Algo quizá sí hayamos avanzado. Antes se decretaban alertas antifascistas que terminaban sistemáticamente en victorias apabullantes de la derecha, como comprobamos en 2021 en Madrid y en 2022 en Andalucía y Castilla y León. Ahora, la expresión se ha dulcificado un tanto, de modo que el llamamiento es a “frenar la ola reaccionaria”. Se refieren a lo mismo y, como acabamos de ver en las elecciones del pasado domingo, el resultado es idéntico: los llamados a ser combatidos se meriendan a los pretendidos partisanos. Bastaría media neurona más y siete toneladas de prepotencia garrula menos para empezar a plantearse que algo falla en una estrategia que consigue justamente lo contrario que busca. Oigan, que se ha logrado que una menudencia intelectual que hace cuatro años tuvo 22 escaños haya firmado 72 hace tres días.

Me consta que predico en el desierto, pero aunque sea como desahogo, no puedo callarme dos reglas básicas. La primera, que la mejor manera de frenar la tal ola reaccionaria es no alimentarla. Puro mecanismo del bumerán. La tonta lona de Podemos en Madrid contra el hermano de Ayuso no ha dado un solo voto a los morados y sí un quintal a la emperatriz de Sol. Se quejaba el necio candidato pablista a la alcaldía en la capital del reino, Roberto Sotomayor, de que hay medios que no lo han sacado desde hace meses. Ni se da cuenta el gachó del inmenso favor que le han hecho. De haberlo sacado más, sus resultados habrían sido todavía más patéticos que los que firmó. Y la segunda premisa es tan obvia que da vergüenza escribirla: no insultes al electorado. De parvulario.