vitoria. El desalojo del número 68 de la avenida de Los Huetos lo tenía todo para erigirse en la madre de todos los desahucios. Unos protagonistas de excepción, los bartolos, unos adversarios de altura, la nueva unidad de élite de la Policía Municipal, una larga y desarrollada trama argumental cuyo inicio se pierde en la noche de los tiempos gasteiztarras y morbo a raudales. Pero el thriller policiaco se quedó en drama costumbrista. Antes incluso de que la Unidad de Recursos Operativos (URO) hiciera acto de presencia ante el tristemente conocido edificio, las familias gitanas que ocupaban el bloque ya habían enarbolado la bandera blanca, abandonado sus pisos y repartido sus enseres por diversas furgonetas y sobre la acera. La película de acción que comenzaba a cobrar forma en el imaginario colectivo perdía su principal aliciente: el enfrentamiento.

Los bartolos ya no residen en su casa. O sí, porque aunque el Juzgado les ha echado de tres de sus pisos por impago de la hipoteca y ha cambiado la cerradura de dichas viviendas, aún quedan otros tres domicilios habitables en el bloque. Pisos que, según los miembros del clan, pertenecen a los hijos de María y están pagados y reformados interiormente. Vivirán más apretados, eso sí, pero todos los bartolos siguen residiendo en el mismo inmueble que hasta anteayer. Las dos viviendas de la planta baja ni cuentan, porque se hallan en un estado lamentable.

la secuencia El relato de lo sucedido ayer dio comienzo pasadas las 9.00 horas. Diversos medios de comunicación montaban guardia en los alrededores del número 68 sabedores de que la orden judicial de desahucio se haría efectiva en cuestión de horas. Los moradores del bloque disponían de la misma información y, a juzgar por la montonera de utensilios que crecía sobre la acera, habían invertido parte de la noche anterior y de la mañana en curso en sacar absolutamente todo lo que había en el interior de las tres viviendas que se iban a clausurar. Una calma tensa flotaba en el ambiente y los protagonistas del desahucio pasaban el rato deshojando la margarita del aprecio a las cámaras. Tan pronto advertían a los medios de que no debían tomar imágenes de los menores, como cambiaban de opinión y pedían que se dejara constancia gráfica del drama al que se iba a someter a las criaturas dejándolas en la calle.

A las 9.30 horas, el primer coche patrulla de la Policía Local comenzó a rondar por la zona. En cuestión de minutos, otros seis más se dejaron caer por las inmediaciones. Agentes uniformados -y de paisano- rodearon el recinto y se procedió al corte de la carretera en dirección a Jundiz. Los coches eran desviados con anterioridad para que no circulasen por delante del inmueble, si bien se dejó libre el camino de regreso desde el edificio de La Azucarera hacia Vitoria. Una grúa de la Guardia Urbana llegó al lugar cargada de vallas azules y se dispuso un perímetro de seguridad en torno al número 68. Los periodistas fueron conminados a salir del área, de modo que sólo los agentes y las familias afectadas quedaron dentro de la frontera azul.

Fue el único momento en el que se palpó cierta dosis de tensión. Los miembros de la URO, ataviados con sus monos bicolores, gorras de béisbol y cascos amarrados a la cintura, tomaron posiciones ante el portal. Las cámaras seguían tomando instantáneas y el resto de las patrullas les restaba metros poco a poco. Los bartolos advirtieron que la Unidad Operativa lo registraba todo con videocámaras y reprocharon a los agentes que no diese las mismas oportunidades a la prensa. Unos cuantos gritos y poco más.

Pasadas las 10.00 horas, la comisión judicial encargada de llevar a efecto el desahucio, e integrada por representantes de los juzgados, de la Caja Vital -entidad con la que se había contratado la hipoteca- y de la Policía Local, llegó al inmueble. Subieron a la primera de las viviendas a desalojar y posteriormente a las otras dos, dando cuenta del estado de cada una de ellas.

Un cerrajero, llamado expresamente para la ocasión, debía de encargarse de cambiar los mecanismos de acceso a las viviendas. Debía de faltarle material porque abandonó la escena para regresar y rematar el trabajo. Los participantes en la comisión dedicaron más de una hora a completar su tour por los tres domicilios y luego tendieron diversos papeles a los hasta entonces titulares de las viviendas para que los firmaran. Estaban a punto de dar las 11.45 horas cuando regresaron al coche y dejaron la zona. Poco después, el cerrajero siguió sus pasos y la Policía desmontó el dispositivo. Recogieron las vallas azules y todo volvió al estado de aparente normalidad que reinaba antes de su llegada. Ni agresiones, ni violencia. Nada.