el Casco Medieval de Gasteiz regresa a sus orígenes, los que le llevaron a convertirse en una importante plaza política y comercial hasta finales del siglo XIV. Las angostas callejuelas de la aldea bullen al ritmo que imprimen sus comerciantes, entre los que conviven carpinteros, orfebres, herreros, toneleros y vidrieros vestidos de época; se divierten con el arte de los malabaristas, los juglares y los saltimbanquis; y echan chispas en medio de un incesante ir y venir de vecinos en busca de alimento, algo para ponerse guapos o, simplemente, alegrarse la vista con todo lo que pueden ver a su alrededor. Aquel viejo cruce de caminos entre el norte y el sur recobra su esencia; todos sus olores, sus colores y sus sabores.
La X edición del Mercado Medieval de la capital alavesa que hoy echará la persiana al filo de las 22.00 horas no está pudiendo ser más exitosa pese a las estrecheces propias de una almendra plagada de obras y, para más inri, más repleta que nunca de puestos. Ese "agobio", sentido y expresado a viva voz por muchos de los paseantes, se compensó ayer con las ganas de disfrutar de un primer sábado de otoño muy agradable en lo climatológico.
La escalera de San Miguel, privilegiada entrada a este mundo entre antiguo y de fantasía, se vio ayer atestada de gasteiztarras y visitantes desde muy primeras horas. Había ganas de disfrutar de uno de esos eventos carismáticos y que marcan el final del verano. "Venimos casi todos los años y siempre cae alguna cosa de comer; lo pasamos bien", se sinceraba Pedro Fernández, gasteiztarra de Santa Lucía que superó el reto de acudir al evento él solito con sus dos hijas y no perderse entre la marabunta. Juegos antiguos, algunos de los cuales han llegado a nuestros días como el tangram y el tres en raya, un viejo tiovivo y materiales para trabajar las tierras expuestos en Los Arquillos hicieron las delicias de niños y no tan niños.
La plaza del Machete, como suele ser habitual, vuelve a ser el epicentro del mercado, un lugar donde se recrea precisamente la azoka de Gasteiz en aquella época. En medio de un intenso olor a especias y a hierbas aromáticas, una familia de ocas come y bebe agua, una niña juega a ser alfarera y crea un jarrón de sus manos, suena la música celta de unos gaiteros que encantan a una preciosa serpiente y se escucha, a lo alto, el cruel lamento del condenado, encerrado en una minúscula jaula colgada sobre las escaleras que dan paso a la parte más alta de la ciudad. Lanza una piedra, que impacta en la cabeza de un paseante, pero a pesar de ello una niña se apiada de él y le deja una moneda cuando cambia la violencia por la petición de limosna. Grita. Pero poco les importa a los presentes, que sólo tienen que caminar unos pasos para seguir disfrutando de la fiesta.
Entretanto, la batalla se libra en pleno Jardín de Falerina, reconvertido en lugar de entrenamiento para improvisados tiradores con arco, hacha y lanceros. Markel se atreve con el hacha ante la expectante mirada de los presentes. ¿Pesa mucho? "Más que un muerto", bromea el joven. Pero no lo parece, porque de tres tiradas ha alcanzado la cabeza del caballero -de madera- que le amenaza en dos ocasiones. Pasado el mercado cristiano, en el entorno de Montehermoso, el visitante se adentra en territorio hebreo, donde la artesanía toma el relevo a los embutidos y los quesos. Linda, comerciante apostada junto al Jardín de Etxanobe -una de las vías más estrechas y concurridas-, celebra que gracias a la gran afluencia el negocio marcha mejor que en otras ocasiones. "Hay muchísima gente, más que el año pasado; y quizá gracias a que no se puede pasar fácil por aquí paran más y compran más", se felicita. El tan habitual "miran mucho pero compran poco" también pudo escucharse en Fray Zacarías Martínez, junto a Escoriaza-Esquível, donde el zoco árabe, con sus jaimas y shishas, imprime nuevos aires al mercado. Y nuevos olores, como los de los pintxos de pollo, los kebabs y los deliciosos dulces. Suena la música y una bella dama hipnotiza a todos los presentes con su danza oriental. De ahí a las Burullerías, donde las acrobacias, el teatro de calle y los malabares de fuego no dejan a nadie indiferente. "Lo que más me gusta son estos espectáculos", confesaba Marta, mirandesa que ayer se acercó a Gasteiz como muchos otros.
plato fuerte Cualquier rincón de la colina, en definitiva, se impregnó de historia y arte durante toda la mañana y la tarde. Aunque el plato fuerte de la jornada llegó algo más tarde, a las 22.00 horas, y fuera del Casco Viejo. El gran torneo medieval, que congregó a una multitud en la plaza de Los Fueros tras su exilio temporal a la plaza de toros. Quienes no tuvieron la oportunidad de disfrutar del espectáculo, hoy tendrán otra al filo de las 19.00 horas en el mismo emplazamiento.
Ya mañana, el corazón de la vieja aldea medieval volverá a cabalgar sin monturas, dejando atrás un mercado que, por tercera vez, ha incorporado varios detalles alaveses, como las banderolas de familias nobles locales, las farsas en euskera o la recreación de la traída de piedra hasta la Catedral Santa María.