "Ambas partes están dispuestas a buscar un compromiso pragmático y viable para lograr estabilizar el euro", Guido Westerwelle.