Murgia. Cuando un atraco se planifica mal y se ejecuta peor, difícilmente puede tener un buen desenlace. En la mañana de ayer, un individuo cuyas acciones parecían dictadas por la peor de las improvisaciones, decidió asaltar la sucursal de la Caja Vital de la localidad alavesa de Murgia. El resultado del desastre que perpetró fue un botín de cero euros, un ertzaina herido de gravedad y su cara perfectamente reconocible impresa en varias fotografías tomadas por las cámaras de seguridad. Los vecinos del municipio, que no se enteraron de lo sucedido hasta que todo hubo acabado, no daban crédito a lo ocurrido.

El inicio de la larga cadena de trágicos despropósitos que ayer se vivieron en Murgia tuvo lugar a las 9.30 horas. Un individuo de pequeña estatura, pelo muy corto y vestido con vaqueros, zapatillas de deporte y sudadera blanca con rayas negras, se aproximó a la sucursal de la Caja Vital. En la fachada se aprecia sin problemas la existencia de una cámara de seguridad que grabó su llegada a cara descubierta. Nada hacía presagiar lo que iba a suceder.

El hombre entró en la oficina, se cubrió la cabeza con una gorra y se tapó la cara con un pañuelo a cuadros. Ni las dos empleadas que atendían al público tras el mostrador ni el único cliente que a esas horas se encontraba allí se percataron de sus intenciones. Sin mediar palabra, sacó una pistola del bolsillo y encañonó al hombre. "Dame todo el dinero, dámelo ya", gritó nervioso a una de las cajeras mientras apretaba el extremo del arma contra la espalda del cliente.

Para que nadie se diera cuenta de lo que ocurría en el interior, mientras las cajeras trataban de hacerle entender que apenas había dinero disponible que entregarle, el atracador condujo a su rehén hasta una sala anexa, donde ambos se introdujeron. La tensión aumentaba a medida que crecía el nerviosismo del asaltante, quien poco a poco iba comprendiendo que el atraco no iba a salir bien.

En ese momento, la fatalidad quiso que un vecino de la localidad, ertzaina fuera de servicio y perteneciente al grupo especial de los berrozi por más señas, entrase en la sucursal. Despreocupado, se acercó a la máquina para actualizar automáticamente su libreta y apenas prestó atención a lo que sucedía. Mientras realizaba la operación, giró la cabeza y vio que una de las dos empleadas del banco le hacía indicaciones extrañas sin abrir la boca. Mantuvo la calma y siguió mirándola hasta que el gesto fue elocuente. El dedo índice de la mujer simuló que apretaba un gatillo y tuvo claro que alguien llevaba un arma. Pero allí no había nadie a la vista.

Arma de fogueo Se abrió la puerta de la sala lateral y de ella surgió el atracador, con la pistola bien a la vista apuntando directamente al agente. Podía haber engañado a cualquiera, pero no a un berrozi perfectamente entrenado que, al instante, reconoció el arma de fogueo. Instintivamente, lanzó un manotazo contra la pistola y la tiró al suelo. Sólo restaba reducir al atracador, al que doblaba en tamaño, peso y fuerza, y todo estaría resuelto. Pero, una vez más, las cosas salieron mal.

Se inició un forcejeo, los folletos de la sucursal cayeron al suelo junto con el puñado de monedas de dos euros que el atracador había conseguido coger tras el mostrador. El asaltante lanzó por sorpresa su mano izquierda contra el costado derecho de su oponente y le descargó una estocada a la altura del hígado con una navaja que mantenía oculta. Según relataron los tres testigos, fue un movimiento muy preciso y rápido. No hubo tiempo para reaccionar.

Con las monedas de dos euros desparramadas por el suelo, 20 euros en la mano como botín y una persona malherida y sangrando del abdomen sentada en el suelo, el hombre emprendió la huida. Salió a la calle y echó a correr por el medio de la plaza. Nadie reparó en él. Apenas había dado tres zancadas cuando, según explicaron los agentes que acudieron al lugar de los hechos, perdió el único billete que había logrado robar.

En cuestión de segundos, una patrulla de la Ertzaintza que se encontraba en la localidad para investigar otros dos robos cometidos en el bar de las piscinas y en una sociedad de cazadores -totalmente ajenos al asalto al banco-, llegaron a la sucursal. No se cruzaron con el atracador por segundos. Tuvieron que forzar la cerradura para poder entrar, ya que la puerta se había bloqueado. Rápidamente atendieron al herido, que fue inmediatamente evaduado al Hospital de Txagorritxu. A continuación, trataron de calmar a las cajeras y al rehén, que se enontraban muy alterados, y comenzaron a peinar la zona. Confían en poder dar caza al atracador en breve, ya que cuentan con numerosas pistas para seguirle el rastro.