vitoria. La entrada de los rebeldes libios en Trípoli y la huida del coronel Muamar el Gadafi de su residencia presidencial han dejado al descubierto las entrañas de un régimen que ha dominado los destinos de Libia durante los últimos 42 años con mano de hierro y excentricidad. Algunos jóvenes que no han conocido otro poder que el de Gadafi y su familia entraban estos días eufóricos en la residencia del dictador y las de sus hijos, y se encontraban con escaleras y muebles de oro, lámparas de diseño, piscinas techadas, gimnasio o botellas de Moët & Chandon. Algunos insurgentes posaban pletóricos ante los fotógrafos en los dormitorios y salones, otros salían de las casas con joyas de oro y eran muchos los que contribuían al saqueo de unos bienes que hasta ahora les estaban prohibidos incluso mirar.

Pero calificar de excéntrico al régimen libio es quedarse corto, porque la ausencia de las máximas autoridades y el control por parte de los rebeldes de Trípoli ha dejado al descubierto el horror de las cárceles del dictador, como la de Abu Salim, de la que esta semana han salido 3.000 presos. Allí, en 1996, las autoridades libias acabaron con la vida de 1.200 detenidos que protestaban por las condiciones de vida en el penal.

Durante estos 42 años en el poder, Gadafi ha pasado de héroe revolucionario a paria internacional, de importante socio estratégico para Occidente y, de nuevo, a enemigo de la democracia. Es conocido por sus excentricidades que van desde sus atuendos a una guardia personal formada por una treintena de mujeres armadas y entrenadas para el combate, sin olvidar sus estancias en jaimas cuando viaja al extranjero. Pero Gadafi es también un político hábil que con apenas 27 años se convirtió en gobernante de facto tras un golpe de Estado sin derramamiento de sangre. Desde entonces gobierna Libia sin dejar espacio a la oposición o a la disidencia. Es el líder que más años lleva en el poder en todo el continente africano, pero, ahora, sus días parecen estar contados.

Un beduino de Sirte Gadafi nació en 1942 en el desierto, en una zona próxima a la localidad de Sirte, cuando Libia era aún la Noráfica italiana, dominada por una potencia colonial feroz que unió tres regiones hasta entonces independientes: Tripolitania, Cirenaica y la desértica Fezzan. Cuando el ahora coronel era apenas un niño beduino de nueve años, Naciones Unidas concedió la independencia a lo que denominó Libia y entregó el poder al rey Idris, del clan cirenaico Sanusi. La llegada al poder del egipcio Gamal Abdel Nasser tuvo gran influencia en la región, donde se extendió el nacionalismo árabe, y un adolescente Gadafi no escapó a ese sentimiento.

Sus primeros planes para derrocar a la monarquía surgieron durante la universidad, donde a los 21 años se licenció en Derecho. Después, se marchó a Gran Bretaña a completar su formación militar, tras lo cual regresó a Bengasi para liderar el golpe de Estado que derrocó al rey Idris el 1 de septiembre de 1969. Entonces era un militar apuesto de 27 años. El oficial y joven beduino se puso al frente de un país con 140 tribus, entre las que predominaban la Warfalla (cuyo dominio está en Cirenaica, capital Bengasi), los Gaddafa (de la región de Trípoli y a la que pertenece el coronel) y los Maqarha.

Durante sus primeros años en el poder, Gadafi se convirtió en un héroe revolucionario admirado por su pueblo. A finales de la década de 1950 habían sido descubiertas en Libia importantes reservas de petróleo, pero la extracción era controlada por las petroleras extranjeras. Gadafi pidió la renegociación de los contratos y amenazó con impedir la producción si las compañías extranjeras se negaban. Y ganó. Libia se convirtió en el primer país en desarrollo en obtener una parte mayoritaria de los ingresos de su propio petróleo. Gracias a las ganancias pudo establecer un régimen basado en los servicios sociales gratuitos, por lo que el nivel educativo y la esperanza de vida en Libia son hoy los más altos de África.

Pero, además, Gadafi comenzó a idear un régimen personalista que mezclaba una vocación dictatorial con la retórica populista. Desarrolló su propia filosofía que recogió en el Libro Verde, publicado en tres tomos entre 1972 y 1975. En sus páginas trazó un sistema alternativo tanto al capitalismo como al socialismo, combinado con aspectos del islam. El Libro Verde rechaza la democracia liberal y alienta la institución de una democracia basada en el pueblo y con una gran autonomía para las regiones. Esta filosofía política se concretó en lo que se llamó Jamahiriya o estado de masas, que contempla que el poder sea ostentado por miles de "comités populares". En la teoría, Gadafi no ostentaría cargo público o título alguno, sin embargo, en la práctica, lo controlaría todo.

Gadafi prohibió la disidencia y toda actividad política. Promulgó leyes draconianas en nombre de la seguridad que incluían, por ejemplo, cadena perpetua para quien "afecte la reputación del país", lo que le permitió enviar a la cárcel a periodistas. En Libia abundan las historias de torturas, largas detenciones sin juicio, ejecuciones y desapariciones.

Paria, amigo y de nuevo paria Como parte del panarabismo, Gadafi intentó fusionar Libia con Egipto, Túnez, Siria y Sudán, pero ante el desprecio de sus esfuerzos por unir el mundo árabe, el coronel volvió su mirada a África en la década de los 80. Durante esos años, alojó en el país campos de entrenamiento de grupos rebeldes de todo el África Occidental, y también respaldó a los tiranos más sanguinarios como Mobutu en Zaire al igual que hizo anteriormente con Idi Amin en Uganda. Pero no se quedó en el continente africano. Sus delirios de influencia mundial le llevaron a financiar movimientos de liberación o puro terrorismo que se definiera como "anticolonialista" o "antiimperialista". Se atribuyó atentados criminales como los perpetrados en los aeropuertos de Roma y Viena en 1985, la explosión en una discoteca de Berlín frecuentada por soldados estadounidenses en 1986 o la bomba que estalló en pleno vuelo de un avión de Pan Am cuando sobrevolaba la localidad escocesa de Lockerbie en 1988.

Fueron años oscuros en los que Gadafi era el enemigo de Occidente. La ONU impuso sanciones económicas y diplomáticas a Libia y aviones estadounidenses bombardearon la residencia presidencial de Gadafi en Trípoli -murió una hija adoptiva del coronel- y Bengasi. Sin embargo, el reconocimiento de su responsabilidad en el atentado de Lockerbie en 2003 culminaría con un acuerdo de compensación que incluía éste, así como otros atentados y que permitió la normalización de las relaciones con Estados Unidos. Antes había declarado la guerra a los islamistas y se había puesto de acuerdo con Washington para perseguir a Al Qaeda. Logró que se levantaran las sanciones impuestas por la ONU y llegó la reconciliación.

Gadafi y su jaima viajaron entonces por toda Europa visitando a los líderes de Francia, España, Italia o Gran Bretaña, donde Gadafi financiaba las más prestigiosas universidades, como la London School of Economics. En 2010 el coronel libio llevaba invertidos 70.000 millones de euros en el extranjero. Gadafi fue además el invitado especial de Obama a la cumbre del G-8 hace tres años y las petroleras occidentales estaban felices en Libia. La relación entre Gadafi y Occidente pasaba por uno de sus mejores momentos -a pesar de que seguía dirigiendo Libia con mano de hierro- hasta que llegó la primavera árabe.

Un baño de sangre Contagiados por Túnez y Egipto, los libios salieron a la calle a manifestarse. Eran jóvenes, abogados, profesores, estudiantes y algunos islamistas a los que la Policía y las fuerzas militares reprimieron a sangre y fuego. Las protestas y la represión continuaron durante días, hasta que se produjo la detención en Bengasi de Fethi Tarbel, abogado de los familiares de los 1.200 presos ejecutados en la cárcel de Abu Salim. Entonces, se prendió la mecha. Sus socios occidentales le abandonaron y apoyaron a los insurgentes agrupados en Bengasi en el Consejo Nacional de Transición (CNT). Tras seis meses de guerra civil, los rebeldes tratan ahora de acabar con Gadafi con ayuda de la OTAN después de hacerse con el control de Trípoli y las principales ciudades del país -a excepción de Sirte-, pero la agonía de su régimen está dejando un baño de sangre, principalmente en la capital, donde los hospitales están saturados de heridos, falta personal y material médico, decenas de cadáveres de uno y otro bando están apareciendo en las calles con signos de haber sido ejecutados, hay cortes de luz y agua y escasean los suministros de todo tipo. La euforia que provocó ver cercano el final de un régimen represor está dando paso a una crisis humanitaria de dimensiones catastróficas.

Mientras el CNT prepara ya la transición, ha sido reconocido por medio centenar de países. Así, la comunidad internacional empieza a desbloquear los fondos congelados del clan Gadafi para entregárselos a los rebeldes y reconstruir el país. Sin embargo, la desconfianza en un gobierno rebelde creado hace apenas seis meses, del que no se conoce nada apenas y formado por personalidades tan dispares -algunas con un historial poco democrático-, genera incertidumbre y coloca a Libia en un momento crítico.