En la Catalunya central, en la comarca de la Segarra, se encuentra Guissona, un pequeño municipio con muchos siglos de historia perfectamente conservada en sus calles, que transportan al viandante a otra época. En un paisaje privilegiado, salpicado de diminutas poblaciones, emerge esta localidad, algo más grande en extensión que sus vecinas. Es un enclave históricamente estratégico por contar con un importante acuífero y rodeada de explotaciones ganaderas. Los moradores de estas tierras han sabido aprovechar bien las posibilidades que este mercado les ofrecía.

Guissona ha sido los últimos años conocida por su cooperativa ganadera, que abastece de productos cárnicos a toda Catalunya. Convertida ahora en una corporación que vincula a diversas empresas del sector de la producción alimenticia, es también el generador de una revolución demográfica en el municipio. El llamamiento que hizo hace ya varios años para atraer a nuevos trabajadores ha propiciado que, a día de hoy, Guissona sea el municipio del Estado español con el mayor porcentaje de empadronados extranjeros. Si en 1999 su población rozaba los 3.000 habitantes, a fecha de hoy la cifra se ha multiplicado y llega a los 6.145, de los cuales el 50,08% son inmigrantes, principalmente de Europa del este (rumanos y ucranianos), pero también destacan las comunidades de senegaleses, búlgaros y marroquíes.

Desde la Corporación Agroalimentaria de Guissona se explica que el 90% de la población de Guissona trabaja con ellos, puesto que la política de la empresa pasa por contratar primero a personas que viven en el mismo pueblo (independientemente de su origen) y en segundo lugar, a personas que residen en la comarca de la Segarra o de Urgell.

Sin embargo, las solicitudes de trabajo les sobrepasan, según indica el portavoz de la empresa, Antonio Condal, tras advertir de que en el último año les han llegado 8.000 solicitudes para cubrir cien puestos de trabajo.

Son 48 las nacionalidades que conviven en Guissona y, a diferencia de lo que ocurre en otros puntos de la geografía catalana, como Salt o Vic, la relación no es conflictiva ni problemática. Según el Consistorio, los mayores problemas se generan respecto a las infraestructuras.

En los últimos diez años se ha construido una escuela, una guardería, un instituto, una residencia y un centro de día para gente mayor, y se han aumentado las viviendas de protección oficial. El Ayuntamiento ha puesto en marcha también un plan de ampliación urbanística en el que prevé crear equipamientos para la acogida de 15.000 personas más.

Mientras en los despachos se diseñan planes de integración, en las calles las cosas son más sencillas. Si bien es cierto que varios idiomas impregnan el casco histórico, la relación entre los vecinos es cordial. En la cola de la frutería se comenta con normalidad en catalán o castellano las noticias de la radio. Frente a la escuela, un grupo de niños se organiza para cruzar la calle. La más alta parece llevar la voz cantante, y se dirige en catalán a los pequeños, pese a que la mayoría son inmigrantes.

Por cierto, una de las actividades a la que más gente recurre para propiciar la integración son los castellers, recientemente proclamados patrimonio inmaterial de la humanidad.