COMO Marty McFly, ayer la campaña subió al Delorean para viajar atrás en el tiempo. Igual que hay que haber vivido los 80 para entender el símil, hay que haberlos vivido para entender la trascendencia de la imagen que ayer se vivió en Sevilla. El reencuentro de Felipe González y Alfonso Guerra, 15 años después, eclipsó a un Alfredo Pérez Rubalcaba al que el CIS ha acabado por hundir; aunque le ha ofrecido quizá el gran argumento que le puede quedar para movilizar a esos indecisos a los que se aferran los socialistas: el voto del miedo a una victoria aplastante de Mariano Rajoy. Al revés, el PP lucha por mantener la tensión en sus filas. Todo esto, curiosamente, cuando ninguno parece creerse demasiado el sondeo del Centro de Investigaciones Sociológicas, al menos en Euskadi. Ni Iñigo Urkullu, ni Antonio Basagoiti. Pero sondeos al margen -DNA publicará mañana una proyección de voto elaborada por Gizaker- ayer todo sonaba vintage: de los protagonistas socialistas a la mayoría absoluta del PP, incluso apareció Arnaldo Otegi, aunque fuera vía carta. Porque este viaje al pasado tiene ciertas discrepancias temporales. Ayer no hubo ni patillas ni chaquetas de pana. Y Otegi está en la cárcel.