Supongo que hoy la actualidad pedía -exigía, que lo suyo son más las imposiciones- que dedicara este comentario a otra cosa. A ese comunicado esperado como el mesías que cuentan que llegó hace dos mil y pico años, por ejemplo. Me sobran cosas que decir, aunque ninguna es nueva ni, con toda certeza, brillante. Pero no es ese el motivo por el que paso palabra.

Lo que me ocurre es que, por alguna curiosa disfunción de mi instinto periodístico, hoy esa noticia, "la gran noticia", se me ha quedado desenfocada, como los paisajes de fondo de las fotografías tomadas descuidadamente. Mi objetivo, que en realidad es muy subjetivo, sólo es capaz de captar con nitidez la imagen de Ibai Uriarte, el niño de cuatro años de Galdakao que necesita tres transplantes para seguir viviendo. Veo en la misma instantánea a su familia, que aguarda el milagro, y me siento muy cerca de ellos, casi implicado personalmente. Según los inhumanos manuales de mi oficio, el exceso de proximidad con los protagonistas de una información inhabilita para ejercerlo. Me importa un bledo.

Además, no puedo ni quiero evitarlo, y hasta contraargumento: son estas las historias que sitúan en su dimensión a todos los demás chismorreos de los que nos hacemos eco. Esas declaraciones, réplicas y contra-réplicas de los políticos a las que dedicamos tanto tiempo y espacio no son más que fuegos de artificio. ¿Qué importancia tienen frente a un niño que se queda entre la vida y la muerte tras una operación que, siendo complicada, aparentemente no entrañaba riesgos extremos?

Nos puede tocar

No pretendo ponerme melodramático. Sólo establecer los términos de la comparación. Creo que no hay color, y de haberlo, no es el amarillo que algunos atribuyen a este tipo de informaciones. Es cierto que hay quien las contamina de morbo y sensacionalismo ramplón. Quiero creer que incluso en esos casos, el público -lectores, espectadores, oyentes- son capaces de filtrar lo que les llega y quedarse con lo sustancial, que es algo muy primario: todos vivimos a medio segundo de salir en las noticias. Hace sólo un mes, Javi, el aita de Ibai, no podía ni sospechar que estaría contando en público este mal sueño.

Deseo con todas mis fuerzas que pueda compartir el final feliz. Como me sucede con las familias de Arene Sangroniz, Maitane Goñi y de tantos niños y niñas que viven pendientes de un hilo, siento la impotencia de no saber qué puedo hacer para echar un cable. Servir de altavoz a sus historias, darles entidad de noticia, es todo lo que se me ocurre.