WALAJA está muy cerca de Jerusalén, a unos cinco kilómetros de la ciudad santa, y en sus límites viven 2.300 personas. Se trata de un lugar agreste, rocoso, con pendientes empinadas y lomas peladas por el calor y el viento. En este paisaje arisco un muro de cemento sobresale como un abanico que traza piruetas imposibles en los perfiles de las colinas. Es uno de los pocos tramos que les queda por construir a los israelíes y las obras aislarán totalmente la aldea de Al-Wallajah. "El muro nos va a rodear y acabará con nuestras opciones de desplazarnos a otros lugares", se queja Shreen Alarej, activista palestina, experta en cuestiones de género y vecina de Al-Wallajah. Trabajó algunos años para la ONU pero ahora concentra sus esfuerzos en concienciar a su comunidad, que no sabe cómo defenderse de una agresión de esta índole. "Esta comunidad es un microcosmos de Palestina, porque lo que ocurre aquí acontece en todo el territorio. Casi todos los que vivimos aquí somos refugiados de 1948, refugiados en nuestra tierra, desplazados, pero no tenemos derecho de propiedad. Los israelíes nos concedieron en su momento una tarjeta naranja, que significa ausente-presente, es decir, podemos vivir aquí pero no tenemos derechos sobre la tierra. Eso tampoco importa demasiado, porque hay gente que tiene esos derechos pero que no pueden acceder a sus tierras por culpa del muro. ¿Qué pasa entonces? Que los israelíes las confiscan apoyándose en una ley que dice que si esas tierras no se han trabajo en tres años pasan a ser de dominio público. Es una trampa, porque no podemos trabajar nuestras tierras si no podemos acceder a ellas, porque el muro nos lo impide", explica la activista. El pez que se muerde la cola. Pero aquí el pez tiene demasiados enemigos. El último en llegar ha sido el muro, un proyecto que Israel emprendió en 2002 y que ha conseguido cambiar la geografía de toda Cisjordania, provocando el colapso de una economía de por sí débil y separando a familias enteras.
ILEGAL En total planean construir 810 kilómetros de valla. La barrera, formada por bloques de cemento de ocho metros de altura, alambres y cámaras de vigilancia, se extiende aproximadamente en un 20% a lo largo de la Línea Verde (instaurada en 1949) y el 80% restante en territorio cisjordano, adentrándose en el mismo hasta 22 kilómetros en lugares concretos, con el fin de incluir asentamientos de colonos israelíes. Se trata de un proyecto polémico, sustentado en una máxima: seguridad nacional. Shreen Alarej desmiente dicho razonamiento: "En Al-Wallajah el muro solo tiene cuatro o cinco metros, es decir, se puede saltar con una escalera, pero lo más curioso es que hay tramos en los que aún no se ha construido, es decir, se puede pasar andando y el centro comerciar israelí más grande de Jerusalén queda a media hora de camino. Es decir, si alguien quisiera atentar allí lo tendría fácil, pero no ocurre nada de eso. El muro es la excusa para aislarnos y para robarnos nuestra tierra".
Alarej apunta hacia una casa que en pocas semanas quedará cercada por el muro israelí. El polvo que levantan los camiones desdibuja un edificio blanco empotrado en una de las colinas. "Los israelíes han derribado 30 casas en los últimos años, incluida la mezquita y el ayuntamiento, y quieren derribar otras 90. Dicen que son ilegales. Lo curioso es que los dueños de muchos edificios los están terminando de construir de forma rápida, porque piensan que cuando se acabe de construir el muro no tendrán acceso a materiales. Es una locura. Y esta casa -señala la vivienda blanca- ha perdido todos los terrenos que tenía, además de quedarse aislada del resto de la comunidad. Eso sí, el Gobierno israelí se ha gastado un millón de dólares en hacer un túnel para que esas personas, cinco en total, puedan trasladarse al otro lado del muro. ¿No es absurdo?", se pregunta la mujer.
Absurdo. Y peligroso, porque el muro está encendiendo los ánimos de muchos palestinos. Así lo constata la propia Alarej: "Los palestinos hemos sido siempre muy pacíficos, incluso nuestros países vecinos nos tomaban el pelo por eso, pero este muro está consiguiendo justo lo contrario de lo que en teoría pretende, porque Israel está invirtiendo en crear terroristas". Además, ha costado mucha sangre: 26 palestinos han fallecido desde 2002 cerca de la barrera maldita, la mayoría tiroteados por soldados.
Pero el rechazo al muro no llega solo de parte palestina. Desde que empezaron las obras en 2002 el proyecto ha generado muchas críticas contra el Gobierno israelí, y el tribunal de La Haya declaró su ilegalidad en 2004, advirtiendo a Israel que debía desmantelarlo. Pero nada de eso ha frenado el ímpetu de los israelíes, que siguen apropiándose de tierras, arrancando olivos milenarios, construyendo vallas y marginando a sus vecinos, que tienen problemas incluso para enterrar a sus muertos.