donostia. En los últimos tiempos, han sido muchas las voces que han apuntado al debilitamiento de ETA y que han insistido en que se encuentra inmersa en un proceso de grapización. Esa visión no es compartida por la propia organización armada, que, lejos de reconocer flaquezas, mantenía en agosto de 2009 la convicción de su imbatibilidad y la hacía contrastar con la situación de debilidad en la que se encontraba, a sus ojos, la izquierda abertzale tradicional. Ese posicionamiento queda claro en el documento interno fechado en ese momento al que ha tenido acceso este periódico, si bien con ciertas concesiones a los matices: por un lado reconocía que la invencibilidad a la que se refería había perdido fuelle en los últimos años; por otro lado, admitía una cierta fortaleza en la izquierda abertzale oficial gracias a su raigambre social.

El diagnóstico sobre la situación en la que se encontraba este último sector político se repetía en varias ocasiones y contextos dentro del documento interno de ETA con una misma conclusión: su debilitamiento y la necesidad de refuerzo y potenciación. Conclusión a la que se añadía en alguna de las referencias expresas a esta cuestión la pérdida de credibilidad y de liderazgo para influir en la sociedad de la izquierda abertzale, según el análisis que realizaba en sus papeles la organización armada.

ETA consideraba como uno de los factores más relevantes para esa situación de desgaste la ilegalización a la que se ha visto sometida Batasuna, dentro de lo que consideraba una ofensiva represiva "tan dura" por parte de lo que llama "el enemigo" que hacía que a ese sector político le fuera imposible articular una respuesta proporcional al ataque. Una situación ésta, según el documento, que tendría su reflejo en la sociedad y, por extensión, también en la base social cercana a Batasuna.

Estas referencias al debilitamiento que a sus ojos estaba sufriendo la izquierda abertzale tradicional tienen en el contexto del informe su relevancia, puesto que ETA consideraba a este sector como uno de los motores de impulso del nuevo proceso que planeaba abrir. Y, en ese sentido, subrayaba que Euskal Herria estaba en una situación de "riesgos si la Izquierda Abertzale no toma de nuevo oxígeno", al tiempo que señalaba que ese nuevo oxígeno pasaba por "situar la práctica política dentro de un norte claro".

Un matiz En cualquier caso, la organización armada reconocía la fortaleza que su base social imprimiría al sector de la izquierda abertzale ligado a la ilegalizada Batasuna, al asegurar que, aunque ese cimiento se hubiera visto desgastado, las movilizaciones que ese sector político ha realizado demostrarían su enraizamiento y firmeza.

En esa línea, aseveraba que se trata de una constatación que también admite "el enemigo" para, más adelante, volver a abundar en su tesis de que el sector adscrito a Batasuna había perdido terreno político y que, a consecuencia de ello, los adversarios habían logrado modificar los parámetros del debate político hasta el punto de hacer ver una pérdida de músculo en la reivindicación del derecho a decidir del pueblo vasco.

Incluso, llegaba a decir que la estructuración del anterior proceso de paz en un triángulo conformado en la mesa política por el PSOE, PNV y Batasuna debilitó la posición de esta última y del independentismo, en lugar de reforzarla, como se pretendía. Por eso, su alternativa para el nuevo proceso que diseñaba en agosto de 2009 buscaba más similitudes con el truncado en 1998 que con el que se desarrolló entre 2006 y 2007.

El contrapunto a esa situación vendría a ser la imbatibilidad de la que decía disfrutar la organización armada en este informe interno. En su documento de agosto del año pasado, ETA consideraba "evidente" su invencibilidad, si bien reconocía, a renglón seguido, que ésta no es tan fuerte como hace unos años. Ése es el diagnóstico que hacía de su propia situación. Y sólo ése. No volvía a abordar la cuestión en términos tan directos, aunque el tono en el que están escritos estos papeles deja ver sin margen de duda la convicción de fortaleza que mantenía entonces, a un mes de su último atentado, la organización.

Sin precipitarse En esta coyuntura -y realizando otros análisis paralelos-, ETA concluía que lo que denomina el Proceso Democrático no podía estar anclado a una cronología determinada, ni en cuanto a su fecha de inicio ni en su desarrollo. De hecho, remarcaba que la ilegalización de la izquierda abertzale tradicional no podía ser argumento para ejercer presión sobre el desarrollo de ese proceso ni para tratar de forzar a la organización armada a adelantar sus iniciativas.

En su documento, ETA subrayaba que no se debe caer en la precipitación política, porque ello podría tener unos costes imperdonables para un proceso que quería que fuera el definitivo, el que pusiera fin al conflicto vasco. "Con prisas no se supera un conflicto de siglos", decía rotunda la organización armada. Pero, al mismo tiempo, apuntaba que no es posible tampoco alargar sine die el proceso, porque ello generaría frustración en la sociedad y pérdida de credibilidad.

Así, ETA ponía entonces la urgencia en la consecución de escenarios políticos en los que pudieran desarrollarse cada una de las fases que se marcaba en el desarrollo del proceso. Y marcaba los periodos de transición entre un momento y otro de ese proceso como oportunidades para que la izquierda abertzale oficial pusiera esos tiempos a su favor y pudiera tomar impulso para convertirse en motor del proceso.