Hay milagros que nadie sabe explicar. Por ejemplo, jueves y viernes de ola de calor con esta ciudad a trescientos mil grados y ahí tuvimos a uno de los viejillos de nuestro amado templo del cortado mañanero con txapela, chaquetita sobre el hombro, pantalón largo y calcetines último modelo en el siglo XIX con las sandalias. Ahora bien, no me pongas el tinto de todos los días, dame un blanquico para refrescar. Sigue vivo. No formó parte, eso sí, de una de las comitivas más increíbles jamás conocida. A otro de los venerables se lo llevan en nada a la playa con las hijas, los yernos, los nietos y toda la parentela. Menos la mujer, que nos dejó hace un año. El jodido bicho. Claro, problema, el abuelo no tiene bañador actualizado ni tampoco a la jefa para que se lo vaya a comprar. Sí, era ella la que se encargaba de todo. Así que varios venerables conformaron el otro día un equipo de ataque que terminó consiguiendo su objetivo no sin antes pasar por varias tiendas en las que les dijeron que no tenían cosas para gente tan mayor y que se fueran. Y están los viejillos con un cabreo del 15, más que nada porque en el momento se quedaron tan cortados que no supieron qué contestar, pero ahora tienen ganas de afilar los cuchillos jamoneros. No entienden, pobres, que en esta sociedad cumplir años parece ser un delito.