LA segunda división aerotransportada debía de estar de permiso. Porque en esta campaña apenas se habían visto los paracaidistas por los azules cielos de Vitoria. Qué lejos quedan los tiempos en que la infantería autóctona tenía que echar mano de los refuerzos de los cuarteles generales para reforzar el frente local.

Porque los denominados paracas han sido más que habituales en las últimas citas electorales. Se supone que los partidos intentaban compensar la mediocridad de sus candidatos locales con la presunta brillantez de sus líderes nacionales. Pero en esta campaña ni Zapatero ni Rajoy parecían dispuestos a lanzarse desde el Air Force One a iluminar a los alaveses con su deslumbrante oratoria.

O, dicho de otra forma, los partidos se cuidaban muy mucho de que sus primeros espadas estuvieran bien escondiditos en su búnker de Madrid. Más que nada para no hundir las aspiraciones locales. La táctica es especialmente llamativa en el PSE, que se cuida muy mucho de que el cadáver político de ZP asome la cabeza a menos de 100 kilómetros del peaje de Armiñón.

Ni siquiera los jeltzales, cuya sucursal cae mucho más cerquita, se han prodigado demasiado en sacar a pasear a sus figuras de Sabin Etxea. Por si acaso. Que cuando no se puede ganar por goleada, a veces el empate es bueno. Así que todos a tirar de cercanía y gorkafé.

Pero esta lógica tendencia la ha roto el PP, que ha sido el primero en tirar de paraca sin complejos. Y su osadía nos regaló ayer la ilustre visita de Mariano Rajoy a Vitoria, cuya misión oficial era "apoyar a los candidatos del País Vasco". La sorprendente aportación de Rajoy consistió en subrayar (por enésima vez) que su partido se opone a la legalización de Bildu. Ah, sí, y también, en otro alarde de originalidad, mencionó que el Gobierno es responsable de la crisis y que la cosa está muy mala. Eso sí, sin aportar ni una sola solución concreta. Y dicho esto, salió zumbando hacia Madrid y hasta otra.

Vista la actuación estelar, no es de extrañar que los paracas ya no estén de moda. Es cuando uno comprende por qué los candidatos agradecen que nadie venga desde muchos kilómetros de distancia a decirles cómo tienen que hacer las cosas. Con lo bien que se trabaja cuando el jefe está bien lejos. Así que lo que queda hasta el 22-M tiene pinta de seguir siendo una campaña de infantería y trincheras a la antigua usanza, donde los paracas no tienen mucho sitio. Al suelo, que vienen los míos.

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